Hace falta impulsar un enérgico plan de reparación de las veredas

En muchas ocasiones se ha hablado en esta columna del estado deplorable que exhiben muchas veredas de la Ciudad, señalándose que la persistencia del problema, que se remonta a muchos años atrás, lo agrava, además de dejar a la vista un desinterés preocupante de las sucesivas administraciones ante las cuestiones básicas que plantea un debido mantenimiento urbano. Lo cierto es que el principio básico de garantizar el uso seguro de las veredas está lejos de ser alcanzado.

Ahora un informe publicado en este diario aludió a la gran cantidad de escollos urbanos que los transeúntes se ven obligados a sortear, algunos de los cuales, por el peligro que representan, pueden convertirse en causales de graves accidentes. Desde tapas de medidores sueltas hasta postes por caer –sin dejar de mencionar las tradicionales y sempiternas baldosas rotas o faltantes- cualquier caminante puede terminar como víctima frente a esos obstáculos inesperados.

A esa nómina meramente ejemplificativa pueden sumarse los pozos abiertos en las veredas por obras inconclusas, muchos de ellos sin vallas de protección; las rampas deterioradas; las pérdidas de agua que se convierten en pequeños lagos sobre las veredas; los desniveles por las raíces de los árboles; los canteros en mal estado; las tapas abiertas de medidores eléctricos empotradas en los frentes, algunos carteles rotos, convertidos todos en trampas que, además, desnudan la absoluta desidia puesta en un debido mantenimiento urbano.

Pocos meses atrás se señaló en esta columna que son muchas las veredas pertenecientes a organismos del gobierno provincial o, inclusive, municipal, que se encuentran virtualmente destruidas y semanas atrás se describió esta misma situación en las cuatro veredas que rodean a la manzana del ex Mercado, en el centro platense.

Si bien es cierto que muchos de los reclamos se suelen presentar ante organismos municipales, correspondería enfatizar en que la limpieza y el debido mantenimiento de las veredas son obligaciones que le corresponden a cada frentista, sea éste un particular o una entidad pública.

En este sentido, no son pocos los vecinos que, por desconocimiento, se desentienden de las veredas pues suponen que es la Comuna la que debe ocuparse de ellas. En todo caso, a los organismos municipales les corresponde obligar a los vecinos a que mantengan sus veredas en buenas condiciones. Pero además de la suciedad, cualquier recorrida alcanza para confirmar que transitar por las veredas constituye una verdadera aventura, ya que muchas de ellas -inclusive en la zona céntrica- se encuentran dominadas por abruptos desniveles, hundimientos, sectores de tierra que, cuando llueve, se convierten en lodazales y otras “cicatrices” impropias.

Ello sin mencionar los otros obstáculos que suelen entorpecer el paso, como las empalizadas frente a las obras que no dejan lugar para que los peatones puedan transitar, obligándolos a bajar a la calle; las tapas de servicios faltantes; los metros cuadrados de vereda “conquistados” por los comerciantes instalados o por los ambulantes y por tantas otras personas, que se consideran con derecho para convertir en bienes de uso privado, espacios que son de excluyente naturaleza pública.

Las autoridades locales, que disponen de plena incumbencia y de poder en esta materia, no debiera permitir que la cuestión quede librada a su propia inercia y, por el contrario, debe actuar en forma enérgica para que las veredas -convenientemente higienizadas por los propietarios- puedan ser transitadas sin incomodidades ni riesgos.