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La Ciudad |Una comunidad ganada por la incertidumbre y la angustia

Por la intoxicación masiva de perros, en Correas los chicos no salen ni al recreo

Es por el temor a que los afecte el veneno destinado a las mascotas

5 de Julio de 2017 | 03:03
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Fiona, Hosco, Pelusa, Pipo, Negro, Ivo, Layca, Coli. Pintados en el pavimento, con la huella de la pata que los representa como especie al lado de cada nombre, en Ignacio Correas recuerdan así a algunos de los perros que han muerto envenenados, según dicen en el pueblo, desde hace cuatro años, por “rachas”. La lista es mucho más extensa. Son 56 las mascotas evocadas a lo largo de una de las cuadras de la calle principal de la última localidad platense antes de llegar al partido de Magdalena. Igual, tampoco son todas y la cifra está bien lejos del total que cree la gente que se llevó la modalidad de arrojar en la zona carne picada con potentes tóxicos: alrededor de 300.

El miedo y el misterio, los mismos ingredientes que mantienen la tensión en las películas de terror, se apoderaron de los habitantes de Correas, una pequeña población de no más 600 vecinos, establecida desde 1887 en medio del campo, con una calle de acceso -la 30, que corresponde a la nomenclada con el mismo número del casco histórico de La Plata- asfaltada en 500 metros, una escuela primaria de 80 alumnos, una capilla, dos establecimientos mezcla de almacén y bar, y unas pocas viviendas.

NI AL RECREO, POR TEMOR

Desde hace unos días, en la institución educativa, los chicos no salen al patio durante los recreos, y las familias tampoco les permiten ir a la calle a sus hijos sin el control estricto de los adultos. En un poblado rural como ese, a salvo por ahora de la inseguridad que se vive en las grandes ciudades, era común hasta hace muy poco que los nenes jugaran en la puerta de sus casas. Para esa comunidad, la posibilidad de que alguna persona se intoxique es un peligro siempre latente.

Una idea de la gran preocupación que generó la última matanza masiva de perros, ocurrida en dos días de la semana pasada, la da el mensaje, firmado por la directora de la Escuela 108, Liliana Villarreal, y pegado en la puerta de entrada del colegio con información sobre algunas medidas adoptadas por la institución y sugerencias para las familias de los nenes. Allí se indica que por los perros muertos que aparecieron en el patio del establecimiento se realizó la denuncia en la comisaría de Arana y se pidió la desinfección de las instalaciones. También se alerta a los padres de que tomen recaudos con sus chicos en los hogares. Se teme que haya restos de la sustancia que suelen tirar para matar animales en cualquier superficie y que algún menor se intoxique.

“No los dejamos salir de las aulas -contó una de las auxiliares docentes de la escuela-. Por las dudas. Los chicos vieron a los dos animales, que consideraban de ellos, tirados muertos. Creemos que alguien tiró el veneno adentro de la escuela. Y es que los perros acá son parte de nuestra comunidad. Por eso teníamos dos, que eran de la calle, pero que se instalaron, los mandamos a castrar y los alimentábamos”.

A lo largo de la calle central del pueblo circulan pocos vehículos; cada tanto pasa el ramal 80 de la línea Este; caminan los vecinos que llevan o a van a buscar a sus hijos a la escuela, hacen mandados o se acercan a la iglesia; y deambulan muchos perros, algunos de raza y otros mestizos, pero todos con dueño. Y es que Correas es un típico pueblo de campo, donde las mascotas entran y salen de sus hogares con total libertad.

En esa misma calle no sólo se rememora con sus nombres pintados en el asfalto a los perros que han venido muriendo por efecto de carne contaminada. También en más de una esquina se recuerda con una foto y expresiones de dolor a mascotas desaparecidas en algunas de las matanzas que ocurren por temporadas.

Con tantas decenas de muertes de perros acumuladas, los vecinos de Correas ya no saben qué pensar y las sospechas van hacia todas las direcciones.

Sin embargo, la línea más firme entre las hipótesis de los vecinos apunta al sector de la producción rural. No sobre alguna persona en particular, pero sí en relación a las circunstancias en que pueden suceder las oleadas de envenenamientos. “Hay muchos perros y algunos salen a los campos y matan terneros. No me extrañaría que los dueños del ganado busquen de esta manera terminar con eso”, sugirió un vecino del pueblo a la vez que calificó de “gran misterio” las reiteradas masacres de animales.

Otro foco de peligro es la capilla Santa Marta. La sede religiosa, levantada en 1989, amplia y cómoda, de ladrillo y madera, está emplazada hacia el final de la calle principal, ya en un pavimento que es de ripio y en un entorno todavía más rural que el del resto del pueblo. Rodeada, por lo tanto, de numerosos perros. Un grupo de mujeres, laicas consagradas, está a cargo de las actividades principales del templo, que se reparten entre el martes, el jueves y el sábado y a las que acuden decenas de chicos y jóvenes. Además, a la misa sabatina de las 17, que oficia el sacerdote Carlos Pont, también concurre una buena cantidad de feligreses de la zona.

“El sábado estaba el grupo de scouts sentados sobre el pasto, como siempre, y vino un vecino corriendo para avisarnos que acababa de morir su perro envenenado. Los chicos tuvieron que levantarse y dejar de hacer lo que estaban haciendo porque es un riesgo enorme. Hace cuatro años que cada tanto se viene una matanza de perros y ahora estamos con mucho miedo porque sucedió otra”, comentó Cecilia Comondi, a cargo de las actividades parroquiales de la iglesia de Correas.

Tal es la magnitud del misterio que cobró la repetida intoxicación intencional de perros que, aseguró, Comondi, “todos somos sospechosos”.

 

3

Personas se intoxicaron por haber estado en contacto con una perra que quisieron salvar del envenenamiento

4

Años hace que los vecinos de Correas ven cómo matan, por oleadas, a los perros del pueblo

 

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