Atletas platenses frente al desafío de vivir a ciegas
| 24 de Noviembre de 1999 | 00:00

"No hacen falta ojos para ver más allá. Basta con que cierres los párpados para que aparezcan tus ilusiones, tus esperanzas, tus motivos para luchar. Lo importante está en vos, adentro, esperando que te animes a mostrarlo. No te fijes en los demás, hacé lo que a vos te parece sin bajar la vista ante nadie. Tu voluntad puede transformar tus lágrimas en sudor, tu desgano en sacrificio, tu duda en convicción. Te permite pararte después de cada tropiezo y hace que tus problemas dejen de serlo. Si no ves la fuerza que hay adentro tuyo, el que está ciego sos vos".
Pablo Carozo tiene 30 años, es el recordman argentino de atletas no videntes en 100 y 200 metros, y la cita anterior pertenece a su tarjeta de presentación, auspiciada por una conocida marca deportiva. Pero no es Pablo el único deportista no vidente ligado a nuestra ciudad que, todos los días, se enfrenta con espíritu templado al desafío de vivir a ciegas. Lo acompañan con idéntico temperamento y éxito otros dos ejemplos, Luis Gigena, 27 años, campeón nacional de fisiculturismo, y Miguel Salinas, 21 años, judoca, medalla de bronce en los últimos juegos panamericanos disputados en Estados Unidos.
TRES HISTORIAS, TRES EJEMPLOS
"A los 10 años perdí la visión en una cancha de fútbol -señala Pablo Carozo- al caerme de una tribuna durante un partido del Mundial 78, cuando jugaban Argentina-Hungría. Desde los 12 comencé a desarrollar actividades deportivas en el ámbito escolar, y entonces descubrí que el deporte podía proporcionarme una forma de vida distinta. Fue así que me dediqué intensivamente al atletismo y pronto comencé a superar mis propias marcas, llegando a participar en torneos locales, nacionales e internacionales cada vez mas relevantes. Obtuve una medalla de bronce en 200 metros y otra de plata en 100 metros en los Juegos Panamericanos de 1995; participé en los Paraolímpicos de Barcelona en 1992 con un 11º puesto en 200 metros; en el Campeonato Mundial de Ciegos de Berlín en 1992 y en el de Madrid de 1998. Durante todos estos torneos conseguí los récords nacionales en 100 y 200 metros".
"Con todas estas experiencias -asegura- me atrevo a afirmar que lo que se emprende con pasión y con fuerza resulta sumamente saludable. Si al mismo tiempo se consigue un lugar y hasta se logra notoriedad, el saldo es todavía más positivo, para la persona discapacitada en primer término, pero también para la comunidad en la que vive".
"No es sencillo transformar actitudes y prejuicios milenarios -dice Pablo- pero considero que ya casi en el año 2.000 tenemos todas las posibilidades para operar un cambio, el que solo podrá cristalizarse dando pasos seguros y precisos, trabajando sobre lo próximo y lo concreto. Porque la apertura y la destrucción de los mitos, serán posibles si se logran reconocer nuestras posibilidades de desarrollo, si se nos brinda contención sin caer en el asistencialismo, si se promueven las potencialidades que todos tenemos. Hay otro modo de mirar al discapacitado, y creo que se debe aprender a observarnos desde la potencialidad y no desde la incapacidad".
Luis Gigena tiene 27 años y sufrió al nacer una toxoplasmosis congénita que le disminuyó la visión en un gran porcentaje, hasta perderla completamente cuando tenía 13 años. Pero nada lo obstaculizó para abrazar un deporte que hoy lo encuentra como campeón nacional de la categoría "primera pesados".
"De cuando era chico recuerdo un poco los colores y la estética de algunas cosas -cuenta- y no sé si eso es mejor o peor, porque siempre hice una vida absolutamente normal. A los 17 empecé a ir a gimnasios y, por mi cuerpo, los preparadores me decían que tenía condiciones para el fisiculturismo, y comencé a volcarme a esta disciplina, en la que compito desde hace 4 años, obviamente que sin espejo, que para esta actividad es fundamental".
Luis muestra un cuerpo sencillamente espectacular, desde sus 1,86 metros de estatura y sus 120 kilos de peso que, en el momento de la competencia definida se reducen a 104 kilos de musculatura pura. Esa "percha", inclusive, lo llevó a desfilar para el modisto Roberto Piazza.
"Lamentablemente -afirma- en nuestro país no existe una buena infraestructura para los discapacitados, y no hablo solamente de los deportistas, aunque hay cosas que francamente me dan bronca. Por estos días, por ejemplo, están todos con el tema de la rodilla de Palermo, de su lesión y de todo eso, sin que nadie ni siquiera se acuerde de los atletas discapacitados que todos los días se entrenan en el Cenard. Porque Palermo en cinco meses se va a recuperar, pero esos chicos no se recuperan nunca más y sin embargo trabajan y se esfuerzan igual o más que Palermo. Lo mismo sucede en mi actividad, los culturistas argentinos somos los mejores de Sudamérica, y sin embargo tenemos que trabajar absolutamente sin medios".
Miguel Salinas tiene 21 años, nació prematuro y una sobredosis de oxígeno, en la incubadora, le quemó las retinas. Hoy no solo entrena todos los días en el Cenard dada su condición de judoca -es cinturón azul- sino que también cursa el cuarto año de abogacía en la UNLP. Y mientras se prepara para un torneo que tendrá lugar este sábado en la sede de Estudiantes, no deja de mostrar su sentido del humor, como cuando le pide a sus profesores que "escriban con la letra más clara" o como cuando le pide a sus compañeros que se corran porque "me tapan y no me dejan ver".
"Participé del Mundial 98 en España -cuenta- en los Panamericanos que se hicieron en octubre en Estados Unidos, en el Mundial de Ciegos en el 95 y en muchos torneos locales compitiendo contra judocas convencionales con los que gano y pierdo. Los que ven pueden tener alguna ventaja al anticipar un movimiento, pero no es mucho y las luchas resultan parejas. Ya te digo, con ellos gano y pierdo, el problema no es que vean o no, sino que sean mejores o peores que yo".
"El judo me sirve no solo como deporte -señala Miguel- sino que me permite tener más concentración, seguridad, coordinación motriz y equilibrio, y también mayores reflejos". En una oportunidad, también, le sirvió para conservar su guitarra. Se la quisieron robar en un micro y el circunstancial ladrón terminó con su mano muy lastimada. "Le tuve que hacer una palanca -cuenta riéndose- y la guitarra se quedó conmigo, porque el tipo se tuvo que bajar en la parada siguiente, bastante dolorido".
Pablo Carozo tiene 30 años, es el recordman argentino de atletas no videntes en 100 y 200 metros, y la cita anterior pertenece a su tarjeta de presentación, auspiciada por una conocida marca deportiva. Pero no es Pablo el único deportista no vidente ligado a nuestra ciudad que, todos los días, se enfrenta con espíritu templado al desafío de vivir a ciegas. Lo acompañan con idéntico temperamento y éxito otros dos ejemplos, Luis Gigena, 27 años, campeón nacional de fisiculturismo, y Miguel Salinas, 21 años, judoca, medalla de bronce en los últimos juegos panamericanos disputados en Estados Unidos.
TRES HISTORIAS, TRES EJEMPLOS
"A los 10 años perdí la visión en una cancha de fútbol -señala Pablo Carozo- al caerme de una tribuna durante un partido del Mundial 78, cuando jugaban Argentina-Hungría. Desde los 12 comencé a desarrollar actividades deportivas en el ámbito escolar, y entonces descubrí que el deporte podía proporcionarme una forma de vida distinta. Fue así que me dediqué intensivamente al atletismo y pronto comencé a superar mis propias marcas, llegando a participar en torneos locales, nacionales e internacionales cada vez mas relevantes. Obtuve una medalla de bronce en 200 metros y otra de plata en 100 metros en los Juegos Panamericanos de 1995; participé en los Paraolímpicos de Barcelona en 1992 con un 11º puesto en 200 metros; en el Campeonato Mundial de Ciegos de Berlín en 1992 y en el de Madrid de 1998. Durante todos estos torneos conseguí los récords nacionales en 100 y 200 metros".
"Con todas estas experiencias -asegura- me atrevo a afirmar que lo que se emprende con pasión y con fuerza resulta sumamente saludable. Si al mismo tiempo se consigue un lugar y hasta se logra notoriedad, el saldo es todavía más positivo, para la persona discapacitada en primer término, pero también para la comunidad en la que vive".
"No es sencillo transformar actitudes y prejuicios milenarios -dice Pablo- pero considero que ya casi en el año 2.000 tenemos todas las posibilidades para operar un cambio, el que solo podrá cristalizarse dando pasos seguros y precisos, trabajando sobre lo próximo y lo concreto. Porque la apertura y la destrucción de los mitos, serán posibles si se logran reconocer nuestras posibilidades de desarrollo, si se nos brinda contención sin caer en el asistencialismo, si se promueven las potencialidades que todos tenemos. Hay otro modo de mirar al discapacitado, y creo que se debe aprender a observarnos desde la potencialidad y no desde la incapacidad".
Luis Gigena tiene 27 años y sufrió al nacer una toxoplasmosis congénita que le disminuyó la visión en un gran porcentaje, hasta perderla completamente cuando tenía 13 años. Pero nada lo obstaculizó para abrazar un deporte que hoy lo encuentra como campeón nacional de la categoría "primera pesados".
"De cuando era chico recuerdo un poco los colores y la estética de algunas cosas -cuenta- y no sé si eso es mejor o peor, porque siempre hice una vida absolutamente normal. A los 17 empecé a ir a gimnasios y, por mi cuerpo, los preparadores me decían que tenía condiciones para el fisiculturismo, y comencé a volcarme a esta disciplina, en la que compito desde hace 4 años, obviamente que sin espejo, que para esta actividad es fundamental".
Luis muestra un cuerpo sencillamente espectacular, desde sus 1,86 metros de estatura y sus 120 kilos de peso que, en el momento de la competencia definida se reducen a 104 kilos de musculatura pura. Esa "percha", inclusive, lo llevó a desfilar para el modisto Roberto Piazza.
"Lamentablemente -afirma- en nuestro país no existe una buena infraestructura para los discapacitados, y no hablo solamente de los deportistas, aunque hay cosas que francamente me dan bronca. Por estos días, por ejemplo, están todos con el tema de la rodilla de Palermo, de su lesión y de todo eso, sin que nadie ni siquiera se acuerde de los atletas discapacitados que todos los días se entrenan en el Cenard. Porque Palermo en cinco meses se va a recuperar, pero esos chicos no se recuperan nunca más y sin embargo trabajan y se esfuerzan igual o más que Palermo. Lo mismo sucede en mi actividad, los culturistas argentinos somos los mejores de Sudamérica, y sin embargo tenemos que trabajar absolutamente sin medios".
Miguel Salinas tiene 21 años, nació prematuro y una sobredosis de oxígeno, en la incubadora, le quemó las retinas. Hoy no solo entrena todos los días en el Cenard dada su condición de judoca -es cinturón azul- sino que también cursa el cuarto año de abogacía en la UNLP. Y mientras se prepara para un torneo que tendrá lugar este sábado en la sede de Estudiantes, no deja de mostrar su sentido del humor, como cuando le pide a sus profesores que "escriban con la letra más clara" o como cuando le pide a sus compañeros que se corran porque "me tapan y no me dejan ver".
"Participé del Mundial 98 en España -cuenta- en los Panamericanos que se hicieron en octubre en Estados Unidos, en el Mundial de Ciegos en el 95 y en muchos torneos locales compitiendo contra judocas convencionales con los que gano y pierdo. Los que ven pueden tener alguna ventaja al anticipar un movimiento, pero no es mucho y las luchas resultan parejas. Ya te digo, con ellos gano y pierdo, el problema no es que vean o no, sino que sean mejores o peores que yo".
"El judo me sirve no solo como deporte -señala Miguel- sino que me permite tener más concentración, seguridad, coordinación motriz y equilibrio, y también mayores reflejos". En una oportunidad, también, le sirvió para conservar su guitarra. Se la quisieron robar en un micro y el circunstancial ladrón terminó con su mano muy lastimada. "Le tuve que hacer una palanca -cuenta riéndose- y la guitarra se quedó conmigo, porque el tipo se tuvo que bajar en la parada siguiente, bastante dolorido".
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE