No se puede vivir sin ataduras
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
| 23 de Enero de 2010 | 00:00

AMOR SIN ESCALAS, de Jason Reitman.- Ryan (un ajustado George Clooney) vive en el aire. No sólo cambia de un avión a otro, sumando millas y ausencias, también su vida es una manera de estar escapando siempre de cualquier compromiso. No tiene ni casa ni amigos ni pareja estable. No los puede tener. Su barrio son los aeropuertos. Sus proyectos y afectos están marcados por la idea de la fugacidad. Su trabajo requiere alguien así, sin ataduras ni pasado. El se encarga, en plena crisis, de echar gente. Lo contratan las empresas que se achican para que cargue con el rol de verdugo. Es un profesional del despido. Tiene labia, libreto y la falta de sentimientos que hacen falta para cumplir su tarea. Sus oponentes son una recién llegada, más fría y despiadada todavía, y los rostros desesperados de los que reciben la noticia del adiós. Inmutable, un día se cruzará con una mujer atractiva, casi su alma gemela. También ella va de un lado a otro. Y es una cuando está en el avión y otra muy distinta cuando está en casa. Los dos parecen afirmarse cuando levantan vuelo y parecen dudar cuando tocan tierra.
Comedia costumbrista con pinceladas románticas, que va del dibujo moral al humor negro, pero que le falta intensidad y gracia. No profundiza ningún tema, aunque es la soledad la preocupación que tironea a todos los personajes, incluso a ese dubitativo novio quiere huir la noche de bodas. Una voz en off demasiado explicativa y un final con moraleja le quitan potencia a una película que de entrada parecía aportar, desde su distante cinismo, una mirada sesgada sobre la crisis, pero que de a poco se va desinflando y va encontrando forzados alivios. ¿Se puede vivir siempre en el aire? ¿Sin mochilas pesadas ni ataduras? Para Reitman, algún día habrá que bajar a tierra. (*** BUENA). Cinema City.
MEJORAR EL FINAL
FINAL DE PARTIDA, de Yojiro Takita.- Película extraña que recién al final logra darle algo de espesor dramático a unos personajes muy duros. Es la historia de Daigo, un joven violoncelista muy introvertido que se quedó sin orquesta y empieza a trabajar como empleado en una funeraria de pueblo que practica un arte milenario, el Nokanshi, que consiste en embellecer los cuerpos de los difuntos. Su mujer le pide que deje ese trabajo, pero él decide seguir. Y ella se va. Daigo viene arrastrando una pena: su padre lo abandonó cuando era muy chico y al poder maquillar las desgracias de hoy cree poder mejorar también el recuerdo de un padre que fue como una muerte anticipada. Recién al final, Daigo podrá embellecer esa historia, al saber que lo del abandono no fue tan así y al comprender que el amor tiene diversas maneras de manifestarse y que hay un lazo imborrable que une los padres con los hijos, más allá del tiempo y la distancia, como un hilo que la muerte restablece. Es ceremoniosa, algo forzada, trivial en algunos momentos, superficial en el tratamiento de sus personajes, pero con algún valor simbólico que al final se subraya demasiado. Y monótona, aunque el cine oriental siempre se le permite la languidez. Incluso la fotografía y la música son muy decorativas. Condescendiente y sin mucha sustancia, este filme ganó el Oscar al mejor película extranjera. Lo que le agrega más misterio y extrañeza. (*** BUENA)
Comedia costumbrista con pinceladas románticas, que va del dibujo moral al humor negro, pero que le falta intensidad y gracia. No profundiza ningún tema, aunque es la soledad la preocupación que tironea a todos los personajes, incluso a ese dubitativo novio quiere huir la noche de bodas. Una voz en off demasiado explicativa y un final con moraleja le quitan potencia a una película que de entrada parecía aportar, desde su distante cinismo, una mirada sesgada sobre la crisis, pero que de a poco se va desinflando y va encontrando forzados alivios. ¿Se puede vivir siempre en el aire? ¿Sin mochilas pesadas ni ataduras? Para Reitman, algún día habrá que bajar a tierra. (*** BUENA). Cinema City.
MEJORAR EL FINAL
FINAL DE PARTIDA, de Yojiro Takita.- Película extraña que recién al final logra darle algo de espesor dramático a unos personajes muy duros. Es la historia de Daigo, un joven violoncelista muy introvertido que se quedó sin orquesta y empieza a trabajar como empleado en una funeraria de pueblo que practica un arte milenario, el Nokanshi, que consiste en embellecer los cuerpos de los difuntos. Su mujer le pide que deje ese trabajo, pero él decide seguir. Y ella se va. Daigo viene arrastrando una pena: su padre lo abandonó cuando era muy chico y al poder maquillar las desgracias de hoy cree poder mejorar también el recuerdo de un padre que fue como una muerte anticipada. Recién al final, Daigo podrá embellecer esa historia, al saber que lo del abandono no fue tan así y al comprender que el amor tiene diversas maneras de manifestarse y que hay un lazo imborrable que une los padres con los hijos, más allá del tiempo y la distancia, como un hilo que la muerte restablece. Es ceremoniosa, algo forzada, trivial en algunos momentos, superficial en el tratamiento de sus personajes, pero con algún valor simbólico que al final se subraya demasiado. Y monótona, aunque el cine oriental siempre se le permite la languidez. Incluso la fotografía y la música son muy decorativas. Condescendiente y sin mucha sustancia, este filme ganó el Oscar al mejor película extranjera. Lo que le agrega más misterio y extrañeza. (*** BUENA)
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