Un futuro muy incierto

La noticia de la muerte del supremo líder de los talibanes, el mulá Omar, supone un duro golpe para la unidad de este grupo insurgente, pone en jaque las conversaciones iniciadas con el gobierno afgano y deja al movimiento talibán entre la fractura y nuevas aventuras como la del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). El mulá Omar no aparecía en público desde que fue sacado del poder en 2001 tras la invasión de EE UU. Hace menos de 15 días, los talibanes difundieron un mensaje atribuido a él en el que por primera vez el líder insurgente aceptaba una solución política para la guerra afgana. El mensaje fue celebrado por el presidente afgano, Ashraf Gani. El mulá Omar era un símbolo de unidad para los jefes talibanes, que lucharon contra el gobierno y las fuerzas militares extranjeras en el país desde 2001.

Esa unidad, según analistas, no podrá mantenerse ante la inminente lucha interna de poder y el reacomodamiento de fuerzas y posiciones. El sucesor de Omar, el mulá Akhtar Mansour, no tiene el respaldo de la familia del líder muerto. El deceso de Omar también tendrá serias consecuencias para el diálogo de paz en el corto plazo y las complicará más, pero a largo plazo podría ser una oportunidad para el gobierno de alcanzar la paz con aquellos insurgentes más moderados que responden a Mansour y que en el pasado no pudieron negociar.

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