DESTAORIYA 2
| 23 de Octubre de 2012 | 00:00

El destino quiso que mi actual residencia en esta capital montevideana no diste más de ocho cuadras del Parque Federico Omar Saroldi, el estadio de fútbol del Club Atlético River Plate. O sea que tengo “al alcance de la mano” el recinto que lleva por nombre el del club de fútbol argentino de mis amores y que luce los mismos colores que le dan vida al más imponente estadio mundialista de Buenos Aires.
He sido -y soy- hincha de River Plate argentino de toda la vida y llegado desde Entre Ríos a esta orilla, allá lejos y hace tiempo, lo hice con la expectativa de conocer la institución homónima uruguaya.
El atractivo no sólo lo tenían los aspectos reseñados como distintivos comunes, también se apersonaban recuerdos de historias -que no tengo intenciones de verificar en estos momentos- que hablaban de una hermandad entre ambas instituciones, tejida a partir de anécdotas que las involucraban y le daban forma a través de un relacionamiento fraterno.
Pero el River Plate de este lado del río resultó ser una institución futbolera de las que se denominan aquí “clubes en desarrollo”, a raíz de los bajos niveles de los presupuestos que manejan, de las dificultades propias que surgen de una escasa masa societaria, de las peripecias para concretar, hasta ahora supuestamente proyectada, la iluminación del campo de juego para acceder a la realización de encuentros nocturnos y otros rubros en los cuales no pueden competir frente a los dos grandes mundialmente famosos del balompié local.
Uno de los mejores y más emblemáticos aspectos que encontré en el CARP de Montevideo es su preferente ubicación geográfica -en el ámbito en que se encuentra el maravilloso Parque del Prado- a lo que se suma la opinión unánime de los entendidos cuando hacen referencia a las características excelsas del campo de juego de la institución destinado a la práctica del más bello de los deportes.
Sus modestas instalaciones, sus escasos lauros a nivel local e internacional, su baja capacidad de albergar espectadores en su cancha propia y otras singularidades, sin embargo, no han sido impedimento para que mis simpatías dentro del “fóbal uruguayo” no me hayan hecho dudar a la hora de elegir hacia dónde dirigirlas.
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