Una multitud en la canonización del Padre Pío
| 17 de Junio de 2002 | 00:00

CIUDAD DEL VATICANO.- El Papa Juan Pablo II canonizó ayer, en un caluroso día y en medio de una de las multitudes más numerosas que se haya visto en la Plaza de San Pedro, al monje Padre Pío.
El mismo Juan Pablo II, que en una ocasión solicitó la intercesión del Padre Pío para sanar a una amistad, lo elevó a los altares ante 200.000 peregrinos que soportaron el intenso calor y que fueron refrescados con chorros de agua en la Plaza de San Pedro.
La multitud, que atestó la Plaza de San Pedro y las calles aledañas, fue una de las más numerosas en los 23 años de pontificado de Juan Pablo II.
Otros 100.000 peregrinos intentaron llegar hasta la plaza, pero fueron desviados a calles cercanas y pudieron presenciar la ceremonia de canonización a través de pantallas gigantes, informó la policía.
Los voluntarios de la Cruz Roja indicaron que cerca de 500 personas fueron llevadas a los hospitales cercanos después de desmayarse o de sufrir insolación. Las autoridades de defensa civil indicaron que las temperaturas llegaron hasta los 36 grados centígrados en la plaza, y la humedad llegaba al 80%.
Muchos peregrinos llegaron con amplia antelación a la ceremonia para asegurarse un asiento. Muchas personas desistieron en su intento de colocarse en lugares desde los cuales pudieran ver al Papa, que parecía agotado sentado en su silla bajo un palio que lo protegía de los rayos del sol.
El Padre Pío, del que sus manos sangraron durante años, fue considerado el primer párroco en siglos que mostró síntomas de la estigmatización, las heridas que sufrió Jesucristo en la mano, los pies y el costado cuando fue crucificado.
Muchos lo acusaron de ser un farsante y despreciaron en el Vaticano al monje capuchino que murió en 1968. Sin embargo, Pío tuvo muchos seguidores en Italia y en el extranjero. Durante su beatificación en 1999, el Vaticano fue testigo de una congregación histórica.
Juan Pablo II, cuando se iniciaba en el sacerdocio, viajó una vez desde Polonia para confesarse con el Padre Pío, que fue silenciado por el Vaticano durante esa época. En Italia, las imágenes del monje capuchino se podían ver casi en todos lados: en los tableros de los taxis, cerca de cajeros automáticos, en calendarios de oficinas, en magnetos para refrigeradores y en llaveros.
Algunos peregrinos que vinieron desde Nueva Zelandia acudieron a dar fe de la devoción que se tenía del Padre Pío en otras latitudes del mundo.
Juan Pablo II, de 82 años, quien sufre los estragos del mal de Parkinson, fue protegido de los candentes rayos del sol con un dosel instalado sobre el altar erigido en las escalinatas de la Basílica de San Pedro, en una ceremonia que duró dos horas y media.
Sin embargo, el Papa tuvo dificultades con el calor. Como una señal de su débil estado de salud, no distribuyó la comunión a ninguno de los fieles.
El mismo Juan Pablo II, que en una ocasión solicitó la intercesión del Padre Pío para sanar a una amistad, lo elevó a los altares ante 200.000 peregrinos que soportaron el intenso calor y que fueron refrescados con chorros de agua en la Plaza de San Pedro.
La multitud, que atestó la Plaza de San Pedro y las calles aledañas, fue una de las más numerosas en los 23 años de pontificado de Juan Pablo II.
Otros 100.000 peregrinos intentaron llegar hasta la plaza, pero fueron desviados a calles cercanas y pudieron presenciar la ceremonia de canonización a través de pantallas gigantes, informó la policía.
Los voluntarios de la Cruz Roja indicaron que cerca de 500 personas fueron llevadas a los hospitales cercanos después de desmayarse o de sufrir insolación. Las autoridades de defensa civil indicaron que las temperaturas llegaron hasta los 36 grados centígrados en la plaza, y la humedad llegaba al 80%.
Muchos peregrinos llegaron con amplia antelación a la ceremonia para asegurarse un asiento. Muchas personas desistieron en su intento de colocarse en lugares desde los cuales pudieran ver al Papa, que parecía agotado sentado en su silla bajo un palio que lo protegía de los rayos del sol.
El Padre Pío, del que sus manos sangraron durante años, fue considerado el primer párroco en siglos que mostró síntomas de la estigmatización, las heridas que sufrió Jesucristo en la mano, los pies y el costado cuando fue crucificado.
Muchos lo acusaron de ser un farsante y despreciaron en el Vaticano al monje capuchino que murió en 1968. Sin embargo, Pío tuvo muchos seguidores en Italia y en el extranjero. Durante su beatificación en 1999, el Vaticano fue testigo de una congregación histórica.
Juan Pablo II, cuando se iniciaba en el sacerdocio, viajó una vez desde Polonia para confesarse con el Padre Pío, que fue silenciado por el Vaticano durante esa época. En Italia, las imágenes del monje capuchino se podían ver casi en todos lados: en los tableros de los taxis, cerca de cajeros automáticos, en calendarios de oficinas, en magnetos para refrigeradores y en llaveros.
Algunos peregrinos que vinieron desde Nueva Zelandia acudieron a dar fe de la devoción que se tenía del Padre Pío en otras latitudes del mundo.
Juan Pablo II, de 82 años, quien sufre los estragos del mal de Parkinson, fue protegido de los candentes rayos del sol con un dosel instalado sobre el altar erigido en las escalinatas de la Basílica de San Pedro, en una ceremonia que duró dos horas y media.
Sin embargo, el Papa tuvo dificultades con el calor. Como una señal de su débil estado de salud, no distribuyó la comunión a ninguno de los fieles.
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