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Por NICOLÁS ISASI
Presentada en el Festival de Venecia, la nueva película de Mel Gibson , “Ni un hombre menos”, refleja la gran lección de vida de un hombre que nunca dejó sus principios y sus convicciones de lado, pese a las peores adversidades.
Basada en una historia verídica, el héroe en cuestión es Desmond Doss, un adventista del séptimo día que se enlista en el ejército estadounidense como objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial con la firme decisión de no tocar un arma, ni en los entrenamientos ni en el campo de batalla. El objetor de conciencia es aquel que no acata órdenes o leyes invocando motivos éticos o religiosos. Y dicha decisión, le trae problemas no sólo con el ejército, sino con sus compañeros, sus superiores y hasta con su familia.
Su lema era el de ayudar, sin causar más muertes durante la guerra. En medio del entrenamiento, y de forma irónica el sargento afirma adelante del batallón armado: “el soldado Doss no cree en la violencia, no esperen que los salve en el campo de batalla”. Tildado como un cobarde por el resto de los soldados, Desmond siguió firme a sus ideas religiosas y a su pensamiento de avanzada, eligiendo ayudar a sus compañeros. Así es como habiendo quedado solo en la cima de un acantilado, logra rescatar a 75 soldados malheridos, y entra en la historia estadounidense al convertirse en el primer objetor de conciencia en obtener una Medalla de Honor.
El título “Hacksaw Ridge” en su versión original en inglés, hace referencia a lo ocurrido en la colina homónima, donde transcurren los acontecimientos. Sin embargo, esta vez el título en castellano (“Hasta el último hombre”), es mucho más significativo ya que resalta el esfuerzo del héroe y le da vida al épico cartel de promoción donde Doss carga a un soldado herido sobre su espalda. Andrew Garfield, como el valiente médico de combate, cuenta con el physique du rôle indicado para el personaje, por sus propias características y por su semejanza con el verdadero Desmond. Su actuación resultó una buena elección y logra conmover a medida que transcurre la historia.
El guión es algo denso al comienzo, con giros melodramáticos previsibles: un hecho traumático de niño, un padre alcohólico que abusa de su poder en la casa, y una joven enfermera que sirve de contrapunto romántico durante el infierno de la guerra. La llegada de los soldados al territorio enemigo, supone un cambio drástico en el ritmo y en el tono de cómo se cuenta la película. Los planos soleados y llenos de naturaleza, son invadidos por el humo, el fuego y el barro. Los diálogos coloquiales o absurdos, entre parroquiales y familiares, se convierten en gritos cortos y frases útiles solo para la supervivencia, en medio de las explosiones.
Como era de esperarse, y al igual que en “La pasión de Cristo”, la sangre está presente desde el comienzo hasta el final, casi como si fuera una protagonista más. Aquí no llega a ser ridícula e inverosímil como en “Kill Bill”, sino que es realmente impresionante, sobre todo en las escenas del combate en Japón donde el impacto de cada bala es un shock para el espectador. Vale destacar el gran aporte del sonido, con Steve Burgess a la cabeza como editor de efectos sonoros. Un hombre que sonorizó más de 140 películas y que junto a un equipo de 20 personas, realizó un trabajo impecable que solo una excelente sala de cine puede reproducir.
Gibson había leído la vida de Doss de joven, y se propuso llevarla al cine para dar a conocer al mundo un héroe nacional. Parte de esa investigación, se observa en el final de la película, con los testimonios reales de los personajes representados, que en pocas palabras nos demuestran con voz desgarradora el horror de la guerra en primera persona.
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