Cuando el azar se transforma en pesadilla
| 25 de Agosto de 1999 | 00:00

Cuando con apenas 15 años, Santiago M. ganó el Prode con una boleta hecha a nombre de su padre, creyó ver en ese golpe de suerte un guiño del destino. Inmerso en el clima efervescente de los brindis y las felicitaciones, se convenció de que había nacido tocado por la varita mágica de la fortuna. Y se propuso no desaprovechar esa oportunidad. Sin embargo, el paso de los años convertiría aquel regalo del azar en una trampa. Un espaldarazo para arrojarlo a lo más hondo de su desgracia personal: el juego compulsivo.
"La mayoría de las veces se empieza en esto con un acierto importante. A uno le parece que a partir de allí va a convertirse en el mejor jugador. Y que mientras el resto de la gente trabaja, uno va a ganarse la vida de una forma más divertida y con más... adrenalina. Esa es la fantasía que comparten la mayoría de los jugadores compulsivos", completa Manuel, quien sabe la historia de más de un amigo que conoció reveses del destino similares a los que padeció Santiago.
Manuel y Santiago son platenses. Uno fue comerciante hasta que lo perdió todo jugando. El otro fue bancario hasta que el juego lo dejó sin empleo y sumido en una profunda depresión. Cuando tocaron fondo, ambos se decidieron a enfrentar su adicción participando en grupos de autoayuda para jugadores compulsivos.
Santiago y Manuel son también dos de los platenses que se decidieron a fundar el primer grupo de Jugadores Anónimos platense, que comenzó a funcionar en una parroquia de Ringuelet el último sábado.
La iniciativa no es caprichosa ni aislada, explican: el flamante grupo de autoayuda para adictos al juego local se suma a los otros 20 que con similares características y objetivos, actualmente funcionan en la Argentina, nucleando a entre 300 y 400 jugadores en recuperación.
Hoy hace años que Manuel y Santiago no juegan. Pero mientras se dedican a sus nuevos trabajos y a rehacer los vínculos con sus familias, se mantienen alertas porque saben que la tendencia al juego compulsivo convive con ellos como una enfermedad crónica y que bastaría que bajen la guardia una vez para que sobrevenga la recaída y sus devastadores efectos sobre la vida laboral, familiar y social.
Los ex jugadores como ellos conocen bien el poder de su adicción. Saben que lo mejor que pueden esperar de ella es un golpe de suerte cuyo fruto se volverán a gastar en un bingo, en una ruleta, en una mesa de póker clandestina. Y no desconocen que su fuerza es tal, que podría arrastrarlos en una racha adversa al abandono, la depresión, la adicción a las drogas o al alcohol, la cárcel o hasta el suicidio.
Para ellos el propósito de cada día es pasar las siguientes 24 horas sin jugar, dicen. Un propósito que, como los alcohólicos anónimos -organización que tomaron como modelo de funcionamiento- repiten al despertar con el objeto de lograr alejarse definitivamente de los juegos de azar y reconstruir de a poco todo aquello que el juego destruyó.
"Recuperar lo perdido a causa del juego en lo personal, lo laboral, lo familiar y lo social es un objetivo trabajoso, pero posible. Eso es lo que descubrimos cada día con el trabajo en el grupo. Pero para eso es necesario que uno sea consciente de la naturaleza de una enfermedad que se caracteriza por arrastrar al jugador sin que éste se dé cuenta", dice Manuel.
Esa preocupación se vincula a la convicción de que el número de adictos al juego que integran grupos de autoayuda en la Argentina no refleja el verdadero alcance de una enfermedad -reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud en 1992-, que, se estima, compromete a miles de personas en todo el país.
Una enfermedad que los especialistas conocen como ludopatía y cuya incidencia está en aumento. En 1997 eran 250 los jugadores en recuperación que integraban los grupos. Hoy ese número creció hasta alrededor de los 400.
No es el único fenómeno que refleja el trabajo de los grupos de Jugadores Anónimos y que les preocupa. El otro es descubrir que entre quienes buscan ayuda, crece el número de mujeres y desciende el promedio de edad.
"Existe una serie de elementos que indican cuándo el juego ha dejado de ser una diversión común, para transformarse en una adicción", dice Manuel, "y conviene que la persona que juega asiduamente esté atenta a ellos".
Así, jugar en secreto, con miedo a ser descubierto y recurrir a la mentira para justificar tanto lo perdido como lo ganado ante el entorno familiar son los dos indicadores más fuertes de que el juego se ha transformado en adicción, según explican los ex jugadores.
"El otro indicador importante es el autoengaño", explica Manuel, "decirse a uno mismo que no vamos a volver a jugar, sabiendo que en cuanto reunamos el dinero necesario volveremos a estar allí: en el hipódromo, en los bingos, en las agencias".
Santiago dice que los platenses que tomaron la iniciativa de crear el primer grupo de autoayuda local para adictos al juego lo hicieron después de integrar durante varios años grupos porteños de Jugadores Anónimos.
"Sucede que para el jugador compulsivo en recuperación existe una necesidad cotidiana de hablar sus cosas con personas que atraviesen por la misma situación", explica, "de ahí que cuando participábamos de grupos porteños hacíamos paralelamente reuniones informales con otros jugadores en recuperación de La Plata cuando alguno tenía la necesidad urgente de sobreponerse a la necesidad de jugar y no podía hacerlo sólo".
La primera reunión del grupo platense se llevó a cabo el último sábado a las 16 horas, en la Parroquia La Anunciación, de Ringuelet (514 entre 7 y 8). De ella participaron jugadores anónimos platenses y porteños, quienes dejaron creada la entidad que se reunirá todos los sábados en el mismo horario y compartieron sus experiencias como jugadores y en el largo y difícil camino que los está alejando de su adicción.
"La idea es compartir nuestras historias y las de aquellos que consideran que lograron salir", dice Manuel y agrega, "mientras se es jugador compulsivo, uno juega a escondidas y se siente extraño y sin salida. Hasta que sabe que son muchos los que pasan por una situación similar. Y escuchar la historia de una persona que logró escaparle a esta adicción es constructivo para quienes están buscando una forma de hacerlo".
"La mayoría de las veces se empieza en esto con un acierto importante. A uno le parece que a partir de allí va a convertirse en el mejor jugador. Y que mientras el resto de la gente trabaja, uno va a ganarse la vida de una forma más divertida y con más... adrenalina. Esa es la fantasía que comparten la mayoría de los jugadores compulsivos", completa Manuel, quien sabe la historia de más de un amigo que conoció reveses del destino similares a los que padeció Santiago.
Manuel y Santiago son platenses. Uno fue comerciante hasta que lo perdió todo jugando. El otro fue bancario hasta que el juego lo dejó sin empleo y sumido en una profunda depresión. Cuando tocaron fondo, ambos se decidieron a enfrentar su adicción participando en grupos de autoayuda para jugadores compulsivos.
Santiago y Manuel son también dos de los platenses que se decidieron a fundar el primer grupo de Jugadores Anónimos platense, que comenzó a funcionar en una parroquia de Ringuelet el último sábado.
La iniciativa no es caprichosa ni aislada, explican: el flamante grupo de autoayuda para adictos al juego local se suma a los otros 20 que con similares características y objetivos, actualmente funcionan en la Argentina, nucleando a entre 300 y 400 jugadores en recuperación.
Hoy hace años que Manuel y Santiago no juegan. Pero mientras se dedican a sus nuevos trabajos y a rehacer los vínculos con sus familias, se mantienen alertas porque saben que la tendencia al juego compulsivo convive con ellos como una enfermedad crónica y que bastaría que bajen la guardia una vez para que sobrevenga la recaída y sus devastadores efectos sobre la vida laboral, familiar y social.
Los ex jugadores como ellos conocen bien el poder de su adicción. Saben que lo mejor que pueden esperar de ella es un golpe de suerte cuyo fruto se volverán a gastar en un bingo, en una ruleta, en una mesa de póker clandestina. Y no desconocen que su fuerza es tal, que podría arrastrarlos en una racha adversa al abandono, la depresión, la adicción a las drogas o al alcohol, la cárcel o hasta el suicidio.
Para ellos el propósito de cada día es pasar las siguientes 24 horas sin jugar, dicen. Un propósito que, como los alcohólicos anónimos -organización que tomaron como modelo de funcionamiento- repiten al despertar con el objeto de lograr alejarse definitivamente de los juegos de azar y reconstruir de a poco todo aquello que el juego destruyó.
"Recuperar lo perdido a causa del juego en lo personal, lo laboral, lo familiar y lo social es un objetivo trabajoso, pero posible. Eso es lo que descubrimos cada día con el trabajo en el grupo. Pero para eso es necesario que uno sea consciente de la naturaleza de una enfermedad que se caracteriza por arrastrar al jugador sin que éste se dé cuenta", dice Manuel.
Esa preocupación se vincula a la convicción de que el número de adictos al juego que integran grupos de autoayuda en la Argentina no refleja el verdadero alcance de una enfermedad -reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud en 1992-, que, se estima, compromete a miles de personas en todo el país.
Una enfermedad que los especialistas conocen como ludopatía y cuya incidencia está en aumento. En 1997 eran 250 los jugadores en recuperación que integraban los grupos. Hoy ese número creció hasta alrededor de los 400.
No es el único fenómeno que refleja el trabajo de los grupos de Jugadores Anónimos y que les preocupa. El otro es descubrir que entre quienes buscan ayuda, crece el número de mujeres y desciende el promedio de edad.
"Existe una serie de elementos que indican cuándo el juego ha dejado de ser una diversión común, para transformarse en una adicción", dice Manuel, "y conviene que la persona que juega asiduamente esté atenta a ellos".
Así, jugar en secreto, con miedo a ser descubierto y recurrir a la mentira para justificar tanto lo perdido como lo ganado ante el entorno familiar son los dos indicadores más fuertes de que el juego se ha transformado en adicción, según explican los ex jugadores.
"El otro indicador importante es el autoengaño", explica Manuel, "decirse a uno mismo que no vamos a volver a jugar, sabiendo que en cuanto reunamos el dinero necesario volveremos a estar allí: en el hipódromo, en los bingos, en las agencias".
Santiago dice que los platenses que tomaron la iniciativa de crear el primer grupo de autoayuda local para adictos al juego lo hicieron después de integrar durante varios años grupos porteños de Jugadores Anónimos.
"Sucede que para el jugador compulsivo en recuperación existe una necesidad cotidiana de hablar sus cosas con personas que atraviesen por la misma situación", explica, "de ahí que cuando participábamos de grupos porteños hacíamos paralelamente reuniones informales con otros jugadores en recuperación de La Plata cuando alguno tenía la necesidad urgente de sobreponerse a la necesidad de jugar y no podía hacerlo sólo".
La primera reunión del grupo platense se llevó a cabo el último sábado a las 16 horas, en la Parroquia La Anunciación, de Ringuelet (514 entre 7 y 8). De ella participaron jugadores anónimos platenses y porteños, quienes dejaron creada la entidad que se reunirá todos los sábados en el mismo horario y compartieron sus experiencias como jugadores y en el largo y difícil camino que los está alejando de su adicción.
"La idea es compartir nuestras historias y las de aquellos que consideran que lograron salir", dice Manuel y agrega, "mientras se es jugador compulsivo, uno juega a escondidas y se siente extraño y sin salida. Hasta que sabe que son muchos los que pasan por una situación similar. Y escuchar la historia de una persona que logró escaparle a esta adicción es constructivo para quienes están buscando una forma de hacerlo".
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