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Es evidente, como refleja nuestro estudio en el Observatorio de Calidad Educativa, que la tradicional familia nuclear dejó de tener vigencia (ha ido mutando hacia otras conformaciones familiares) y el pacto que había construido con la escuela está en crisis. Los adultos ya no acompañan tácitamente el trabajo docente, y en no pocos casos, se presentan conflictos y diferencias.
En aquel acuerdo se daban por sentado (aunque sea como parte de un imaginario dominante) que los padres salían a trabajar y el/los hijos a estudiar. Los que no estudiaban debían ir a trabajar. Ir a la escuela era seguro. Volver también. La escuela pública no era cuestionada en su calidad y los padres actuaban confiados que allí se formaban las generaciones futuras.
Las distintas crisis económicas generaron que una enorme cantidad de compatriotas no se hayan formado en aquella cultura del trabajo, como tampoco en la tranquilidad de circular por la ciudad o habitar la casa. Claramente vivimos en sociedades más complejas, fragmentadas, y expuestas y constituidas a la vez por nuevas mediaciones, mucho más aleatorias e inestables.
En muchas de estas nuevas familias los padres tienen menor nivel de instrucción que sus hijos, viven en condiciones socioeconómicas críticas, sólo hay un adulto, no tienen cobertura de salud para sus hijos y el trabajo es precario o directamente no existe; las drogas hacen estragos entre los jóvenes y una violencia creciente se naturaliza como parte del paisaje en el que el Estado y las instituciones tradicionales (Iglesias, partidos políticos, clubes) retroceden.
En ese contexto la escuela surge como un islote al que llegan “desbordados” (como manifestó la madre que en esta semana agredió a una docente en Garín) todos los reclamos: los sociales, los de salud, los educativos.
Los padres dicen claramente: queremos educación de calidad; educación sexual, seguridad, prevención para las problemáticas de adicciones, violencia familiar, social y de género, actividades deportivas y mayor acceso a la tecnología. Son algunas de las demandas de los padres. Pero el Estado parece no escucharlos o está lejos.
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