Un artista de la polémica
| 22 de Abril de 2016 | 00:51

Tenía un enorme talento y creó algunos temas que forman parte de la historia de la música, pero si algo distinguía a Prince era la polémica, que buscaba a través de las controvertidas letras de sus canciones, sus continuos cambios de nombre y un estilo de vida cuanto menos extravagante.
En 1978, con solo 18 años ya había sido fichado por una multinacional y conseguido sus primeros éxitos. Decidió muy pronto que iba a controlar férreamente su carrera, en todos sus aspectos. No solo construyéndose un estudio de grabación para acaparar todo el proceso de creación de cada uno de sus discos, sino también en lo que se refería a su estrafalario y colorido vestuario, su cuidadísima imagen y lo que quería que supieran de él sus fans.
Fue a partir de su tercer álbum, “Dirty Mind” (1980) cuando el cantante de melodías como “Purple Rain” eligió la provocación y el ser sexy jugando con trajes de baño estrechos y perfectos de cuero que dejaban ver su cuerpo casi al desnudo.
Siempre amante de los volúmenes en los hombros, Prince jugó también con una imagen femenina, tanto en sus movimientos encima del escenario como en sus posados en fotos y en las portadas de sus discos. Y así lo mostró en 1988 en “Lovesexy”, donde apareció desnudo con una mano en el pecho y la melena al viento. Para entonces, sentado en la cima del mundo tras el furioso éxito de “Purple Rain” (1984) y rivalizando por el trono con Michael Jackson, ya había sentado las bases de lo que iba a ser su carrera: la polémica.
A partir de aquellos años su personaje pasó a ser una más de sus producciones artísticas, cambiantes, inclasificables, pero siempre reconocibles: Prince escapaba a las etiquetas, pero era imposible no reconocer la música su estética, marcada, además de por la fusión y el sexo, por un fetichismo notable por las mallas. Amarillas, con tachas, de cuero, lunares o de talle alto, cualquiera le valía y lo convertía en un iconoclasta de la sensualidad.
Los ochenta fueron sus mejores años, con giras mundiales en las que hacía gala de su control del escenario y su sentido del espectáculo, con un cuidado estilo provocador que fomentaba con sus trajes, sus peinados y sus coreografías.
Un éxito que no pareció bastarle ya que a comienzos de los noventa se mostraba cansado de todo y entró en una espiral de excesos que le llevó a cambiarse repetidamente de nombre. Primero se produjo el escándalo de “The Black album”, un trabajo que se editó en 1987 de forma pirata y retirado una semana después del mercado por Warner.
A continuación llegó la música que compuso para la película “Batman” (1989), el vídeo de tono erótico que grabó con una de las canciones con la actriz Kim Bassiger y en 1992 firmó el mayor contrato de la música, por 108 millones de dólares con Warner.
Al año siguiente decidió que ya no se llamaba Prince, sino que se le conocería con un símbolo que unía lo masculino y lo femenino y que no había cómo pronunciar, lo que llevó a sus seguidores a llamarle “The symbol” (“El símbolo”). Luego pasaría a llamarse “The Artist” (“El artista”) y “The Artist Formerly Known As Prince” (“El artista antes conocido como Prince”).
Era una época en la que aseguraba no creer en lo terrenal y consideraba que todos somos parte de un todo espiritual, por lo que se mostraba orgulloso de no tener nombre.
“Eso me acerca más a la raza humana. Ya no me puede pedir nadie autógrafos y ya no es necesario que me preocupe de mi ego”, aseguraba. Hasta que en 2000 decidió recuperar su nombre de Prince.
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