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El país |Impresiones

Los enigmas sobre Nisman

Por Aleardo F. Laría *

19 de Septiembre de 2017 | 03:02
Edición impresa

Los fiscales que han venido impulsando la tesis del magnicidio de Nisman han conseguido un dictamen pericial de Gendarmería favorable a su hipótesis. A partir de esa novedad, los aficionados a las novelas policiales tendrán ahora que develar algunos misterios. Si la muerte de Nisman fue un asesinato, el primer enigma que se presenta parte del hecho llamativo de que la escena que dejaron los asesinos ha sido la propia de un suicidio. No es habitual que luego de cometido un asesinato se dediquen denodados esfuerzos para simular un suicidio, de modo que habría que encontrar una explicación razonable de los móviles que llevaron a realizar una tarea que habría insumido varias horas de minuciosa y arriesgada labor. Como se verá a continuación, tampoco es este el único misterio.

Otro enigma es como hicieron los autores, acompañados de una brigada de limpieza, para entrar en el departamento del fiscal sin ser advertidos por los diversos grupos policiales que lo custodiaban. No es de descartar que el fiscal contara también con la protección del Mossad. Pese a estas extraordinarias medidas de seguridad, el equipo de asesinos logró colarse en el interior de un departamento cerrado con modernos sistemas de seguridad, sin fracturarlo y sin dejar rastros del ingreso ni del egreso en los circuitos de TV del edificio.

Ahora, imaginemos que a las 2 de la madrugada del domingo, sin ejercer violencia física sobre el cuerpo, sin que se oiga ningún grito, después de conseguir que el fiscal se tome una dosis de ketamina, los autores, trasladan al fiscal al baño y consiguen que se dispare, con tanta pulcritud, que no quedan rastros de ADN de ninguno de los asesinos en el baño. Tienen tanta fortuna los criminales que consiguen, además, que el cuerpo caiga de tal modo que la cabeza del fiscal cierre la puerta del baño. Para obtener el mayor realismo no utilizan sus armas sino que emplean la pistola que le fue facilitada al fiscal el día anterior, es decir que constituye otro enigma saber cómo accedieron a esa información. Aparentemente, luego de cumplir con su macabra tarea, los asesinos abren la computadora del fiscal y se dedican, a las 7 de la mañana, a recorrer diarios en la web. Una relación íntima y reciente del fiscal con una modelo, aunque sorprenda, también era de conocimiento de los asesinos, de modo que visitan la página de Facebook de la agraciada modelo. Finalmente, dado el interés por el esoterismo de estos criminales, visitan otra página que habla del regreso desde la muerte. Recién entonces deciden abandonar la escena del crimen, luego de limpiar con tanto cuidado sus huellas que no dejan rastros de ningún tipo en el resto del departamento. (Sabemos, por tantos investigadores diletantes que han aparecido estos días, que cuando se trata de un camión de Gendarmería, los restos de ADN duran mucho tiempo y no pueden ser borrados fácilmente sin contar con productos especiales).

A continuación, como corresponde a todo buen lector de novelas policiales, cabe formularse la clásica pregunta de los investigadores: ¿cui bono?, es decir, ¿a quién beneficia el crimen? El asunto está tan amortizado políticamente, que hasta la propia Cristina, en su reciente entrevista, no ha tenido ningún reparo en adherir a la tesis del crimen. En ese mismo reportaje la ex presidenta señala que después de lo acontecido con Duhalde, ella y su marido decidieron no reprimir los cortes de ruta para no cargar con un muerto. De modo que parece poco razonable pensar que desde el gobierno de CFK hubiera partido una orden que previsiblemente iba a incendiar la pradera política. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que la muerte del fiscal de ningún modo paralizaba una denuncia que podía seguir por sus cauces ordinarios, como de hecho ha acontecido.

¿Y EL AYUDANTE?

¿Beneficiaba el crimen a Diego Lagomarsino? El informático venía recibiendo un sueldo importante de la fiscalía especial que dirigía Nisman y es difícil creer que alguien decida matar a la gallina de los huevos de oro, sin contar con algún motivo consistente. Por otra parte, parece obvio que cuando estuvo en la casa de Nisman el día sábado por la tarde no pudo haberlo matado, puesto que el fiscal habló por teléfono con una secretaria luego de la partida del informático. En cualquier caso sería francamente absurdo pensar que Lagomarsino colaboró en fraguar una complicada escena de suicidio, ofreciendo inocentemente la pistola que el día anterior le había prestado al fiscal, para de ese modo quedar eternamente pegado a la causa.

Si los autores fueron los integrantes de una célula terrorista iraní -como sugirió Elisa Carrió- llama la atención el tiempo y la tranquilidad con que se tomaron la labor estos terroristas extranjeros que se sentían tan seguros en otro país. En vez de utilizar las armas que se supone portaban -es difícil imaginar terroristas desarmados- y concluir rápidamente con su misión, buscan, encuentran y usan la vieja pistola prestada por Lagomarsino al fiscal para simular un suicidio y después de concluir su tenebrosa tarea permanecen largo tiempo en el departamento, navegando por la computadora del fiscal, asumiendo un riesgo innecesario, contrario a toda lógica.

Como es sabido en las investigaciones policiales, al primero a quien se cita a declarar es a aquella persona marcada de algún modo como partícipe o autor por la propia víctima. Si seguimos esa lógica, aunque suene increíble, debería ser investigado el juez Claudio Bonadio, dado que fue acusado por el propio Nisman de estar planeando su muerte.

En definitiva, y a modo de conclusión, la tarea de encontrarle un asesino al crimen de Nisman se presenta tan ardua y complicada, que cabe pronosticar que este misterio permanecerá eternamente abierto y sin resolver. Mientras nadie lo aclare, algunos seguirán pensando que nunca será posible encontrar al asesino de un suicida.

* Columnista de DyN

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