Estimado lector, muchas gracias por su interés en nuestras notas. Hemos incorporado el registro con el objetivo de mejorar la información que le brindamos de acuerdo a sus intereses. Para más información haga clic aquí

Enviar Sugerencia
Conectarse a través de Whatsapp
Temas del día:
Buscar

#Capítulo 9: La cita

"Después de un cruce de mensajes por whatsapp y un par de llamadas telefónicas, salí con Lucas, el soltero que había conocido en el cumpleaños de la hija de mi prima. Todo fue bien…normal… Es decir, nada fuera de lo habitual, pero…"

#Capítulo 9: La cita

#Capítulo 9: La cita

3 de Septiembre de 2016 | 13:28

   Después de un cruce de mensajes por whatsapp y un par de llamadas telefónicas, salí con Lucas, el soltero que había conocido en el cumpleaños de la hija de mi prima. Todo fue bien…normal… Es decir, nada fuera de lo habitual, pero…

   Me pasó a buscar por el departamento. Unos segundos más tarde de la hora pautada, un mensaje de texto me avisaba que estaba abajo. Manipulaba un celular de espalda a la puerta del edificio. Giró a mi encuentro al escuchar mis pasos. Beso en la mejilla; intercambio rápido de palabras; subimos a su camioneta.

  Estacionamos frente un bar que me habían recomendado. El lugar no era gran cosa, pero iba bien para la situación. Me dejó elegir la mesa. Nos sentamos junto a una ventana.

   Después de decidir que acompañaría la pizza con cerveza, sumergí el dedo índice en el charquito de cera derretida que rodeaba al fuego del centro de mesa. Pretendía embadurnarme también el mayor cuando el líquido se volcó y enchastró el mantel. Tomé consciencia de lo que estaba haciendo.

   Me propuse mostrarme madura y lo más normal posible durante el resto de la velada. Intenté disculparme de un modo elegante pero sonó artificial y, para colmo, moví el brazo de tal manera que volví a tirar la vela, que él, rápido de reflejos, acomodó. “No te preocupes”, dijo, y miró alrededor. Creo que hundir los dedos en la cera me sentaba más natural. Aunque la mona se vista de seda… Pero todavía quería dejarle una buena impresión.

   Se acercó una chica con un talonario azul en la mano a cobrarnos derecho de espectáculo. Dijo que más tarde tocaría una banda. Nos pareció bien. Él sacó su billetera y pagó por los dos.

   Si no fuera por su insistencia en el remate humorístico, que me dejó con la mandíbula cansada de tanto forzar la gracia, hubiera dicho que todo iba más o menos bien hasta que se empecinó en contarme un sueño. Y ahí sí, me despertó unas profundas ganas de dormir.

   ¡Justo a mí! Que tiemblo cuando escucho un “che, che, no sabés lo que soñé”. Porque sé que se viene una perorata inacabable sobre imágenes absurdas e inconexas que solo le pueden interesar al que las cuenta. Para peor, exigen una interpretación, y el truco de recurrir a una frase general que cierre el tema (“Y… capaz que le debés algo a alguien. No sé. Fijate”) casi nunca resulta, porque quien arrancó con su sueño también decidió que no te dejará libre hasta que se lo analices.

   Así que ahí estaba yo, exprimiendo mi costado más freudiano y tratando acertar alguna frase que lo conformara y, lo más importante, me liberara. Después se cansó del tema, o tal vez entendió mi tercer bostezo. Preguntó por mi vida amorosa. Le conté que había estado viviendo en pareja y que me separé. “¿Y antes?”, quiso saber.

   Intuí que, por conocidos en común, conocía algunos detalles de mi vida. Supuse que la pregunta apuntaba a mi otra convivencia fallida. Así que le dije lo que seguramente ya sabía. Y en un arrebato de audacia, o acaso impulsada por la desilusión de la cita, decidí apretar el acelerador: como de él no me iba a enamorar, fui por más. 

   Le conté que a los quince empecé a tener novios. “Bah, noviecitos de puro beso”, aclaré (tampoco iba a andar exagerando). Dije que siempre fui de tener relaciones largas, pero que al final no me funcionaban. 

   Me había auto-impuesto un plazo “de duelo” de siete meses (sola) entre novio y novio. Pero con tantos chicos interesantes me resultaba dificilísimo respetarlo. En mi más secreta intimidad, lamentaba que algún día me tendría que casar y ahí sí, chau, debería olvidarme para siempre de todos los demás. Me parecía un desperdicio. Aunque claro, también me ilusionaba imaginarme avanzando con el vestido blanco.

   Llegaba arañando a los siete meses. Por supuesto que mientras tachaba días en el almanaque iba preparando el terreno para mi próximo enamoramiento. Después, más canchera en el tema, descubrí una forma de acelerar el conteo: “El último mes casi ni nos vimos”, decía. Listo, con eso conseguía 30 días menos de duelo. O sea, a mi favor.

  Le confesé que mis amigas más antiguas me consideran un caso perdido, pero que yo creía que la causa de mis relaciones fallidas era que no había encontrado –y lo miré directo a los ojos al pronunciarlo- “al indicado”.

   Respondió al llamado: me agarró una mano y la acarició lentamente desde la muñeca hasta la punta de los dedos, con una media sonrisa hacia adentro. Omití decir que ya casi no encuentro candidatos que me resulten interesantes.

   Él contó que estuvo saliendo unos tres años con una chica pero nunca formalizó la relación. Dijo que no se animó a presentarla a su entorno porque ella era de familia humilde y se le notaba. No tenía otra relación larga ni seria en su haber. Comenté que teníamos historias amorosas antagónicas: de un lado sobran y del otro faltan, pero no le causó mucha gracia.

   Habrán sido cerca de las doce cuando cuatro chicos subieron al escenario y empezó el show que nos habían anunciado. El cantante era flaco y alto; usaba el pelo largo y enrulado. Con una bandana roja en la frente, cantaba clásicos del rock nacional.

   El público, distribuido en unas veinte mesas, miraba apaciguado. Pero el cantante no hacía caso a los ánimos del lugar y se comportaba como un rockstar aclamado por un estadio. De a ratos se tiraba al piso y cantaba desde el suelo, despatarrado, o arrancaba a correr entre las mesas y terminaba sobre sillas vacías con los brazos en alto. La gente seguía sus movimientos con una mirada desganada, pero él se comportaba como si el lugar estuviera repleto de fanáticas que le gritaban. Eso sí que era ponerle garra.

   Lo miré a Lucas, a mí, a la pareja de la mesa del costado y a las amigas de más atrás. Y me pareció que, en alguna medida, era también lo que hacíamos todos. No sé si me gustó su show, pero sí lo que para mí significó: un recordatorio de que pese a todo y a todos, hay que remarla. Como dice la canción: “A lo mejor resulta bien”.

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE

Por: la abuela Nini

  Desde que recuerdo el amor figura entre sus asuntos favoritos. De chiquita sólo quería ser grande para poder tener novio. Y de grande no hizo más que saltar de uno a otro. Yo, por si acaso, le iba preparando el ajuar.

  Pero a mí dejame… es puro poema. Después dice que los príncipes se le convierten en sapos y no se cuanto… para mí que le gusta nomás...

  Ya tiene 34, Tic Tac, y sigue sola, Tic Tac. Es sorda. Yo le digo que el príncipe azul no existe, que elija entre lo que queda y se deje de hinchar, pero no hay caso...

Lo peor es para los papás, que si tienen la suerte de tener un nieto van a estar tan viejos que no lo van a poder ni alzar. Yo ya doné el ajuar.

  Ay, esta juventud…no se comprometen con nada, quieren todo fácil nomás.Eso sí, hay que reconocerlo, tanto estudio no fue en vano: escribe los obituarios del diario así que siempre me tiene al tanto.

  Ella resopla, dice que quiere ser escritora y anda buscando una historia para contar. Yo le digo que mejor se ponga cocinar un guiso y tal vez así encuentre un marido.

  Y bueno, esa es la verdad, no sé qué más quieren que les diga… es buena chica. En el fondo es buena chica.

ESTA NOTA ES EXCLUSIVA PARA SUSCRIPTORES

HA ALCANZADO EL LIMITE DE NOTAS GRATUITAS

Para disfrutar este artículo, análisis y más,
por favor, suscríbase a uno de nuestros planes digitales

¿Ya tiene suscripción? Ingresar

Básico Promocional

$135/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $2590

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Suscribirme

Full Promocional

$190/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $3970

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Acceso a la versión PDF

Beneficios Club El Día

Suscribirme
Ir al Inicio
cargando...
Básico Promocional
Acceso ilimitado a www.eldia.com
$135.-

POR MES*

*Costo por 3 meses. Luego $2590.-/mes
Mustang Cloud - CMS para portales de noticias

Para ver nuestro sitio correctamente gire la pantalla