Treinta años sin "Pichuco"
A tres décadas de su muerte, Aníbal Troilo aún suena a nuevo
| 17 de Mayo de 2005 | 00:00

Este miércoles se cumplirán tres décadas del fallecimiento
de Aníbal "Pichuco" Troilo, uno de los baluartes del tango por su
genial trayectoria como músico, compositor y arreglador.
Hijo dilecto de Buenos Aires, ciudad a la que potenció a través de su música, nació el 11 de julio de 1914, y siendo un niño de 10 años logró que su madre le comprara un bandoneón, ese extraño instrumento que lo cautivó desde que lo escuchó sonar en los bares de su barrio del Abasto.
"Agradezco haber nacido en Buenos Aires", sentenció Troilo al resumir el sentimiento que lo unió con su lugar en el mundo, con las calles donde aprendió todo porque, como también sostuvo en otra entrevista, "la calle es el mejor lugar de todos. En la calle se aprende a vivir. Todo lo que aprendí, lo poco y extraño que aprendí, lo aprendí en la calle".
Para tratar de traducir ese vínculo, eligió el bandoneón, y con esa herramienta expresiva entre las manos fue construyendo un camino que lo llevó a debutar, a los 11 años, en un escenario cercano al mercado del Abasto, después integró una orquesta de señoritas y a los 14 años ya tuvo la ocurrencia de formar un quinteto.
Pero fue en diciembre de 1930 cuando dio uno de sus pasos esenciales al integrarse al sexteto conducido por el violinista Elvino Vardaro y el pianista Osvaldo Pugliese, donde tuvo de ladero al bandoneonista Ciriaco Ortiz, una de sus influencias como ejecutante.
Hacia 1931 pasó brevemente por la formación de Juan Maglio, luego se reencontró con Ortiz en Los Provincianos, se integró a un conjunto gigante formado por el violinista Julio De Caro para presentarse en un concurso en el Luna Park, participó en los grupos de Juan D'Arienzo, Angel D'Agostino y Luis Petrucelli, la Típica Victor y el Cuarteto del 900, y fue parte de la enorme banda que Juan Carlos Cobián urdió para los carnavales de 1937.
En ese tránsito fue perfilando un estilo que empezó a plasmar acabadamente a partir del 1 de julio de ese mismo año, cuando lanzó su orquesta en la boite Marabú, donde, además, conoció a Ida Calachi (Zita), quien en 1938 se convertiría en su esposa.
También en el '38 concretó su primer grabación con los tangos "Comme il faut", de Eduardo Arolas, y "Tinta verde", de Agustín Bardi, iniciando la imponente trayectoria discográfica de su formación que, hasta junio de 1971, se nutrió de 449 registros.
TROILO, EL ARTISTA
Es en este período en que alumbró concretamente el Troilo artista, quien impuso un estilo equilibrado y bello para el que fue convocando a los ejecutantes capaces de desarrollar ideas musicales basadas en la esencia tanguera, el refinamiento y el culto al silencio en la música.
De algún modo, su agrupación fue una escuela puesta al servicio de un sonido renovador que fue evolucionando y al que aportaron, por citar sólo a algunos, los pianistas Orlando Goñi, José Basso, Osvaldo Berlinghieri y José Colángelo, los bandoneonistas Astor Piazzolla, Leopoldo Federico y Ernesto Baffa, los violinistas Hugo Baralis y Simón Zlotnik y el cellista José Bragato.
Otro rubro explosivo en aquella propuesta fueron los vocalistas, que como en el caso de Roberto Goyeneche, Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón, Roberto Rufino, Angel Cárdenas, Elba Berón, Tito Reyes y Nelly Vázquez, encontraron en la sonoridad troileana un vehículo expresivo ideal para cantarle al tango.
Sobre esa cambiante base a la que dirigía en base a gruñidos y chistidos, el Gordo desplegó un estilo interpretativo que brilló en los fraseos solistas y que tocaba ligeramente inclinado hacia adelante, con los ojos cerrados, con la papada colgando. Sobre esa actitud escénica, comentó: "Se dice que yo me emociono demasiado a menudo y que lloro. Sí, es cierto, pero nunca lo hago por cosas sin importancia".
Trasladando ese hondo e inspirado recogimiento al pentagrama, compuso unas 60 piezas que lo unieron a poetas como Homero Manzi, Cátulo Castillo y Enrique Cadícamo y entre las que se destacan "Responso", "La trampera", "María", "Garúa", "Barrio de tango" "Sur", "Che, bandoneón", "Una canción", "La última curda", "Mi tango triste", "Toda mi vida", "Pa' que bailen los muchachos" y "La cantina".
El camino expresivo de Troilo sumó, además, una invención estética de excepción al reunirse con la guitarra de Roberto Grela para dos grabaciones antológicas que ambos compartieron con diferentes cuartetos: una del período 1955-1956 y otra hacia 1962.
La muerte lo convocó el 18 de mayo de 1975 pero su legado artístico late en esa mezcla de historia y futuro que la música ciudadana se empeña en destilar como señal de identidad, como mágica síntesis de la cultura popular que resiste en este rincón del mundo.
Hijo dilecto de Buenos Aires, ciudad a la que potenció a través de su música, nació el 11 de julio de 1914, y siendo un niño de 10 años logró que su madre le comprara un bandoneón, ese extraño instrumento que lo cautivó desde que lo escuchó sonar en los bares de su barrio del Abasto.
"Agradezco haber nacido en Buenos Aires", sentenció Troilo al resumir el sentimiento que lo unió con su lugar en el mundo, con las calles donde aprendió todo porque, como también sostuvo en otra entrevista, "la calle es el mejor lugar de todos. En la calle se aprende a vivir. Todo lo que aprendí, lo poco y extraño que aprendí, lo aprendí en la calle".
Para tratar de traducir ese vínculo, eligió el bandoneón, y con esa herramienta expresiva entre las manos fue construyendo un camino que lo llevó a debutar, a los 11 años, en un escenario cercano al mercado del Abasto, después integró una orquesta de señoritas y a los 14 años ya tuvo la ocurrencia de formar un quinteto.
Pero fue en diciembre de 1930 cuando dio uno de sus pasos esenciales al integrarse al sexteto conducido por el violinista Elvino Vardaro y el pianista Osvaldo Pugliese, donde tuvo de ladero al bandoneonista Ciriaco Ortiz, una de sus influencias como ejecutante.
Hacia 1931 pasó brevemente por la formación de Juan Maglio, luego se reencontró con Ortiz en Los Provincianos, se integró a un conjunto gigante formado por el violinista Julio De Caro para presentarse en un concurso en el Luna Park, participó en los grupos de Juan D'Arienzo, Angel D'Agostino y Luis Petrucelli, la Típica Victor y el Cuarteto del 900, y fue parte de la enorme banda que Juan Carlos Cobián urdió para los carnavales de 1937.
En ese tránsito fue perfilando un estilo que empezó a plasmar acabadamente a partir del 1 de julio de ese mismo año, cuando lanzó su orquesta en la boite Marabú, donde, además, conoció a Ida Calachi (Zita), quien en 1938 se convertiría en su esposa.
También en el '38 concretó su primer grabación con los tangos "Comme il faut", de Eduardo Arolas, y "Tinta verde", de Agustín Bardi, iniciando la imponente trayectoria discográfica de su formación que, hasta junio de 1971, se nutrió de 449 registros.
TROILO, EL ARTISTA
Es en este período en que alumbró concretamente el Troilo artista, quien impuso un estilo equilibrado y bello para el que fue convocando a los ejecutantes capaces de desarrollar ideas musicales basadas en la esencia tanguera, el refinamiento y el culto al silencio en la música.
De algún modo, su agrupación fue una escuela puesta al servicio de un sonido renovador que fue evolucionando y al que aportaron, por citar sólo a algunos, los pianistas Orlando Goñi, José Basso, Osvaldo Berlinghieri y José Colángelo, los bandoneonistas Astor Piazzolla, Leopoldo Federico y Ernesto Baffa, los violinistas Hugo Baralis y Simón Zlotnik y el cellista José Bragato.
Otro rubro explosivo en aquella propuesta fueron los vocalistas, que como en el caso de Roberto Goyeneche, Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón, Roberto Rufino, Angel Cárdenas, Elba Berón, Tito Reyes y Nelly Vázquez, encontraron en la sonoridad troileana un vehículo expresivo ideal para cantarle al tango.
Sobre esa cambiante base a la que dirigía en base a gruñidos y chistidos, el Gordo desplegó un estilo interpretativo que brilló en los fraseos solistas y que tocaba ligeramente inclinado hacia adelante, con los ojos cerrados, con la papada colgando. Sobre esa actitud escénica, comentó: "Se dice que yo me emociono demasiado a menudo y que lloro. Sí, es cierto, pero nunca lo hago por cosas sin importancia".
Trasladando ese hondo e inspirado recogimiento al pentagrama, compuso unas 60 piezas que lo unieron a poetas como Homero Manzi, Cátulo Castillo y Enrique Cadícamo y entre las que se destacan "Responso", "La trampera", "María", "Garúa", "Barrio de tango" "Sur", "Che, bandoneón", "Una canción", "La última curda", "Mi tango triste", "Toda mi vida", "Pa' que bailen los muchachos" y "La cantina".
El camino expresivo de Troilo sumó, además, una invención estética de excepción al reunirse con la guitarra de Roberto Grela para dos grabaciones antológicas que ambos compartieron con diferentes cuartetos: una del período 1955-1956 y otra hacia 1962.
La muerte lo convocó el 18 de mayo de 1975 pero su legado artístico late en esa mezcla de historia y futuro que la música ciudadana se empeña en destilar como señal de identidad, como mágica síntesis de la cultura popular que resiste en este rincón del mundo.
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