Otro año educativo condicionado por una infinita sucesión de días sin clases

La realización de un posible paro de 48 horas anunciada por las entidades que integran el Frente Gremial Docente bonaerense para esta primera quincena de noviembre -en una decisión que se sumaría a otras medidas de fuerza concretadas ya en las anteriores jornadas por algunos gremios del sector que dejaron a miles de alumnos sin clases- no hace sino agravar un panorama decididamente deficitario para el ámbito educativo provincial, afectado como pocas veces antes por una sucesión de huelgas, feriados y otros factores que impiden el desarrollo normal del ciclo lectivo.

Como se recordará, a principios de 2014 y luego de diecisiete días consecutivos sin clases en las escuelas públicas de la Provincia, se había anunciado un principio de acuerdo alcanzado entre los docentes y el Gobierno, que autorizaba a suponer que se vería garantizado integralmente el derecho de aprender de los 3,5 millones de alumnos. Pero, lamentablemente, esa predicción resultó ilusoria y se vio superada por los hechos.

En la última semana se conocieron datos estadísticos elaborados según los cuales fueron 60 los días de clase perdidos en lo que va del año, tal como lo señaló un grupo de madres del nivel secundario del Normal 1, luego de elaborar un relevamiento preciso.

Así, se siguen perdiendo, sin solución de continuidad, días de clases en las escuelas públicas, en un año en el que las aulas vacías se convirtieron en una postal repetida. En ese marco, tal como se ha dicho, algunas estrategias de recuperación de contenidos que se acordaron a fines de marzo la cartera educativa bonaerense y el Frente Gremial fueron barridas por la realidad. Los récords que se alcanzan, lamentablemente, son negativos.

Los nuevos paros que se registraron luego del receso invernal, las numerosas huelgas concretadas por algunos gremios, las reiteradas medidas de fuerza de los auxiliares, las marchas y asambleas, fueron configurando un escenario que llevó a que muchos colegios públicos no lograran tener más que un par de semanas completas de clases en todo el año. A eso hay que sumarle el dispendioso número de feriados fijado por las autoridades que, año tras año, suma nuevas e inesperadas fechas.

No es el momento ahora de analizar las reivindicaciones –muchas de ellas seguramente justas- de los docentes. Ya en este diario se realizaron diversas consideraciones sobre ese punto y, también, sobre los argumentos que esgrimen las autoridades. De lo que se trata es de aludir a esta verdadera variable del desajuste en que han venido a dar los escolares, como víctimas de ciclos escolares plagados de interrupciones.

Existe coincidencia en todos los sectores acerca de que cada día de clase que se pierde no se recupera. Pensar que se puede garantizar la misma calidad educativa con paros que sin paros; con docentes en las aulas o sin docentes en las aulas, es lisa y llanamente una falacia. Por eso se ha dicho muchas veces aquí que la continuidad de los paros tiene como directa consecuencia el hecho de resentir a la escuela pública, de tornarla menos previsible y más vulnerable. En nombre de un mejor sistema educativo, lo que se hace es empeorarlo y degradarlo.

Sea como sea, las autoridades deberán encontrar fórmulas que mitiguen esta larga y negativa sucesión de días sin clases y que les permitan a los alumnos ejercer en ciclos lectivo el pleno derecho de aprender, sin interrupciones de ninguna naturaleza. El presente y el futuro del país también necesitan de estabilidad educativa.

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