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Revista Domingo |EN EL MALBA, HASTA EL 27 DE JUNIO, SE EXPONEN 37 OBRAS DEL GRAN ARTISTA

Emilio Pettoruti, el platense que cambió la historia del arte

Una muestra para redescubrir y valorizar a uno de los creadores del arte moderno. Las obras realizadas entre 1914 y 1949 asombran por su originalidad y perfección. Una vida apasionante donde lo conoció todo:desde el escarnio y la persecusión política, hasta la consagración internacional. Por Luis Pazos

Emilio Pettoruti, el platense que cambió la historia del arte

Emilio Pettoruti, el platense que cambió la historia del arte

5 de Junio de 2011 | 00:00

El día que nació Emilio su padre destapó su mejor botella y lo bañó en vino. Un festejo "a la italiana", que duró ocho días. Pero además, dicen que Giuseppe, su abuelo materno, profetizó:"Será un grande artista". Lo cierto es que si hoy visitaran el primer piso del Malba y contemplaran las 37 obras pintadas por Emilio entre 1914 y 1949, don José y el "nonino" volverían a festejar. No es necesario ser un experto para comprender que se está ante esa rara avis en la historia del arte que es un pionero.

Se puede estar de acuerdo o no con su propuesta estética. De hecho, la discusión sobre qué es el arte y cuál debe ser el rol del artista, es tan vigente hoy como hace un siglo. Lo que no se puede discutir son las valores de su obra: belleza, perfección formal, búsqueda de la armonía, culto de la luz, dominio de todas las técnicas (desde el mosaico al grabado, pasando por el collage y la pintura de caballete). Y un hallazgo: el dibujo titulado "Diseño abstracto", realizado en 1914, demuestra que fue un precursor del arte moderno no solo en su país, sino en el mundo.

LOS COMIENZOS

Emilio Pettoruti nace en La Plata el 1º de octubre de 1892 a las 4 y 15 de la tarde. Su infancia y adolescencia trascurren en una vieja casona de la calle 3 y 54. Sus lugares favoritos son el Museo de Ciencias Naturales y el Bosque, donde todas las tardes, incluso cuando se anuncia la noche, se lo puede ver paseando entre sus árboles.

Es el mayor de doce hermanos, hace la primaria en la Escuela Italiana y estudia francés en la Academia Víctor Hugo. Siempre supo lo que quería ser. O, al menos, siempre dio señales claras de lo que sería en el futuro. Sus maestros, por ejemplo, se quejan de que se distrae todo el tiempo "haciendo dibujitos". Y por supuesto, está el abuelo profeta. Nonino, además de regalarle los materiales necesarios para dibujar y pintar, le da la oportunidad de hacer su primer mural.

A los 11 años pinta sobre una de las paredes de la casa un canasto azul con flores amarillas. El abuelo no solo prohibe tocarla. La pared se convierte en algo tan sagrado como el Muro de los Lamentos. Todo indica que su opinión fue clave a la hora de enviarlo a estudiar pintura en Italia, corazón del arte clásico. El viaje es posible gracias a una beca que le otorga el gobierno de la Provincia.

En 1913, con apenas 20 años, parte en busca de su destino. El mismo día de su partida el abuelo enciende una vela sobre su mesita de luz, pone una foto del nieto y le pide a Dios volver a verlo. Y Dios lo escucha. Emilio vuelve a su casa 11 años después. Giuseppe tiene 86 años y muere al poco tiempo, convencido de que triunfaría aunque él no pudiera verlo. No se equivocó.

EN EL CORAZON DE LA TORMENTA

La aventura europea no fue fácil. A los tres meses, sin razón aparente, el gobierno le suspende la beca y ni siquiera le envía el dinero para el pasaje. Es el final de un sueño que para él tiene el tamaño del Universo. Pero lo que recibe de su casa no es un pasaje de vuelta sino la noticia de que se quede. Su familia, en ese momento, está en condiciones de correr con los gastos. Cuando ya no pudieron, Emilio no lo dudó: salió a la calle a ganarse la vida.

La Europa en la que vive Pettoruti no solo está desgarrada por la guerra. La cultura, en el sentido más amplio de la palabra, también vuela en pedazos. El enfrentamiento entre el pasado y el futuro es a muerte. En Florencia están los futuristas y en París los cubistas. Las dos corrientes, a pesar de sus diferencias, tienen un objetivo común: liquidar la pintura tradicional. Los primeros, liderados por el italiano Filipo Marinetti, introducen en sus cuadros el movimiento ilusorio. Los segundos, con Picasso a la cabeza, proponen una nueva geometría.

Petorutti participa de las búsquedas de todos pero no se integra a ninguno. Para él, su independencia no es negociable. Sabiendo, incluso, que pertenecer a un grupo le da otras posibilidades a la hora de exponer. Esta actitud, que conservó toda su vida, admite dos interpretaciones: es un individualista salvaje o es, simplemente, un hombre libre. La discusión está abierta.

Entre 1914 y 1918, plena Guerra Mundial, comienzan las paradojas y contradicciones que nunca lo abandonarán. La primera es que un pintor nacido en La Plata, ciudad que ignora el arte moderno, es el introductor del arte abstracto en Italia, junto al futurista Giacomo Ball. Con un agregado: la palabra abstracto, que se impuso de inmediato en toda Europa, es una creación suya.

En 1923 Pettoruti es aceptado como un igual por los que serían los grandes Maestros del siglo XX. El resultado de este respeto es su participación, en Berlín, de una muestra en la célebre galería Der Strum. Expone junto a Picasso, Paul Klee y Marc Chagal. Había llegado la hora de volver a la Argentina para mostrar lo aprendido.

A TROMPADA LIMPIA

Al volver, en 1924, quedan atrás los años en que sobrevivió cosiendo bolsas con arena para enviar a las trincheras. El plato de polenta por día como única comida, porque no había otra cosa. El dibujar sobre cualquier papel porque nada era accesible. La decisión de raparse para no salir a la calle y obligarse a pintar sin respiro. Once años después de haber partido lo espera en Buenos Aires su primera muestra en el país. Será en la prestigiosa galería Witcomb.

Es difícil saber cuáles eran sus expectativas al volver. Pero es seguro que no imaginó nunca lo que finalmente pasó. El día de la inauguración fue una batalla campal. Gritos, trompadas, bastonazos, insultos al por mayor, escupitajos contra los cuadros. Loco, farsante y mamarracho fue lo menos que le dijeron. En medio de un escándalo, inédito en Argentina, el grupo Martín Fierro sale en su defensa. No es un gesto menor porque los integrantes de ese grupo son, entre otros, Jorge Luis Borges y el poeta de vanguardia Oliverio Girondo.

Pero lo peor no había llegado. Los que lo insultaron (sus nombres no fueron registrados por la crónica) van más lejos todavía. En la galería Van Riel un grupo de pintores autotitulado "La Chacota" decide sumarse al escarnio. Por supuesto invitan a Pettoruti. Sus detractores exponen monigotes, colillas de cigarrillos pegadas en las telas, auténticos mamarrachos. Pettoruti, al contrario, expone dos cuadros cuya belleza formal desconcierta a sus adversarios. A tal punto que fueron robados.

Lo que no saben quienes lo expulsan del circuito del arte es que Pettoruti es un "duro". La burla, el desprecio, y hasta la violencia física, no lo asustan. Había vuelto para quedarse y se quedó. Lo notable es que mientras los artistas lo atacan sin piedad, las familias más conservadoras del país lo admiran.

En 1926 Nazar Anchorena le compra 15 acuarelas. Y Guiraldes, padre del autor de "Don Segundo Sombra", 26. Pero lo absolutamente inesperado es la decisión de Ramón Carcagno, gobernador de Córdoba. Le compra por decreto, para sumar al patrimonio artístico de la provincia, una obra maestra: "Los bailarines", por la que paga 1.000 pesos. Es un escándalo político. Sus adversarios lo acusan de despilfarrar los fondos públicos.

EL REGRESO DEL HIJO PRODIGO

En 1930 vuelve a La Plata. El gobierno de la Provincia lo nombra director del Museo Provincial de Bellas Artes. Su aporte es excepcional: aumenta el patrimonio con grandes obras de artistas argentinos, arma exposiciones de pintores jóvenes, realiza una gran labor docente a través de charlas y la publicación de revistas especializadas, lleva el arte adónde nunca había llegado. Lo hace a través de un tren que llega con su carga de cuadros y grabados a los parajes más remotos.

Todo termina, de la peor manera, en 1947. Siendo gobernador Domingo Mercante, lo echan del Museo y le prohiben enseñar, quitándole las cátedras. Pettoruti, a pesar de ser un hombre de caracter fuerte, por momentos hasta agresivo, se lo toma con humor. Hasta que la situación se vuelve intolerable. Oscar Ivanessevich, ministro de Educación de la Nación, considera que el arte moderno es "arte degenerado", concepto instalado por el nazismo en Alemania. Y actúa en consecuencia.

Interrumpe al jurado del Salón Nacional, donde se había presentado Pettoruti, ordenando que lo rechazen por "paranoico". Va más lejos aún. En determinado momento pronuncia una sentencia que le otorga un lugar en la historia de la cultura: "Ni cubismo, ni surrealismo. ¡Peronismo!".

En 1952 Pettoruti vuelve a Europa y comienza una nueva vida. Lo que le sucede desde su vuelta hasta el día de su muerte es la consagración. La misma catarata de insultos que recibió en su momento se transforma en una catarata de premios y elogios. El primero es el Premio Guggenheim 1956. Los medios lo saludan como "El pintor de las Américas". En 1962 el Museo Nacional de Bellas Artes le dedica una retrospectiva a la que asisten 30.000 personas en un mes.

En 1967 recibe el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. En 1969 es nombrado Doctor Honoris Causa de la UNLP. En 1969 Estudiantes, el club de sus amores, y del que es socio honorario desde hace 40 años, le rinde un homenaje en el que lo nombran "Creador de Belleza". En 1972 inauguran en su memoria un monumento en la plazoleta del Diagonal 74 entre 11 y 49.

En 1968 había muerto su mujer, la poeta chilena María Rosa González, su pareja desde 1930. Es un golpe letal. Emilio Pettoruti muere en París, en el Hospital Cochin, el 16 de octubre de 1971. Están a su lado sus hermanos Luis y Carolita. Lo habían internado el 10 de septiembre. Hasta último momento intentó volver a la Argentina pero la muerte no le otorgó ese deseo. Sus restos volvieron a bordo del buque Lago Traful.

Los que lo sobrevivieron, en cambio, cumplieron su última voluntad. Pettoruti pidió que sobre su cadáver colocaran tres rosas blancas: una por su madre, otra por su mujer y la tercera por sus dos hermanos muertos. Después, que lo cremaran y arrojaran sus cenizas al Río de La Plata a la altura del kilómetro 60. Allí está la ciudad que más amó.

LA CIUDAD QUE MAS AMÓ

"Varias son las ciudades que amo, ya sea por su belleza o por las bellezas que atesoran, los recuerdos que me traen o lo mucho que les debo en el desarrollo de mi vida. Entre ellas y en primerísimo término se encuentra Florencia, luego Roma, Milán, Munich, París, Buenos Aires. Pero existe una sobre todas, a la que me siento ligado por lazos de profundo afecto y recuerdos que me son muy caros: es La Plata.(...). Los colores y las formas que retuve cuando niño las llevé conmigo por donde quiera fuesen mis pasos y están en mis telas".

PETTORUTI Y EL MERCADO DE ARTE

Una vez consagrado por la crítica, tanto local como internacional, el mercado fue valorando la obra de Pettoruti hasta convertirlo en el pintor argentino más caro. En 1944, un coleccionista visionario, como Pedro Blaquier, adquirió el legendario "Quinteto" por 209.000 dóres. Un record para la época. En 1988 Elías caprile pagó, por "Serenata romántica", 242.000 dólares. En 1993 Edurdo Constantini, el creador del Malba, pagó por "La canción del pueblo" 324.200 dólares tras una puja considerada por los coleccionistas como "memorable". En 1998 "Morocho maula" fue vendida en 497.500 dólares. En 2008 "El cantor" batió otro record: se vendió en Nueva York en 782.500 dólares.

LA MUESTRA DEL MALBA

Pettoruti es parte insoslayable de la historia del arte moderno. Imposble ignorarlo. Al mismo tiempo hay quienes llegaron a la conclusión que ya no había más nada que decir. La expo. del Malba desmuestra que no es así. Que Pettoruti es todavia un continente por explorar.

Para la investigadora de arte Mercedes Pérez Bergliaffa "la muestra revela a un Pettoruti inesperado, muy original y creativo, que trabaja con extremo cuidado y atención. Un Pettoruti que, para todos nosotros, probablemente vuelva a nacer con esta exposición".

Para la curadora Patricia Artundo "la exposición resitúa al artista como protagonista central de la vanguardia europea y latinoamericana. Pero lo hace por fuera de los lugares ya transitados de manera tal de recuperar la diversidad de sus líneas de investigación".

Para la crítica Elba Pérez "polemizó con conocimiento y argumentos, pero el más enjundioso fue el rigor obstinado al que ajustó su obra y su conducta. A este artista hace homenaje y reparación la exposición del Malba. No se trata de una muestra más, seguidora de otras muchas, consagratorias, en nuestro país y en el exterior".

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