¿El vaso medio lleno o medio vacío?

Enrique M. Novelli
Psicoanalista, miembro titular de la APA y Full Member IPA. Coautor del libro “Enigmas de la sexualidad” y “Máscaras del superyo”

Tengamos en cuenta en primer término que los conceptos optimismo y pesimismo son de tal importancia para los humanos, que estructuran corrientes filosóficas desde las cuales se sostiene que todo lo existente es bueno y el mal sólo una apariencia (optimismo); en tanto su opuesto (pesimismo) se erige como doctrina según la cual el mal prevalece sobre el bien, y asevera que por más favorables que sean los acontecimientos, siempre tendrán un giro desfavorable. Se relaciona con el fatalismo, es decir, con la idea de que el destino está prefijado de antemano y se haga lo que se haga es imposible cambiarlo.

El optimismo y el pesimismo son dos disposiciones psíquicas (o anímicas) que llevan al sujeto a percibir los acontecimientos del mundo desde lo óptimo o lo pésimo (estas son las raíces etimológicas del término).

Como todas las disposiciones, se van construyendo desde los primeros años de la infancia. En esta etapa adquieren singular importancia las vivencias generadas por las experiencias propias y las que advienen por las reacciones afectivas de los personajes significativos del niño, en primer término los padres.

Padres que conciben al mundo como peligroso, inscriben en el psiquismo del hijo una realidad plagada de males que no podrán afrontar. Padres que conciben a los semejantes como pares con los que es bueno relacionarse, posibilitan en el hijo la formación de ideas y sentimientos de que vincularse es bueno y no verán a los demás como competidores o enemigos y podrán relacionarse sin las sensaciones de temor y angustia.

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