A cualquier edad, la poesía como expresión de vida
| 2 de Marzo de 2017 | 19:41

“Sólo soy una escribiente de versos que salen de mi corazón”, afirma Norma Adela Marchessi, o Nam, como suele firmar todos los textos que durante más de dos décadas registró en hojas digitales y de papel.
A sus setenta años, Norma asegura que la poesía fue una poderosa herramienta para ella; le permitió expresarse fácilmente y con placer. Aunque recuerda que empezó a escribir en su preadolescencia, inspirada por las lecturas en su casa paterna -especialmente las de Pablo Neruda-, a sus cincuenta años decidió empezar un taller literario y compartir sus escritos.
El impulso, comenta, se dio a partir de la muerte de su marido y la de una amiga. También llevaba a cuestas varios años de trabajo como cirujana plástica en el área de quemados, que le demandaron mucho trabajo en su vida y sin duda le dieron una sensibilidad y un aprecio por la vida muy especiales.
Con una gran sonrisa y calidez, Nam siempre dirá que su gran amor es la poesía y que desde que la descubrió no ha dejado de escribir. Hoy comparte su arte en talleres y cafés literarios, y es socia adherente de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires.
“Siempre recordaré ‘el nido’ que me dio alimento y vuelo”, dice en un pequeño verso que publicó recientemente en “Dulce Lucía, mira las Grullas Rojas”. Tal vez, hable de Concepción del Uruguay, donde nació, de su padre y los libros, del amor de su madre, de la palabra.
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Lucía Ana recuerda, a sus diez años, el cuaderno Rivadavia convertido en libro y cómo se iba llenando de las cosas que leía y le gustaban. También recuerda que lo que motorizaba su escritura en aquel entonces no era muy diferente a lo actual; se trataba -y se trata- de aquello que le pasa por el cuerpo, que la atraviesa.
A los quince llegó a un taller de poesía en el que, a raíz de la dinámica del tallerista, se sintió “mutilada”, ya que el trabajo sobre el texto era muy puntilloso en cuanto al estilo. Tuvo que pasar un lustro para que volviera a escribir.
“Siempre leí poesía, creo que la poesía es la vida misma, que todo es poesía o que de todo podemos hacer poesía. Creo que todas/os tenemos un montón de cosas para decir, para compartir, cosas que nos movilizan, postales de los días que transitamos y se nos quedan grabadas en la mente o en las retinas y la exteriorización de eso, la puesta en palabras, ya es poesía”, asegura Lucía, que entiende que la poesía no necesita de una estructura, métrica o rima determinada.
La autora ha publicado en formato físico y está trabajando en su próximo libro, también utiliza el facebook y su blog (https://luciaanaa.wordpress.com) como herramientas para darle difusión a lo que escribe, ya que cree firmemente “que las palabras son libres, que los libros tienen que ser libres, que todas las personas que tengan ganas de leer pueden hacerlo, que una escribe para compartir”.
En los últimos años, Lucía ha visto crecer la “movida” de poesía con editoriales independientes, gente escribiendo, textos compartidos en espacios culturales y en Facebook; todo esto la alegra infinitamente, porque significa que más gente se permite poner en palabras lo que siente, sus poemas.
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Desde Montreal (Canadá), mientras realiza estudios de posgrado, Ana Jouli recuerda que de la poesía lo primero que vio fue la música. “Las rimas me parecían lo más ingenioso del mundo, y el lenguaje de la poesía modernista, que llegó a mí antes que cualquier otra, gracias a bibliotecarias dulces y un poco anticuadas, era una delicia, un exceso que me provocaba una alegría desconocida, difícil de explicar”, detalla.
Fue entonces que quiso compartirlo y comenzó a escribir para su primer novio. Él le dijo que no entendió, pero a Ana eso ya no le importaba, había encontrado algo que la hacía infinitamente feliz.
Durante su experiencia en otro país, Anita habla en inglés y aprende francés, mientras que sigue escribiendo en español en una experiencia que cada vez es más privada.
Gracias a un diario de viaje, escribe todos los días, especialmente de noche, cuando sus compañeros de casa pintan, ven películas o toman café. ”La vida en esta ciudad se parece a las películas navideñas: las calles cubiertas de nieve, las luces en los árboles, las ardillas en el parque”, cuenta fascinada.
“La poesía para mi es una forma del detenimiento, de la delicadeza. No como tema o tono, sino como una sensibilidad del idioma que funciona sobre cada palabra. En ese sentido, ahora necesito algo más fluido, más cerca de la pulsión del registro: no querer olvidarse de nada”, finaliza.
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