Paranoia: entre la locura y la lucidez

Una serie de shows de la pantalla chica estrenados recientemente reflejan un clima de época marcada por la desconfianza y el pesimismo de una sociedad angustiada por la vigilancia omnipresente y la falta de control sobre el propio destino: un buen programa para el domingo...

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“No es paranoia si realmente te persiguen”, dice Harold Finch en la serie “Person of interest”: la frase se ha vuelto remera en una era obsesionada por las conspiraciones, vigilada a cada minuto y cargada de miedos y ansiedades que tienen como eje una tecnología y una democracia que, se suponían, debía liberarnos y que se han convertido para muchos en la fachada de un sometimiento invisible.

No es coincidencia que esta sea la era en que el programa que nos enseño a ser sujetos “conspiranoicos”, “Los Expedientes X”, haya regresado a nuestras pantallas: el show que marcó el renacimiento de la ciencia ficción en los ‘90 dejó la pantalla chica en 2002, regresó en formato cinematográfico brevemente en 2008 y ocho años más tardes desembarcó con una miniserie que tendrá su segunda temporada (la onceava del show) a partir del próximo miércoles, a las 22, en FOX.

En el 25° aniversario de su estreno, la nueva entrega de 10 episodios de una hora, vuelve producida por su creador Chris Carter, con las estrellas David Duchovny y Gillian Anderson en sus roles icónicos de los agentes especiales del FBI Fox Mulder y Dana Scully. El tiempo ha pasado para ellos también: tras años de lucha, Mulder ya no es el tenaz agente que quería creer, y Scully se ha vuelto más dura y escéptica. “Ya no era tan fácil distinguir la verdad de la mentira, las leyendas urbanas de las realidades comprobables, el horror de la invasión alienígena del temor a los monstruos cotidianos”, escribió Paula Vázquez Prieto al respecto en La Nación.

La paranoia se vuelve, en ese sentido, cada vez más racional en este mundo en que el gobierno democrático espía a sus ciudadanos a través de las pantallas que instan en todos lados a un consumo sometedor. Pero la paranoia es, antes de volverse lógico, un sentimiento, de miedo, de impotencia, que luego se vuelve racional a través de teorías conspirativas, en explicaciones a medias propias de individuos impotentes que intuyen que hay una fuerza que les pisa la cabeza, pero que no consiguen dilucidar la naturaleza de esa fuerza.

SIN CONTROL

Así le ocurre al hijo de un científico empleado por la CIA, Frank Olson, en la década del ‘50 que de repente se lanza al vacío desde la ventana de un hotel. Obsesionado, el hijo, Eric, investiga el caso: lo creen loco, pero a lo largo de décadas en que abandona un futuro prometedor como académico y se distancia de amantes y familiares, el hombre descubre experimentos de la CIA con LSD para el control mental, el uso de armas bacteriológicas en la Guerra de Corea y hasta manuales de la CIA para matar arrojando desde la ventana al enemigo. Esa es la trama que retrata la serie documental “Wormwood”, una absorbente y perturbadora serie que puede verse en Netflix, creada por el documentalista Errol Morris, director de “La delgada línea azul”.

Cuestionar se puede tornar obsesión, un descenso infernal por la madriguera del conejo

De esa falta de explicaciones que sienten Eric Olson y la mayoría de los mortales surge entonces la paranoia, confundida muchas veces con espejismos de mentes obsesionadas pero, en rigor, un sentimiento pesimista síntoma de una época de desigualdad e impotencia donde parece evidente que no somos dueños de nuestros destinos, que las decisiones de nuestras vidas se toman lejos de nosotros.

Y se suponía que la tecnología iba a liberarnos de vivir sin voz en medio de una sociedad injusta, mientras la utopía de internet se vuelve dominio de las corporaciones y se utiliza para espiar a quienes iban a ser liberados, queda claro que la tecnología se trata de una utopía perdida más, otro sueño vuelto pesadilla del progreso. Así reflejan decenas de documentales (dos para comenzar, los indispensables “Citizenfour”, disponible por HBO Go, y “Internet’s Own Boy”, el estremecedor caso de un luchador por la libertad del conocimiento conducido al suicidio que puede verse en Netflix); y esa es la tesis de los episodios de “Black Mirror”, la serie antológica de Charlie Brooker que el viernes estrenó en Netflix su cuarta temporada de episodios que retratan los miedos más primarios del individuo con un hilo en común: la tecnología como vehículo para la realización de esas pesadillas.

LA NATURALEZA DE LA REALIDAD

Escritos desde el género con el deseo de romper, criticar y perturbar, como el terror de George Romeo o la ciencia ficción de David Cronenberg, los estremecedores episodios de “Black Mirror” invitan al saludable ejercicio de cuestionar la realidad, eso que damos por sentado pero que se ofrece en estas ficciones como una construcción (a menudo, la construcción de otro, desde arriba, un sueño para el control).

“El propósito de los documentales debe ser no darnos la realidad servida, sino invitarnos a pensar qué es la realidad”, dice en ese sentido Errol Morris sobre su serie, “Wormwood”, una frase tranquilamente aplicable a “Black Mirror” y “Los Expedientes Secretos X”.

Pero el sano ejercicio de cuestionar se puede tornar obsesión, locura, un descenso infernal a través de la madriguera del conejo y hacia un mundo de pesadillas antes que de maravillas. Así reflejan no solo los shows mencionados, sino otra miniserie estrenada en las últimas semanas, reflejo del clima de época paranoico en que habitamos: en “Manhunt: Unabomber” (Netflix) la historia sigue la investigación que llevó a Ted Kaczynski, un terrorista que envió durante más de una década cartas-bomba para hacer escuchar su mensaje anti-progreso, a prisión. En un golpe maestro de una serie con varias desprolijidades y golpes de guión, tanto el investigador principal como la audiencia se sentirán atrapados, casi seducidos, en estos tiempos de tecnología abrumadora, paradójica desconexión de la naturaleza y también paradójica falta de control sobre el propio destino, por el mensaje del terrorista. “Algo de razón tiene”, no podemos dejar de comentar...

 

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