Se cumplen 40 años de la muerte de Perón
Edición Impresa | 1 de Julio de 2014 | 00:00

El 1° de julio de 1974, en una jornada que mostraba el cielo encapotado por nubes bajas, moría el entonces presidente Juan Domingo Perón. Pasado el mediodía, se dio el anuncio oficial del fallecimiento. La noticia consternó a millones de argentinos que lo habían elegido tres décadas atrás como su líder, aún cuando el deceso era previsible dado su avanzada edad y los antecedentes médicos que hablaban de una salud muy deteriorada.
Fue una de las figuras más polémicas y a la vez más influyentes de la historia argentina. Su solo nombre había dividido a los argentinos en sus dos primeras presidencias, aunque al volver en la década del 70 lo hizo esgrimiendo su novedoso y pacífico aforismo: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. En los años finales se había acercado a la oposición y labrado, con su principal adversario, Ricardo Balbín, un acuerdo básico que pacificó al país. Pero lo que no pudo evitar fue que las disidencias internas de su movimiento derivaran en cruentos enfrentamientos entre la derecha y la izquierda.
La vida política de Perón había cobrado visibilidad a partir del 4 de junio de 1943, cuando un golpe militar puso fin a lo que muchos denominan como “década infame”, para señalar a gobiernos conservadores de origen fraudulento que se sucedieron desde la revolución del 30 contra Hipólito Yrigoyen. Perón, que había cursado estudios en el Colegio Militar y era coronel, se destaca a partir de allí como secretario de Trabajo y Previsión.
Al volver en los 70 pronunció su pacífico aforismo: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”
Desde ese lugar promovió derechos largamente reclamados como los de índole jubilatoria, vacaciones y feriados pagos, aguinaldo, mecanismos de aumento salarial, prevención de accidentes laborales, tribunales de trabajo y una política tendiente al fortalecimiento de los sindicatos. Pero tal como lo señalan muchos historiadores, el logro fundamental fue la conciencia adquirida por el sector de los trabajadores acerca de su propia dignidad y del rol que les tocaba jugar en la vida política y social del país.
Estas conquistas que contribuyó a instalar le fueron aportando crecientes apoyos de la clase obrera y de muchos sectores inicialmente opositores a su figura que, terminaron por adherirse a su movimiento. Fue obligado a abandonar la secretaría, detenido y enviado prisionero a la isla Martín García, pero una movilización popular resonante -la del 17 de octubre de 1945- lo liberó y, fundamentalmente, lo proyectó como líder político. Fue en esas horas que la figura de su mujer, Evita, comenzó también a crecer.
Así describió a Perón en un artículo publicado en este diario el historiador Claudio Panella: “Militar nacionalista y pragmático, entendió que era fundamental para el mantenimiento de la unidad nacional y la paz social distribuir la riqueza que generaba el país de la manera más equitativa posible, correspondiéndole al Estado un papel decisivo en ese sentido. Electo Presidente en 1946, lo fue por dos períodos constitucionales. De esos años, quedan realizaciones que transformaron la vida de los argentinos: aumento del papel del Estado, promoción de la industria nacional, establecimiento del voto femenino, nacionalización de empresas de servicios públicos, reforma de la Constitución Nacional, una inmensa obra pública, pleno empleo. También, la idea de justicia social, de progreso, de igualdad, de democracia real”. Tal como lo señalan historiadores, el logro fundamental fue la conciencia adquirida por el sector de los trabajadores acerca de su propia dignidad
Hay datos biográficos de Perón que aún se debaten. Para algunos historiadores, como Fermín Chávez, nació en 1895 en un campo de Lobos; para otros, como Norberto Galasso, fue dos años antes y en Roque Pérez. Lo que sí si se tiene certeza es que ya niño fue a vivir a la casa porteña de su abuela Dominga Dutey, en la calle San Martín 548 cerca de la iglesia de La Merced. Y que el párroco de esta iglesia era el padre Antonio Rasore, con quien Perón estudio doctrina. Con posterioridad monseñor Rasore sería párroco de la iglesia de San Ponciano, en nuestra ciudad. En uno de sus numerosos escritos Perón valora la tutela ejercida sobre su formación por este sacerdote.
Desde luego que resulta imposible resumir en un escrito la vida y obra de un político que atravesó en su largo derrotero público cuestiones de enorme gravedad, como los efectos sobre el país de la Segunda Guerra Mundial, las crisis económicas sobrevinientes, las polémicas ideológicas del siglo XX, la lucha interna contra la Iglesia Católica y luego contra las fuerzas armadas, el durísimo enfrentamiento con los opositores y, por último, las disidencias en el seno de su propio movimiento.
Perón fue un actor directo en esos escenarios, un protagonista principal, pero también se lo podría ver como una víctima de las fuerzas caóticas que lucharon en su entorno. Más allá de las acusaciones y defensas que rodean a su nombre, lo que resulta indiscutible es que mantiene una vigencia singular, acaso nunca vista en ninguna otra personalidad de la historia argentina.
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