El cura que supo escuchar

Por FACUNDO BAÑEZ

Detrás de sus lentes, Carlos Mancuso aún conserva esa mirada campechana y paciente que lo distinguió a lo largo de toda su carrera sacerdotal. Cuando habla, el padre Mancuso transmite calma y la sabiduría de un feligrés que recorrió varios caminos, y cuando cualquiera lo interroga sobre los exorcismos que realizó a lo largo de sus años, su respuesta suele ser la misma: una sonrisa de querubín alegre y la frase entre resignada y cortés de siempre: "Lo más importante es saber escuchar". Eso lo dijo una tarde en la tranquilidad de su ahora ex parroquia San José, en 6 y 64. Era octubre y se preparaba para la misa de las ocho. Un rato antes, recibió a este cronista con la excusa de hablar sobre posesiones diabólicas pero terminó hablando sobre la infinidad de cuadros psiquiátricos que había tenido que atender a lo largo de su vida. Habló de psicosis, de esquizofrenia y hasta de severos cuadros de personalidad dividida. Así fue el padre Mancuso cuando le tocó estar al frente de la parroquia San José. Le gustaba escuchar pero también hablar. Y compartió sus conocimientos psiquiátricos con la misma pasión con la que habló una y mil veces sobre sus creencias teológicas. "Uno puede saber muy bien que quien lo busca no necesita un exorcista sino un psiquiatra -dijo aquella vez-, y tal vez por eso hay que tratarlo todavía con más cuidado. Lo peor que puede hacer un sacerdote es dejar de escuchar. No importa si el que está enfrente sea o no un poseído. Es una persona que necesita decir algo. Y para eso estamos nosotros: para saber escuchar. Para el resto, hay que saberlo, siempre está el Señor".

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