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Opinión |ANÁLISIS

Liberalismo socialdemócrata: oxímoron u oportunidad

La pregunta del millón: ¿Debe el Estado decirle al contribuyente en que gastar o cómo ahorrar?

Liberalismo socialdemócrata: oxímoron u oportunidad
3 de Diciembre de 2017 | 04:21
Edición impresa

Por MARTIN TETAZ
@martintetaz

El viernes se me ocurrió hacer una encuesta en twitter. Pregunté si pensaban que una vez que la gente había pagado los impuestos que le correspondían por sus ganancias, debían tener derecho a elegir libremente que hacer con su dinero o si, por el contrario, era razonable que el Estado limitara esa posibilidad con regulaciones y restricciones, como en el caso del cepo que constreñía la cantidad de dólares que se podían comprar.

Nobleza obliga; Twitter no es una muestra representativa de la población y las personas que contestaron mi encuesta ni siquiera son necesariamente representativas de mis propios seguidores. Hecha esta salvedad, el 78% de los más de 4.000 votantes dijeron que preferían elegir libremente que hacer con su dinero, mientras que 16% escogieron la opción de “libertad con límites” y solo un 4% fue por el camino del “control y regulaciones”.

La motivación de la consulta tenía que ver, en realidad, con una crítica que circulaba en las redes sociales y que vengo escuchando reiteradamente en el sentido de que “el proceso de endeudamiento externo es nocivo porque financia la fuga de capitales”

Primero una breve explicación. Por “fuga” normalmente se refiere a lo que en términos técnicos se denomina “formación de activos externos” y que tiene que ver con las compras de dólares que hacen particulares y empresas con finalidad de ahorro o para adquirir títulos externos.

Es importante entender que se trata de compras legales de divisas, que quedan registradas y que por lo tanto es difícil que estén asociadas a un proceso de evasión tributaria, como muchas veces se quiere hacer creer. Se trata de personas que o bien piensan que el dólar está barato, o bien prefieren tener sus ahorros en moneda dura y lejos de las manos de un Estado que, en muchas oportunidades, se ha quedado con los depósitos de la población.

Entonces, ¿Cuál es el problema en que cada uno haga lo que quiera con su dinero? Si usted ya cumplió con el fisco, ¿por qué el Estado debería meterse en su billetera y decirle en que gastar o cómo ahorrar?

Entiendo que esa es la línea de razonamiento que transitaron la mayoría de los que contestaron mi encuesta.

¿SOMOS TODOS LIBERALES?

Cuando los números empezaron a tomar forma y la participación en la consulta se hizo masiva, se abrió un debate debajo del tuit, porque muchos se sorprendieron por la enorme cantidad de gente que exigía libertad para elegir; el mantra del liberalismo.

Por supuesto, llevando el argumento a un extremo, cualquier forma de imposición viola la libre elección, pero justamente por eso y a sugerencia de uno de mis seguidores, hice la pregunta suponiendo que ya habíamos cumplido con nuestras responsabilidades ciudadanas y abonado los impuestos que nos correspondía.

Me cuento en el enorme colectivo de los que queremos libertad, con un Estado presente que provea educación, salud, seguridad y justicia de calidad. A diferencia de la democracia, donde cada persona tiene un voto y por ende su capacidad de influir en las políticas públicas, por medio del proceso electoral, es independiente de si le tocó nacer en cuna de oro o en una de cartón, en el capitalismo cada persona tiene tantos votos como pesos tenga en la billetera.

En la medida que los ingresos se correspondan con la contribución social que cada uno hace, no me parece mal. Esa es la base que eleva al capitalismo por encima del resto de los sistemas alternativos. No me molesta que Bill Gates gane diez mil veces más de lo que gano yo, porque sé que por cada dólar que entra en su bolsillo hay un usuario de Windows que está mucho mejor de lo que estaría sin ese producto. Es más; soy de la generación que hizo la transición entre las monografías del colegio secundario mecanografiadas en una Olivetti, en la que los errores se pagaban con manchas del borrón o capas de liquid paper, y los trabajos de la universidad tipeados en un Word, con la bendición de la tecla backspace. Tampoco me hace ruido que Messi valga 250 millones de Euros, porque del otro lado del mostrador somos cientos de millones los que disfrutamos de su magia.

Pero sí me indigna que un pibe que es potencialmente tan talentoso, abandone la escuela en séptimo grado, para empujar un carro. También me parece injusto que el hijo de Messi, o el de Gates, o incluso los míos, tengan muchos más votos que otros, por el solo hecho de haber salido favorecidos en la lotería del nacimiento.

UNA ANALOGÍA FUTBOLERA

En términos más generales, defiendo la libertad como capacidad humana básica para elegir y forjarme mi propio destino, pero no demando un mundo sin reglas.

No me gusta una economía donde el Estado me diga cómo debo jugar, si con cuatro delanteros o tres defensores, si colgado del travesaño, o yendo al ataque, pero también entiendo que no existe competencia posible si un equipo pone once en la cancha y el de enfrente le planta catorce, si lo mismo da agarrarla con la mano siendo arquero, que jugando de delantero.

Incluso en las peleas más salvajes del “vale todo”, no vale todo; hay reglas y hay un árbitro que las administra.

Hay por supuesto liberales minarquicos, que se sienten cómodos con un Estado mínimo, e incluso también los hay completamente anárquicos, pero en ambos casos son minorías.

Lo que parece haber mostrado la encuesta que aquí comentamos es que hay una enorme mayoría de la gente que adora la libertad, pero que está dispuesta a pagar sus impuestos para que el Estado ponga reglas básicas de juego y contribuya a igualar oportunidades de manera que solo el talento, el esfuerzo y la actitud hacia el riesgo, expliquen la riqueza de las personas.

 

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