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Literatura en las aulas: cómo se eligen los libros que tienen que leer los chicos

Mientras el mercado del libro juvenil crece y a los alumnos les cuesta cada vez más leer por obligación, la lectura de autores clásicos representa un desafío educativo

Literatura en las aulas:  cómo se eligen los libros que tienen que leer los chicos

Literatura en las aulas: cómo se eligen los libros que tienen que leer los chicos

19 de Julio de 2015 | 02:17

Eliana Agudelo, una colombiana de 16 años que llegó a La Plata hace cuatro años y ahora cursa el cuarto años del colegio Universitas, dice en un inconfundible tono caribeño que su pasión por la lectura la llevó a descubrir autores de los que ahora es una verdadera fanática. “Me encanta la literatura fantástica”, dice, y luego de citar lecturas como las de Borges, Cortázar o Silvina Ocampo cuenta que el amor por las letras se lo inculcó una profesora de Lengua que conoció en las aulas de su colegio platense. “Pero soy un bicho raro -admite Eliana, zumbona-, porque la verdad es que a los chicos de mi edad no se les da por la lectura de autores clásicos. Bah, en realidad no se les da por ninguna lectura...”. Lo que cuenta esta alumna es algo que los docentes y las autoridades educativas conocen bien. Por eso las preguntas en este terreno no resultan caprichosas sino elementales. Y necesarias: ¿quiénes y cómo se eligen los textos que los chicos leen en clase? ¿Cómo se abordan los autores clásicos? ¿Cómo se enseña la literatura en una época ganada por las pantallas?

Los clásicos

Pensar la lectura

En principio, señalan desde el ministerio de Eduación bonaerense, se pueden distinguir tres categorías de textos: los de lectura optativa (el estudiante elige a partir de un abanico de posibilidades propuesto por el docente), los que son elegidos libremente por el alumno y los de lectura obligatoria, que son los llamados “clásicos”. La lista de unos y otros es larga, pero algunos de los autores que hoy pueblas las clases de lectura en las aulas bonaerenses son Virgilio, Shakespeare, Stevenson, Julio Verne, Kipling, Poe, Flaubert y, ya en el campo de nuestra lengua, García Márquez, Rulfo, Neruda, Octavio Paz, César Vallejo y los argentinos Cortázar, Borges, Sábato, Alfonsina Storni, González Tuñón, Juan Gelman, Manuel Puig o Leopoldo Marechal.

“La idea es elegir obras que sean lo más abiertas posibles a la intertextualidad -apunta Mónica Beatriz Rosas, especialista en literatura e integrante del equipo curricular de colegios secundarios de la cartera educativa-. Que los chicos conozcan la mayor diversidad de textos para que en ese abanico puedan realizar un itinerario personal de lecturas, que cada uno pueda construir su propio proyecto de lectura literaria, encontrar sus clásicos, sus escritores elegidos y su género preferido. Pero para llegar a eso tienen que leer mucho”.

Dentro del Ministerio de Educación, la Dirección Nacional de Políticas Socioeducativas (DNPS) se encarga de proveer de libros a las escuelas del país que más lo necesiten. Según datos de la DNPS, más de 23 mil escuelas reciben estos libros, tanto literatura como libros de texto. Entre los criterios de selección, la DNPS menciona que “la propuesta debe ser apropiada para la edad de los alumnos”.

“Los diseños curriculares proponen un corpus de textos literarios -aporta Rosas-, pero luego cada docente, de acuerdo a su grupo de estudiantes, selecciona los que considera más adecuados”.

“El centro de la cuestión es qué se aprende y cómo se enseña -se suma el escritor Mempo Giardinelli-. Por eso el valor de la lectura es constitutivo, es lo que forma ciudadanía”. Según Giardinelli, además, “algunos dicen que hay problemas más urgentes que resolver, y es verdad, pero esto también tiene urgencia. Tiene que ver con la capacitación de los docentes, de los bibliotecarios, de los lectores; hay que cambiar programas de estudio, hay mucho por hacer”.

Captar la atención

El gran desafío que encuentran los docentes hoy, más allá de los libros y autores que se elijan o se sugieran para cada año del nivel secundario, es lograr captar la atención del alumno a través de un texto. ¿Es posible en un mundo superpoblado de pantallas?

“Es difícil pero no imposible -opina Mariela Orsani, docente de Lengua y Castellano-. Y el mejor ejemplo de que se puede lo vemos en el crecimiento que tuvo en los últimos años mercado editorial destinado al público joven”.

Lo que dice la docente es pura verdad: aventuras que incluyen la separación de los padres, protagonistas freaks cada vez más alejados del estereotipo clásico del héroe o la heroína, historias donde la tecnología es un personaje más y finales no siempre felices son algunas de las piezas que conforman el cada vez más rico, cambiante y multifacético rompecabezas de la nueva literatura juvenil, una expresión que, reconocen autores y confirman los propios editores, vive desde hace ya varios años un boom tanto a nivel local como mundial.

Pero mientras el mercado de literatura juvenil crece sin parar, el sistema escolar se pregunta qué hacer con la literatura en la escuela. Sobre todo con los autores clásicos y en el nivel secundario. Y todo en un contexto donde, a la luz de las últimas pruebas PISA, el sistema educativo argentino quedó bajo la lupa y muy cuestionado. Porque además de los problemas con las Matemáticas o la Geografía, las pruebas PISA nos vinieron a enrostrar otra evidencia preocupante: la escuela argentina, según parece, no está construyendo lectores. ¿Cómo se hace para que un chico sienta interés por un texto clásico, por una historia escrita en el siglo XIX?

“Si bien es un problema de la escuela argentina -apunta Orsani-, la falta de interés de los jóvenes por los textos canónicos, que son en definitiva una puerta importante para ingresar al universo de la literatura, es un déficit del sistema educativo de varios países”.

Lo que dice la docente no parece exagerado si se analiza el caso de la mismísima Finlandia, puesta como ejemplo a seguir tras cada medición PISA que la deja siempre en primer lugar. Nadie niega que el país estrella del noreste europeo saca las mejores notas en comprensión lectora, pero tampoco que el sistema escolar finlandés tiene el mismo problema que el argentino: cuando se lee literatura en el aula, sus textos representativos del canon nacional suelen ser odiados por los chicos finlandeses. Los mismos chicos que admiten odiarlos por tener que verlos en la escuela. ¿Entonces? ¿A qué queda reducida la literatura clásica en esas cuatro paredes con un pizarrón al frente?

“Enfocar las clases como aula taller es por supuesto para los docentes un desafío enorme -admite Rosas-, porque ya no se trata de dar clases magistrales, monopolizar la palabra y que del otro lado haya silencio. Dar la palabra es más complejo, es entrar en el conflicto, en el disenso. Pero así como difícil es apasionante. Y por supuesto: es fundamental que el primer entusiasmado y apasionado sea el profesor. De todos modos, así como hay docentes que siempre han trabajado generando verdaderos espacios de participación y condiciones didácticas propicias para que la literatura ‘acontezca’, en otros casos se trata de un proceso de transformación profunda que lleva mucho tiempo construir. No es sencillo. Desde el nivel central debemos acompañar, orientar, estar en el territorio escuchando las distintas problemáticas y buscando las maneras de resolverlas”.

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