José María Prado, un ciudadano ilustre platense de tres siglos

Nacido en Galicia en 1896, llegó a la Argentina en 1911 y cuatro años más tarde se instaló en La Plata. Le dedicó 69 años al Archivo de Geodesia y se convirtió en historiador y en un testimonio vivo del siglo XX en la ciudad que lo cobijó, en la que formó su familia y a la que donó su importante labor comunitaria

El oído ya no tiene la misma agudeza de otros tiempos y la vista, según dice, ya le anda fallando un poco. Pero don José María cumple hoy sus 105 años firme y de pie, como la Ciudad por la que tanto luchó; bien erguido, dando pasitos cortos pero seguros y saliendo al encuentro del cronista que lo viene entrevistando desde que cumplió los 100 con la misma frase de siempre: "ya me queda poco, porque la vida se me está apagando". Acompaña la frase con una carcajada fuerte y cómplice, dando a entender que salvo esos pequeños achaques, el hombre sigue fuerte. Como prueba, le indica a Adelina, su ayudante de tantos años, que le vaya preparando la picadita de todas las tardes: salamín, quesito cortado, un poco de bondiola y unos mates, dejando todavía lugar para el vasito de vino tinto de todas las noches.
José María Prado asegura que ya no lleva la cuenta de los años que cumple, aunque el almanaque sentencie que son 105 desde aquel 10 de diciembre de 1896 cuando nació en Lugo, España, la provincia gallega en la que se enclava Santa Hilaria de Rioaveso, la aldea que dejó en 1911 para viajar a Buenos Aires a bordo del barco alemán "Frankfurt", para llegar cuatro después a La Plata con la simple intención de empezar a hacer.
Desde entonces, y aún a los 105, Prado sigue firme con su rutina. Se levanta a las 5 de la mañana para tomar mate, se hace leer el diario mientras toma algunos remedios -una pastilla para la presión, otra para el corazón y de vez en cuando una aspirina- después el desayuno -café o té con leche- para esperar el almuerzo de las 12, un rato antes de la siesta.
Los diarios, últimamente, no le traen buenas noticias. El país atraviesa una de las peores crisis económicas de su historia y el cronista lo invita entonces a recordar aquella otra de 1930 cuando, como hoy, el peso no abundaba.
"Ahh, aquella sí que fue brava -responde después de pensar durante un par de minutos y haciendo alarde de memoria- el país pasó por momentos muy difíciles, y no creo que ahora se llegue a eso, porque los recursos son otros. En estos casos, lo importante es que la gente que conduce prevea estas circunstancias para que el país no se caiga. Pero me parece que este tiempo es distinto, como que a la gente ya no le importa nada. Yo no soy quien para dar consejos, simplemente le pido a los hombres de buena voluntad que hagan lo que yo he hecho, estar con la gente que va para adelante y no con la que va para atrás".
Por estos días, la vida de don José María se limita a su casa, a caminar por entre sus plantas, y a pasarlo en familia -su hijo José María, que es médico, sus cuatro nietos y sus cuatro bisnietos- y a recordar tiempos que, según su óptica, fueron mejores a los actuales. "Es cierto aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, tiempos que por desgracia para mí, ya no volverán".
De todos modos, Prado no es de aquellos que se quejen. "Estoy satisfecho -dice- la vida ha ido andando y a esta altura ya sé que no hay que esperar grandes cosas. La vida ha sido generosa conmigo y ya no tengo más para pedirle".

EL CIUDADANO ILUSTRE DE LOS TRES SIGLOS
En el patio del "rancho", como él llama a esa casona elegante ubicada en la calle que lleva su propio nombre, Don José María mira crecer las plantas "de punta en blanco". Viste camisa blanca, un saco beige, corbata al tono, pantalón de verano y zapatos lustrosos. En sus cumpleaños anteriores, esperaba el 10 de diciembre como a un día de festejos en el que se cumpliría la tradicional ceremonia de la cena y el agasajo con sus amigos de toda la vida. "Pero ahora ya no estoy para salir -dice- mi casa está abierta para todos los que quieran venir, y si alguien quiere celebrar, lo haremos acá. Después de todo, lo que llevo hecho y lo que me quede por hacer no es para tanto festejo".
Así, José María Prado, el Ciudadano Ilustre de La Plata, el investigador notable, el fundador y dirigente de incontables entidades de bien público, el miembro honorario de la Universidad Nacional de La Plata, el hombre que le dedicó 69 años de su vida al archivo de Geodesia, recibe a los 105 años "bastante bien, demasiado diría".
Don José no se acuerda muy bien de lo que almorzó ayer. Pero sí tiene presente al lugar en que nació, "una aldea, un caserío chato habitado por campesinos. Pero también Buenos Aires era así cuando yo la conocí, igual que La Plata, donde había muy pocos edificios altos. Pensar que aquí vine por unos pocos meses y resulta que me quedé toda la vida, que como usted podrá apreciar, ha sido bastante larga. Estuve en muchos lugares, pero La Plata se convirtió en mi ciudad. A veces siento que a La Plata no le dí nada y que sin embargo esta ciudad me lo dio todo".
Su hijo, que es médico y también se llama José María, es quien cuida de cerca la salud del hombre que es todo un guardián de la memoria platense. "Ultimamente anda un poco decaído -le cuenta al cronista- pero tiene sus días, algunos mejores y otros peores. En la familia tenemos antecedentes de longevidad, como mi abuela paterna, que vivió 90 años. Y en lo que hace a mi padre, ha sido siempre un hombre metódico que supo mantener una alimentación equilibrada y largas caminatas. Además, su vida activa transcurrió en una sociedad menos estresante que la actual, y nunca tuvo grandes ambiciones materiales".
Acerca de su propia longevidad, en cambio, Don José María Prado apela a una respuesta un tanto más abarcativa, "habría que preguntarle a Dios -dice- que conmigo ha sido un poco exagerado".
José María Prado puede jactarse, entre muchas otras cosas, de ser la memoria viviente de la Ciudad; de ser mayor que el club Estudiantes de La Plata, del que es hincha y su único socio honorario, y de sus amigos, "de los que tengo muchos y buenos".
Esos amigos que el hoy lo visitarán para estrenar sus flamantes 105 años y a quienes Don José María recibirá con su mejor traje y su sonrisa más cálida.

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