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Néstor Paternostro: autor de una obra clave

El cineasta argentino se radicó en La Plata, a una cuadra de Plaza Italia. Con “Mosaico”, su primer filme, en 1970, adelantó medio siglo en el enunciado de la ficción fragmentada de lo fashion y las supermodelos

Por AMILCAR MORETTI

24 de Octubre de 2015 | 01:26

Tal vez sea que aún la ciudad conserva -o recobra- vínculos con lo humano. O mejor: con una forma de la humanidad argentina cercana al río, las barrancas y las oficinas centrales provinciales y del Puerto de Santa María de los Buenos Aires. Acaso aún no se sometió del todo a esas dimensiones oprimentes y adictivas de las megaurbes. Después de cien años, el trazado resiste con proporciones manejables por el humano común, y a la vez muestra síntomas de futuros colapsos -sucede en todo el mundo. La Plata, diseñada como ciudad de y para el futuro, pese a una matanza no tan lejana, reserva algo de esa futuridad proyectada desde el principio aunque fuese y es tarea impensable.

Tal vez sea por eso que la ha elegido como residencia Néstor Paternostro, porteño puro, gran cineasta, “tercera edad tardía”. Y claro, suman las razones personales, familiares, colectivas, y un hijo (más) por los 10 años. La Plata se inunda como New Orleans y la Florida pero hoy-hoy -como medio siglo atrás- no expulsa. Dicho desde la vanidad, se la elige -¿inexplicablemente?- de modo curioso, llamativo como reposera de observador o para los primeros años universitarios, los formativos, cerca-lejos de Buenos Aires, más aún en la zona verde residencial del norte. ¿Cómo se explica si no que un tipo de Michigan (¡septuagenario!, “viejo verde”) como Iggy Pop o el gallego Eusebio Poncela hayan descubierto La Plata?

Ahora es Néstor Paternostro, otro adulto mayor. De los pocos cineastas vivos del primer “Nuevo Cine Argentino” que renovó el relato de la pantalla tras el derrocamiento de Perón, en 1955. Antes de Pater, como pide ser llamado y es conocido, otros directores prestigiosos eligieron aquí: Lautaro Murúa, muerto en el 95, exiliado cuando estalló una bomba en su casa. Murúa, autor de una película clave: “Alias Gardelito” (1961). Otro extraordinario por aquí fue José David Kohon, fallecido, integrante de aquella gran renovación con títulos centrales: “Prisioneros de una noche” (1960) y “Tres veces Ana”. El mejor de todos fue Leonardo Favio (también lo repite Paternostro) con su “Romance del Aniceto y la Francisca...”. Favio permaneció en Buenos Aires, entre otros -casi todos exiliados-: Rodolfo Kuhn, Simón Feldman, Hugo Santiago, Edgardo Cozarinsky, Fernando Birri, Miguel Bejo (padre de Bérénice, la del César de Cannes y Oscar por “El artista”, del 2011)

MOSAICO DE PUBLICIDAD Y VIDA

A la mayoría, Paternostro no le suena, aún cinéfilos, aunque sí lo van sintiendo los “pantalleros” de las generaciones X (”viejos” de 30 y pico) y Z (15 años y menos). Sucede que el cine, el video, la televisión, internet son relatos en pantallas, imágenes y sonidos, mirada y escucha, con 200 palabras (otra narración, otras subjetividades). Pater tampoco fue demasiado reconocido en su momento de innovación junto al llamado “Grupo de los Cinco” (Alberto Fisherman, Emilio Beecher, Juan José Stagnaro -el de la fotografía de “Aniceto y la Francisca”- y Raúl de la Torre -el único que logró reconocimiento con “Lamaggia y Sra.”, “Crónica de una señora”, “El infierno tan temido”, “Pubis angelical”, “Funes”).

“Mosaico”, estrenada en el art-decó Cosmos 70 de la calle Corrientes al 2000. “Mosaico” establece el otro “Nuevo Cine Argentino”, desde el 19 de noviembre de 1970, junto al “Nuevo” ya mencionado y que puede llevar entre sus cabezas al Fernando Solanas de “La hora de los hornos” (1968), legítimo con su neoexpresionismo latinoamericano. Pero “Mosaico” venía a ser la “derecha” paqueta de la nueva clase media porteña desarrollista post-primer peronismo, y Solanas, enfrente, la izquierda popular. Ninguno masivo. El espectador quería otra cosa: un espectáculo, un cine masivo-popular que lo reconociese en su “clasemediés” urbana. Sin contar “Aniceto y Francisca”, allá muy arriba, en la poética popular profunda, sencilla e intensa, cristiana a lo “peronista de Perón”, valen severas expresividades de “La hora de los hornos”. Pero de igual modo hoy vale “Mosaico” con su universo fragmentado, predicción clara del desoriente juvenil hacia un objetivo ineludible e ilusorio, fracaso y tragedia.

Paternostro, el tipo lúcido con el que charlo en una mesita linda de Rayuela, la librería, vive a una cuadra, en un departamento tercer piso de calle 6, casi Plaza Italia. Fue el primero que interpretó -hace 45 años- gran parte de esta Argentina que quedó, con mercado primero, la televisión y la publicidad, después de los años 90. Las chicas que intentan bailar con Tinelli no son tan diferentes a los principios de Chunchuna Villafañe y Susana Giménez, modelos top de la televisión, más altas más bajas en sus fracciones de clase media y quizás a veces emparentadas con la nueva “cultura culta” del Instituto Di Tella y Marta Minujín, quien después de 50 años reconstruyó “La Menesunda” hoy en el MAMBA de avenida San Juan, San Telmo.

ENTRE LA MENESUNDA Y ROSEBUD

“Mosaico” de Paternostro es eso: la “menesunda” en la subjetividad de época de las inaugurales modelos de publicidad cine-televisiva porteña. Solo que Minujín (juicio estético-sensorial de memoria: Minujín estaba “¡muy buena!”) puso afuera lo que portaba en su conciencia una Perla Caron (especie de Twiggy argentina, supermodelo inglesa minifaldera frágil y rubita a lo Jean Seberg -”Sin aliento”, de Godard-). El torbellino exploratorio de Minujín hacia lo sorprendente que transita rumbo a una Meta oxímoron: la Nada), es lo que muestra Paternostro en l personaje de Perla Caron (acompañada por un joven Federico Luppi), la fugacidad e inconsistencia de 30 rupias refulgentes que se desvanecen en el tiempo, en el mercado, en el compra-vende y encandila con 10 minutos de fama, para convertirse en olvido o tragedia shakespeareana, en pocos años.

“Mosaico (La vida de una modelo”, vista en TV Pública e INCAA TV no hace tanto) es el preanuncio adelantado de la nada del dinero risueño y de la comodidad que la mercadotecnia y publicidad con cine (pura ilusión) hacen para olvidar el transcurrir, la vida en acontecer, allí en donde nada más tenemos, solo la vida hecha existencia que se va, sin que la “felicidad” exista sino apenas en cierto modesto y satisfactorio acuerdo con uno mismo sin desestimar al otro, que nos acompaña (si nos acompaña) porque todo, desprotegidos, vulnerables, como máximo -y suficiente- es voluntad, es libertad y justicia y es el eterno ciclo de “Rosebud”. ¿Quéeee? Rosebud, el trineo entre los pinos nevados en la bola de cristal de Welles, que estalla. Entre Orson Welles y Shakespeare.

Son los de la Generación Z (ver The New York Times Internacional Weekly, 26 setiembre pasado, Clarín.pag.4), los de “cinco palabras, seis segundos, imagen gigante” los más cercanos al estilo y forma de “Mosaico” de Néstor Paternostro. Ellos pueden tener la sensibilidad para manejar la madeja de vacío, consumo y mercado que amenaza con implosionar. La autora de la nota norteamericana sobre la Generación Z arriesga que estos “seres súper-digitales comienzan a parecerse a sus abuelos Generación X”. Agrego: algunos abuelos. Paternostro en La Plata es uno de ellos.

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