Al maestro, con cariño

Por Alejo García Pintos*

 

Se fue mi maestro. El que me enseñó que este laburo de actuar no es ni una profesión ni una carrera. Como él decía: “ésto es un OFICIO”. El que me inculcó los valores más sagrados en el teatro. El que me dio una escoba para barrer la sala de La Lechuza y me dijo “empezá flaquito”. Así me llamaba “flaquito” o “Alejito”. El que me dijo cómo se operaba una consola de luces o sonido, a acomodar al público cuando José María Vilches elegía su teatro para desplegar todo su talento. La sala de Juan Carlos (mi maestro) y Lidia Perez Losavio (mi maestra) donde “Chemari” eligió estrenar y hacer la última función de su vida recreando a Machado. Se fué el actor con el que me deleitaba de niño viendo y escuchando a Goldoni y Molière en la sala de Luz y Fuerza con la Comedia de la Provincia. El que me hacía reír a carcajadas con Neil Simon. El galán de voz recia. Se terminaron las anécdotas de sus comienzos en los cabarets y tanguerías. El hombre que me dijo al poco tiempo de comenzar a estudiar teatro “te estuve viendo, sos bastante mal actor, pero ¿querés ser el protagonista de un infantil?. Siempre con ese humor ácido. Ese humor que escondía tanto amor. Ese amor con el que fundó el teatro independiente más antiguo en funcionamiento del país. Justo en breve se cumplirán 60 años desde que Juan Carlos, Lidia y otros locos levantaron el telón del templo sagrado que es y será la Lechuza. Lo convencí de volver a ver al Lobo después de muchos años. Su última vez había sido con su papá. Eligió honrarme y volver conmigo. Tardes en el Bosque después de comer ravioles en el club de billares de diagonal 74. Tardes de paleta en el lote de City Bell en esa cancha improvisada. Pintar el techo de negro en el escenario, armar la escenografía, fumar un pucho. Escuchar sus anécdotas. Las contaba como las cuenta un actor de raza, con todos los chiches, como para que las vivieras con él. Nunca lo pude tutear. No me pasó con nadie. Supongo que a quien uno ve como a un Dios, no lo trata de vos. Para mí Juan Carlos era eso. Sí, puedo estar exagerando. Pero así lo siento. Alguien a quien se venera. ¿Cómo no venerar a la persona que con sus actos y palabras me dio las herramientas para ejercer el OFICIO más hermoso del mundo?. Lo que más amo hacer. Me dí el lujo de actuar a su lado. Juro que no se muy bien lo que yo estaba haciendo mientras transcurrían las funciones. Yo me sentía SU espectador. Una hora y pico mirando embobado a mi maestro. Según él fue su última obra. No estoy de acuerdo. Su obra sigue siendo Laura Clide Roxanita, Alejo, Abril... Bah... La Lechuza. Mi casa, en la que ya mi segundo papá no caminará ese escenario. Pero ya habrá desplegado sus alas de Lechuzo para que cada vez que se levante el telón diga “Shhh, silencio... empieza la función”.

Adiós mi maestro, adiós mi referente. Hasta la próxima Juan Carlos De Barry.

 

* Actor.

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