Pudor, vergüenza y sinvergüenzas
Por ALBERTO ALBERTENGO
| 11 de Diciembre de 2010 | 00:00

Todos en general, en mayor o menor medida, lo experimentamos y hasta lo hemos sufrido; pero, ¿qué es el pudor? Según la definición más aceptada es una emoción - por lo tanto incontrolable - que sobreviene tras un hecho que nos ha puesto en una situación incómoda o embarazosa. (Imagínese por un momento el zafarrancho que provocó en el mundo el destape de WilkiLeaks).
A menudo se lo confunde con la vergüenza, pero en contraste con esta reacción, el pudor sólo se dispara ante la presencia de otras personas. (O sea si nos descubren) Y su sello distintivo es el rubor.
Demostrar que somos pudorosos no debería preocuparnos, porque este tipo de emoción es universal, pero debemos tener en cuenta que ante determinadas circunstancias podría considerárselo o beneficioso o perjudicial.
Beneficioso, si los demás lo toman como una suerte de disculpa que no expresamos verbalmente.
Pero perjudicial, si por excesivo, en lugar de revelar que somos conscientes de haber quebrantado una norma social, nos expone como alguien con falta de personalidad para hacernos cargo de una situación.
(Advertencia: si piensa dedicarse a la política debe saber que ya hay especialistas en 'cirugía psiquiátrica' que le extirpan el pudor. Con lo que, ante un escandaloso deschave, por ejemplo, usted podría poner la más distraída cara de perro que... O sea que de ponerse colorado, ni hablar. ¡Ah!, y la ablación es indolora).
DESNUDOS REVELADORES
En otro orden, pero sobre el mismo tema, vale la pena mencionar que -según la socióloga y escritora española, Roxana Kreimer- si se practicara el experimento de reunir a cuatro mujeres desnudas en una habitación, una árabe, una china, una occidental y una yanomani, y dejáramos entrar sorpresivamente a un hombre: la mujer árabe cubriría su rostro, la china los pies, la occidental cruzaría sus brazos para tratar de ocultar los senos y el pubis, y la yanomani seguiría haciendo sus cosas como si nada.
(Yanomani, es una etnia indígena americana que habita en el Amazonas recóndito, sin contactos con la civilización. Sus miembros viven en estrecha relación con la naturaleza, por supuesto sin tabúes sobre la desnudez).
Este experimento demuestra que, si bien el pudor puede considerarse como una emoción universal, su dependencia de lo cultural e histórico es evidente, porque las diferentes comunidades ante un mismo estímulo exterior manifiestan recato de manera distinta.
UN HOMBRE EN LA ARENA
Como señalábamos al comienzo, pasada la edad de la inocencia, todos -salvo los políticos- somos vulnerables al pudor. Y si algo nos preocupa a los que moramos por estas tierras es que nos sorprendan totalmente desabrigados. ¿Será por aquello de que no es bueno que nos agarren con los pantalones abajo?
Mujeres y hombres, púberes y veteranos, todos en la misma bolsa.
Para el caso, viene a cuento una historia -usted puede pensar que fue cierta o no, está en su derecho-: Hace ya algún tiempo, en uno de los balnearios que se multiplican a lo largo de las playas bonaerenses entre San Clemente y Villa Gessel, en la más absoluta soledad -así él lo creía- el protagonista de esta historia tomaba sol desnudo ya que se había quitado hasta la malla para que se oreara.
De repente, rumores de voces cercanas, y tres damas caminando ya a tiro de piedra.
Sin tiempo para vestirse, el hombre se cubrió el rostro con el sombrero para evitar quedar expuesto al rubor.
El ardid dio resultado. Sólo se escucharon los comentarios de las espectadoras de la viril desnudez:
- "No es mi marido", dijo la primera...
- "No es del club", acotó la segunda...
- "No es del pueblo", sentenció la tercera...
Y colorín, colorado.
(Excepción para tener en cuenta: Si a un funcionario o a un político cualquiera -árabe, chino, argentino o yanomani- lo sorprendieran en semejante chance, seguramente aludiría a que "me sacaron de contexto"; "están contra el modelo"; acusaría "a los que quieren volver al pasado" o le echaría la culpa a WikiLeaks y a la embajada norteamericana. De cubrirse o sonrojarse, ¡ni por las tapas!)
A menudo se lo confunde con la vergüenza, pero en contraste con esta reacción, el pudor sólo se dispara ante la presencia de otras personas. (O sea si nos descubren) Y su sello distintivo es el rubor.
Demostrar que somos pudorosos no debería preocuparnos, porque este tipo de emoción es universal, pero debemos tener en cuenta que ante determinadas circunstancias podría considerárselo o beneficioso o perjudicial.
Beneficioso, si los demás lo toman como una suerte de disculpa que no expresamos verbalmente.
Pero perjudicial, si por excesivo, en lugar de revelar que somos conscientes de haber quebrantado una norma social, nos expone como alguien con falta de personalidad para hacernos cargo de una situación.
(Advertencia: si piensa dedicarse a la política debe saber que ya hay especialistas en 'cirugía psiquiátrica' que le extirpan el pudor. Con lo que, ante un escandaloso deschave, por ejemplo, usted podría poner la más distraída cara de perro que... O sea que de ponerse colorado, ni hablar. ¡Ah!, y la ablación es indolora).
DESNUDOS REVELADORES
En otro orden, pero sobre el mismo tema, vale la pena mencionar que -según la socióloga y escritora española, Roxana Kreimer- si se practicara el experimento de reunir a cuatro mujeres desnudas en una habitación, una árabe, una china, una occidental y una yanomani, y dejáramos entrar sorpresivamente a un hombre: la mujer árabe cubriría su rostro, la china los pies, la occidental cruzaría sus brazos para tratar de ocultar los senos y el pubis, y la yanomani seguiría haciendo sus cosas como si nada.
(Yanomani, es una etnia indígena americana que habita en el Amazonas recóndito, sin contactos con la civilización. Sus miembros viven en estrecha relación con la naturaleza, por supuesto sin tabúes sobre la desnudez).
Este experimento demuestra que, si bien el pudor puede considerarse como una emoción universal, su dependencia de lo cultural e histórico es evidente, porque las diferentes comunidades ante un mismo estímulo exterior manifiestan recato de manera distinta.
UN HOMBRE EN LA ARENA
Como señalábamos al comienzo, pasada la edad de la inocencia, todos -salvo los políticos- somos vulnerables al pudor. Y si algo nos preocupa a los que moramos por estas tierras es que nos sorprendan totalmente desabrigados. ¿Será por aquello de que no es bueno que nos agarren con los pantalones abajo?
Mujeres y hombres, púberes y veteranos, todos en la misma bolsa.
Para el caso, viene a cuento una historia -usted puede pensar que fue cierta o no, está en su derecho-: Hace ya algún tiempo, en uno de los balnearios que se multiplican a lo largo de las playas bonaerenses entre San Clemente y Villa Gessel, en la más absoluta soledad -así él lo creía- el protagonista de esta historia tomaba sol desnudo ya que se había quitado hasta la malla para que se oreara.
De repente, rumores de voces cercanas, y tres damas caminando ya a tiro de piedra.
Sin tiempo para vestirse, el hombre se cubrió el rostro con el sombrero para evitar quedar expuesto al rubor.
El ardid dio resultado. Sólo se escucharon los comentarios de las espectadoras de la viril desnudez:
- "No es mi marido", dijo la primera...
- "No es del club", acotó la segunda...
- "No es del pueblo", sentenció la tercera...
Y colorín, colorado.
(Excepción para tener en cuenta: Si a un funcionario o a un político cualquiera -árabe, chino, argentino o yanomani- lo sorprendieran en semejante chance, seguramente aludiría a que "me sacaron de contexto"; "están contra el modelo"; acusaría "a los que quieren volver al pasado" o le echaría la culpa a WikiLeaks y a la embajada norteamericana. De cubrirse o sonrojarse, ¡ni por las tapas!)
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