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Defensa de las libertades

José Domingo Martínez opina: “En los últimos tiempos, y en buena medida por influencia de Estados Unidos, se va imponiendo una paradójica represión contra los ciudadanos que no son partidarios de las ideas minoritarias. Las antiguas víctimas se van transformando en una especie de nuevos verdugos. Como si donde se abolió la pena de muerte, se prohibiese expresar opiniones favorables a lo que, desgraciadamente, sigue vigente en otros estados americanos. Hasta la Francia igualitaria ha estado a punto de introducir una condena para quienes obstruyan la práctica del aborto, primero despenalizado, luego convertido en derecho, ahora bien social protegible penalmente. Se trataba de una enmienda en la tramitación de una ley sobre igualdad de derechos, que no prosperó: el delito de obstrucción podría haber significado hasta dos años de cárcel y 30.000 euros de multa. Es justo defender las propias libertades. Pero no parecen lógicas las sanciones, más típicas de absolutismos caducos que de sistemas democráticos. Incluso, si los líderes de las minorías lo estudian detenidamente, quizá compartan mi opinión de que son contraproducentes: están en el origen del aumento de las fobias contra grupos de activistas irreductibles con imagen de arrogancia”.

La violencia

Daniel E. Chavez indica: “Muchos de nosotros, quizás, hemos oído alguna vez decir que ‘la violencia es una mentira’. Es esta una frase conocida, porque la dijeron algunos santos de la Iglesia, el Papa Francisco, el Dalai Lama, discípulos de los mismos, y varios de los más reconocidos filósofos de la antigüedad y de los más cercanos a nuestro tiempo. En estos momentos de extrema violencia que estamos viviendo los argentinos, conviene reflexionar sobre el sentido de dicha frase. La misma no quiere decir que la violencia no exista o no sea real, sino, todo lo contrario. Quienes la expresaron la ubicaron en un contexto existente, serio, verdadero. Y aclararon que es una mentira, porque está en contra de la verdad. Lo verdadero es la paz espiritual, personal y social; es la convivencia pacífica; es el control riguroso del cumplimiento de las leyes; el servicio responsable; la educación eficaz; la buena intención de nuestras acciones y mucho más. Porque eso es lo bueno, y lo bueno viene del bien supremo, que es Dios, y Dios es verdadero. A Él no le agrada, no aprueba ni justifica las acciones violentas. Si los argentinos seguimos aletargados, sin despertar del mal sueño de la violencia, seguiremos padeciendo las consecuencias de la misma”.

 

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