Atalaya, un pueblo con una historia que atraviesa 4 siglos

Relatos de una pintoresca localidad que hoy festeja 351 años de vida

La pintoresca localidad de Atalaya, una de las más antiguas de la Provincia, festeja hoy 351 años y el pueblo entero se prepara para vivir una verdadera fiesta con espectáculos, desfile de comparsas y fuegos artificiales.

El poblado se encuentra sobre la ribera sur del Río de la Plata, en el partido de Magdalena, está a 52 KM de La Plata y la manera más directa de acceder es a través de la ruta 11.

Según investigaciones históricas, Atalaya ganó su nombre por haber sido una de las postas desde donde se armó la defensa contra el avance de los portugueses que se consolidaban en Colonia del Sacramento. En 1826, los vecinos de la localidad también participaron activamente durante la guerra con Brasil y en 1832, las milicias criollas libraron contra los franceses el Combate del Sauce. Segmentos de la historia que los atalayeros más antiguos cuentan con los matices de los relatos que les transmitieron sus antepasados, casi todos inmigrantes que llegaron al país a fines del siglo XIX para trabajar en los saladeros o en los tambos de esas tierras.

En el ingreso al poblado, una torre de vigía construida con palos es copia fiel de aquella primera atalaya desde la que se cuidó el terruño. A pocos metros, la imagen de Santa Rosa de Lima, homenajeada con plantas silvestres, da muestra de la devoción que tienen los atalayeros por la santa patrona del lugar.

En el Camino Blanco, medular para la vida del pueblo, la sociedad deportiva, cultural y de fomento “Amor al Arte”, la iglesia, la biblioteca que acaba de cumplir 95 años, la escuela, el edificio de Il Lioni de Caprera - Sociedad Italiana - y los comercios, marcan el pulso de los habitantes.

BETTY, UNA GUIA TURISTICA

Todos tienen tiempo para la charla ocasional y muchos hasta se ofrecen como guía para que el forastero no se pierda detalles de la rica historia de esa locación. Betty Seresi -79- es una de las habitantes más antiguas de Atalaya y quien decreta que, por cercanía a su hogar, la recorrida debe empezar por la sociedad de fomento. Llave en mano, asegura que la institución “se abre cuando hace falta” y eso es cuando los chicos necesitan tomar clases de computación o practicar alguno de los deportes que se ofrecen en el polideportivo.

Decenas de carteles prolijamente alineados bajo el tinglado anticipan que los preparativos de los afamados corsos de Atalaya ya arrancaron. “El tema de los corsos no es nuevo, se hacen desde hace 80 años y las tres comparsas que tiene el pueblo - La Sonora, Los Bohemios y Los Amantes - ya están trabajando, cada una con unos 150 integrantes”, cuenta con entusiasmo Betty y apura el paso para atravesar la rambla - que no estaba cuando ella era pequeña - y entrar a la iglesia Santa Rosa de Lima.

Construida en 1889, la parroquia adquirió ese nombre en homenaje a Rosa, la esposa del dueño de uno de los saladeros más importantes de esa época y quien financió su construcción. “Todos los 30 de agosto, día de Santa Rosa, hacemos una procesión muy linda; la iglesia está muy cuidada porque todo lo que tiene en su interior son objetos y construcciones con más de 100 años”, aclara.

Betty asegura que en el pueblo no hay más de mil habitantes y que la mayoría de las propiedades son casas de fin de semana: “Cuando vinieron mis padres de Italia había 4 mil habitantes, llegaban atraídos por la actividad de los saladeros. Ahora la gente vive de su trabajo en el municipio, del turismo, del comercio y muchos son jardineros de la propiedades de fin de semana”.

Otra de las construcciones que llaman la atención tiene dos pisos y, según consta en sus paredes, fue levantada en 1863 a los efectos de que funcionara como casa de cambio.

Si el pueblo atrapa con el aletargado encanto histórico, igual de atractivos resultan los caminos de conchilla blanca que abren paso surcando la espesa vegetación de árboles y juncos hasta develar como escenario el río color de león. Junto a la obra del nuevo puerto que permitirá fomentar las actividades náuticas sobrevive el extenso espigón de madera, enmarcado por ceibos florecidos.

LA MEMORIA DE DON MANUEL

El atalayero más longevo es Manuel Sansiñena y dice con simpatía que, si la vida le da permiso, en poco tiempo cumplirá 93. Trabajó la tercera parte de su vida repartiendo cartas y hace algunos años el Municipio de Magdalena lo reconoció como “vecino ejemplar” a raíz de su participación en distintas entidades de bien público.

“Tuvimos una vida sencilla, pero nunca nos faltó la comida ni para nosotros ni para el que viniera a visitarnos”, resume el hombre que creció en un tambo en el que se ordeñaban 700 litros de leche por día.

Cuenta la historia de su pueblo como quien relata una película. “Cuando yo era chico no teníamos luz, había un sólo teléfono, pero teníamos trenes, hasta el 30 de noviembre de 1968, y correo, hasta el 5 de octubre de 1977”, asegura y recuerda que, como cartero, las entregas que más le gustaba hacer eran las notificaciones de las jubilaciones.

Entre los recuerdos de Manuel conviven hechos que él no vivió, como las batallas contra los franceses: “Peleamos hasta que los sacamos”. También evoca las comparsas que desfilaban en calles iluminadas con palos y faroles a kerosene y la recreación de la reyerta del desierto que se conmemoró en 1967 con 5 fogones y la participación del regimiento de Magdalena.

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