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En los últimos años creció el número de personas que eligen pasar sus vacaciones de manera diferente: alojarse en casas de familia o cambiar trabajo por techo y comida. Las redes sociales y las experiencias cara a cara con la cultura local son algunos de los nuevos condimentos a la hora de planificar un viaje
Por CLARISA FERNÁNDEZ
Organizar las vacaciones no es una tarea fácil: hay muchos factores a tener en cuenta y el alojamiento es uno de los más importantes. En la última década el boom de las redes sociales y sitios virtuales colaboraron con la aparición de otras formas de viajar, y surgieron en distintos países redes de hospedaje gratuito, de intercambio cultural o trueque de alojamiento y comida por horas de trabajo. Lejos de ser una moda pasajera, estos variantes se fortalecieron y hoy llegan a muchos países, incluso a la Argentina.
Una de las plataformas más conocidas a la que recurren los aventureros es la de Couchsurfing, que fue creada por surfers de Estados Unidos y Australia para brindarse hospedaje entre surfeadores que buscaban mejores olas en distintos lugares del planeta. Con el paso de los años se convirtió en un fenómeno global, con más de 6 millones de “surfeadores de sofás”, en 100 mil ciudades de todo el mundo. Argentina cuenta con alrededor de 55.000 usuarios de este servicio comunitario, que gestionan la estadía de sus vacaciones en casas de locales, a través de perfiles virtuales y sistemas de referencias. Otra plataforma similar es Help Exchange, que se distingue porque en vez de ser alojamiento gratuito por un par de días privilegiando el intercambio cultural, se ofrece casa y comida a cambio de unas cuatro horas trabajo voluntario. Este acuerdo tácito se extiende por una o dos semanas, y hasta puede llegar a durar meses. Otros sistemas como Guest To Guest –De un invitado a otro-, o Home for Home –Casa por Casa -, proponen hacer un intercambio de hogares entre dos familias que quieren irse de vacaciones, generando así la posibilidad de viajar sin pagar alojamiento.
Dentro de las condiciones que todas estas modalidades de viaje proponen son fundamentales los sistemas de puntuación y recomendación que los distintos usuarios crean, tanto de los locales como de los visitantes, ya que de esa manera se puede elegir la casa de destino con ciertos conocimientos previos de ambas partes. Además, las referencias funcionan como un elemento de regulación e información sobre la “reputación” de los huéspedes y los anfitriones.
¿Qué tipo de vacaciones buscan los usuarios de estas plataformas? ¿Cuáles son las bondades y desventajas de alojarse en casas locales? Estas preguntas y muchas más se hicieron tres jóvenes platenses que eligieron pasar sus vacaciones bien lejos de su país, y redescubrir el mundo a través de ojos foráneos.
Federico Mazza tiene 25 años y es diseñador en Comunicación Visual. Cuando decidió ir a conocer Nueva Zelanda ya tenía algunos viajes en su haber, pero siempre en Argentina y en carpa. Sin embargo, llegar a las provincias norteñas en bicicleta no se pareció en nada a su llegada a Gisborne, después de 16 horas vuelo, para trabajar irrigando lechugas en una empresa donde todos hablaban inglés, sin saber una palabra de ese idioma. Ese shock cultural fue para él un estímulo que lo llevó a inscribirse en la plataforma Help Exchange para hacer WWOFING –acrónimo de Wold Wide Opportunities in Organic Farms (Oportunidades de Voluntariado Alrededor del Mundo en Granjas Orgánicas)-.
La propuesta de WWOFING nació en los años setenta con la idea de generar un intercambio de alojamiento por trabajo en lugares que enseñen hábitos sustentables. Sin embargo, hoy en día el tipo de trabajo requerido se adapta al territorio en donde surge. Con esta idea Federico viajó más de tres meses por Australia, conociendo lugares como Wellington, mientras le pintaba la casa a Richard, su anfitrión; talando árboles con motosierra en Lake Moana, para la familia Hardie -mientras ayudaba al pequeño Thomas de siete años con sus tareas del colegio-; o minando oro para la familia Nevard en Greymouth, mientras observaba los más hermosos atardeceres.
Para Federico Urtubey la experiencia fue distinta. Cuando estaba en la secundaria creyó que su profesora de Química estaba loca porque iba a hospedar extranjeros en su casa con Couchsurfing. Tiempo después, cuando un amigo le propuso viajar a Bolivia con ese mismo sistema, creyó que el mundo se había vuelto loco. Unos años más tarde, a los 23, cambió de parecer y aceptó visitar Salvador de Bahía haciendo Couchsurfing.
Argentina cuenta con alrededor de 55.000 usuarios de este servicio comunitario (Couchsurfing), que gestionan la estadía de sus vacaciones en casas de locales, a través de perfiles virtuales y sistemas de referencias
Hoy tiene 25, es profesor de Historia del Arte, estudia Derecho y una Maestría en Ciencias Sociales. Quizá hayan sido sus ansias de conocimiento inagotable o simplemente el paso del tiempo, pero lo cierto es que durante el verano del 2016 redobló la apuesta y viajó a Israel, Rusia y Turquía surfeando en más de un sofá. Los destinos exóticos lo llevaron a vivir situaciones surrealistas, como llegar a San Petersburgo en un tren nocturno, con 30 grados bajo cero y tormenta de nieve vistiendo un sweater de hilo, o que el anfitrión de Tel Aviv le diera con toda confianza la llave de su casa haciéndole ahorrar unos cuantos euros: “además yo hacía mi vida, mucho más independiente que en las otras casas”, recuerda Federico.
El caso de Tracy Carhuamaca Antezana, de 37 años, es bien particular. Peruana de origen, reside en La Plata desde hace 19 años. Dejó su tierra para estudiar, y en suelos argentinos terminó el secundario y luego la carrera de Medicina. Hoy es médica en Atención Primaria, con posgrado en Epidemiología. Tracy no se siente una experta en viajes, y menos en vacaciones exóticas, siempre que ha viajado fue de la manera tradicional: con reserva de hotel y destino prefijado. Hasta que el año pasado una amiga suya –Cintia, también médica- viajó como parte de su residencia a Río de Janeiro. Movida por el deseo de conocer Brasil y de visitar a su amiga, Tracy partió acompañada de Juliana –otra amiga en común- hacia la ciudad de los morros. Allí se empaparon de la cultura local, y lo que menos hicieron fue broncearse en la playa o sacarse fotos bajo los Arcos de Lapa. “Brasil tiene una mística diferente. Me gustó conocer la cotidianeidad de Río, no lo que te muestra el turismo. Lo que vive el carioca día a día”, cuenta Tracy.
“La experiencia es re contra zarpada, no necesitás el medio económico”, dice Federico Mazza entusiasmado cuando recuerda su experiencia de Woofing. Y no es el único fanático de este trueque que cuenta cada vez con más adeptos en nuestro país. En Argentina hay más de 160 chacras que brindan esta experiencia y se concentran mayormente en la Patagonia, pero también las hay en Mendoza, Salta y Buenos Aires.
Los nuevos modos de vacacionar vienen principalmente de la mano de los jóvenes, con un porcentaje mayor entre personas de 18 a 24 años. Cada semana se abren a lo largo del planeta unos 22.000 perfiles de Couchsurfing
Al igual que en el Couchsurfing, el mayor interés de quienes eligen estas alternativas para sus vacaciones es la vivencia de compartir la vida cotidiana local. “Yo quería ir a Nueva Zelanda para aprender inglés y relacionarme con la gente de allá, aprender lo que es la familia, ir a una casa, comer lo que se come allá, los modos de la gente”, admite Mazza. Pero ese intercambio tiene sus reglas tácitas: además de los pulgares para arriba o para abajo que dejan los usuarios en los perfiles, se trata sobre todo de tener la empatía y el respeto necesario, desde ambas partes.
Para Urtubey, “estas modalidades de viaje te obligan a llevar impresos ciertos modos de ser. Tenés que ser generoso, de mente abierta todo el tiempo, sin prejuicios. Y uno los tiene”. Por eso, todas las plataformas destacan ciertos códigos compartidos como el respeto a la diversidad, la confianza y las ganas de aprender cosas nuevas. También exige cierto compromiso de pasar tiempo con el otro, mostrar la ciudad, incluso compartir momentos o conocer las amistades de quien te hospeda. Tanto Mazza como Urtubey deleitaron a sus anfitriones con delicias típicamente argentinas como empanadas o dulce de leche casero: “Nunca habría hecho dulce de leche en otra oportunidad, pero era el nativo, así que tenía que hacerlo”, sonríe Urtubey.
Conocer “otro costado” del lugar de destino puede ser parte del desafío del viajero que no va a hoteles all inclusive o se saca las fotos típicas en los lugares tradicionales. Así lo remarca Tracy respecto de su viaje a Brasil: “La foto en los arcos de Lapa es típica, pero si uno observa lo que pasa ahí cotidianamente es terrible. Gente drogándose, prostituyéndose, viviendo en la calle. Es la realidad que no te muestran los paquetes turísticos y está oculta por las bondades de la naturaleza que brinda el lugar”, afirma.
Los nuevos modos de vacacionar vienen principalmente de la mano de los jóvenes, con un porcentaje mayor entre personas de 18 a 24 años. Cada semana se abren a lo largo del planeta unos 22.000 perfiles de Couchsurfing. Las ciudades más visitadas son Nueva York, París, Londres, Berlín y Estambul. Para los argentinos estas modalidades se agregan a nuevas redes de alojamiento para extranjeros que están naciendo en los destinos más turísticos del país, como Mendoza, Córdoba o Buenos Aires.
“Yo creo que el que viaja conoce Couchsurfing sí o sí, porque está siempre en el coloquio de los viajeros”, dice Mazza, “además conocés gente que no hubieras conocido de otra manera, es re seguro y aprendés un montón”. El diseñador también señala que es una experiencia que hace que uno se dé cuenta de cómo es en ciertas situaciones, y que la clave es el respeto y la solidaridad. Urtubey coincide y agrega que “hay un montón de prácticas que si no convivís con la gente no las conocés. Abrir la heladera y ver qué hay, qué desayunan, por ejemplo”. Sin embargo, este tipo de viaje no es para cualquiera: “Yo creo que si uno busca solo vacacionar, un viaje como el que hice yo no le va a gustar. Porque es ver otra realidad y por ahí uno busca huir de la propia”, afirma Tracy.
A los números elocuentes que visibilizan el crecimiento de estas alternativas de hospedaje se le suman otros sistemas de alojamiento colaborativos entre particulares como el Airbnb –con presencia en 190 países y 34.000 ciudades- u otros servicios comunitarios como el BlaBlaCar, una red social creada para contactar a conductores y potenciales pasajeros que coincidan en destino, día y horario. De esa manera se comparten gastos de nafta y peajes, a la vez que se busca generar un ida y vuelta o diálogo entre el conductor y los viajeros.
“A mí me gusta más el Help Exchange porque es más un intercambio y te podés quedar más tiempo. Yo estuve mínimo una semana, y en los primeros días fue todo más duro, después se fue generando más intercambio”, afirma Mazza. “Nunca lo he hecho yo –dice Tracy- pero tengo amigos que hicieron la experiencia del Couchsurfing y la han pasado siempre bien. Nunca escuché nada malo, de hecho hasta ofrecen su casa. A mí me gustó mucho viajar como lo hice: ir a la casa de mi amiga, disfruté mucho de la compañía y de conocer el lugar desde otro ángulo, no hacer las cosas típicas de viajes”. Para Urtubey no se trata sólo de ahorrar dinero, sino también de obtener un conocimiento de primera mano sobre el lugar: “los locales saben aconsejarte a dónde ir, qué hacer por fuera de los catálogos de turismo”, comenta.
Los lugares dejan huella en los viajeros, y los viajeros en los lugares. Estas modalidades de viaje y hospedaje no son necesariamente nuevas, pero sí se han convertido en opciones cada vez más elegidas a partir de la difusión que tuvieron en las redes sociales. En esos breves momentos de desconexión que representan las vacaciones dentro del año laboral o estudiantil, hay personas que prefieren “volver a conectarse” pero desde otro lugar: priorizando el contacto y el intercambio con otros y aprendiendo de la diversidad que nos brindan otras culturas y modos de entender el mundo. Otras formas de viajar, pero como en casa.
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