Augusto César Rebagliati
| 5 de Junio de 2004 | 00:00
A los 87 años murió en La Plata, Augusto César Rebagliati, deceso que impactó dolorosamente en la sociedad platense.
Perteneciente a una tradicional familia de nuestra ciudad e hijo de un destacado abogado de nuestro medio, Augustito, como todavía lo llamaban sus familiares y amigos, supo ganarse el respeto y el afecto de quienes lo trataron en los núcleos sociales en los que actuó.
Ocupó cargos de responsabilidad en la Dirección de Rentas de la Provincia, fue Apoderado del Fisco y en el terreno profesional desempeñó la presidencia del Colegio de Procuradores.
Fue socio vitalicio del Jockey Club y también de El Círculo, club que frecuentaba, porque más allá de los importantes cargos y actividades que desarrolló, fue un clubman, un hombre elegante en el vestir y en el trato, con excelente sentido del humor que sólo empañó la trágica desaparición en tiempos de la dictadura de su hijo mayor, Gonzalo, herida que nunca pudo cicatrizar y mantuvo viva.
Junto a María Lía Suárez Rocha construyó una familia ejemplar. Alejandra y Fernanda, sus mellizas, que siguieron a Gonzalo, alegraron su vida y paliaron el dolor de la desaparición del hijo mayor. Los tres prolongaron la familia y le dieron nueve nietos y tres bisnietos que fueron su compañía y gozo hasta su muerte.
Perteneciente a una tradicional familia de nuestra ciudad e hijo de un destacado abogado de nuestro medio, Augustito, como todavía lo llamaban sus familiares y amigos, supo ganarse el respeto y el afecto de quienes lo trataron en los núcleos sociales en los que actuó.
Ocupó cargos de responsabilidad en la Dirección de Rentas de la Provincia, fue Apoderado del Fisco y en el terreno profesional desempeñó la presidencia del Colegio de Procuradores.
Fue socio vitalicio del Jockey Club y también de El Círculo, club que frecuentaba, porque más allá de los importantes cargos y actividades que desarrolló, fue un clubman, un hombre elegante en el vestir y en el trato, con excelente sentido del humor que sólo empañó la trágica desaparición en tiempos de la dictadura de su hijo mayor, Gonzalo, herida que nunca pudo cicatrizar y mantuvo viva.
Junto a María Lía Suárez Rocha construyó una familia ejemplar. Alejandra y Fernanda, sus mellizas, que siguieron a Gonzalo, alegraron su vida y paliaron el dolor de la desaparición del hijo mayor. Los tres prolongaron la familia y le dieron nueve nietos y tres bisnietos que fueron su compañía y gozo hasta su muerte.
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