El padre de cada día

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En 1984 el poeta Antonio Requeni, voz sensible y profunda de la poesía argentina, publicaba un libro de infinita belleza. Tras una búsqueda comprometida y atinada, recopilaba más de un centenar y medio de poemas, estampas, memorias y breves relatos en que autores de diferentes épocas y lugares (la mayoría argentinos) evocan a sus padres. El trabajo fue titánico y el resultado conmovedor. Titulado sencillamente Libro del padre, se suceden allí las reminiscencias memorables. Como las que seguramente vendrán hoy, domingo de conmemoración, a tantas mentes y a tantos corazones, así en presencia como en ausencia. El enorme Eduardo Alvarez Tuñon dice en ese libro: “Quiso vivir en playas con pedazos de barcos/ y amó la madera de viejos escenarios (…) puedo ver las palabras salidas de sus labios/ aparecer de nuevo en los días de lluvia”. El poeta Luis Benitez evoca: “Tu memoria no es una inscripción/ ni es el emblema de tu casa final (…)/ es lo que dijiste y lo que has sido”. Borges escribe: “Tú quisiste morir enteramente (…)/ te hemos visto morir sonriente y ciego”. Julián Centeya, gran poeta del lunfardo, describe: “Mi viejo carpintero era grandote/ y un cuore chiquilín, siempre en la vía/ Su vida no fue más que un despelote/ y un poco, claro está/ por culpa mía”. Irene Gruss lo ve así: “Mi padre muerto tiene el mismo rostro/ la misma sonrisa como cuando/ dormía su siesta”. Y el inefable Groucho Marx: “Mi padre era un hombre apacible. Alzaba un cepillo y nos decía: te mato si haces eso nuevamente. Yo lo amaba. Era un buen hombre, pero un pésimo sastre”. El propio Requeni evoca en su poema “Piedra libre”, un juego de escondidas en el que el padre participa: “Y mientras cuentan -once, doce, trece…-/ el padre se va haciendo pequeñito/ Cuando terminan de contar lo buscan/ Lo buscan, pero el padre no aparece/ Se ha escondido debajo de la tierra”. Ha cumplido su misión.

¿Cuál es hoy, entonces, el lugar del padre? Los mismos hombres no se lo han planteado con suficiente énfasis y compromiso, hay allí una asignatura masculina (además de social) pendiente

UN HAMBRE ANTIGUO

Son frases tomadas casi al azar. Pero no hay una sola semblanza que no merezca lectura completa. Y cabe una lúcida percepción de Requeni, que en el prólogo apunta: “En este siglo resulta más fácil rastrear el tema del padre, aunque la madre ocupa, por lo general, mayor espacio en el canto de los poetas”. Los poetas reflejan la vida, y más allá de las evocaciones puntuales de este día, aun en una sociedad que sigue siendo patriarcal en aspectos esenciales y decisivos, la figura del padre permanece esfumada en cierta bruma. Tradicionalmente se esperaba de él que garantizara el sustento económico, que impusiera el orden y la ley del hogar y que administrara castigos (sobre todo) y recompensas. Lo demás, los aspectos cotidianos de la crianza, la educación, la alimentación, la salud, el soporte emocional y afectivo de los hijos, se consideraron por décadas y siglos territorio materno. En esos campos el padre estorbaba. Durante generaciones resultó alguien tan querido como temido, tan necesario como emocionalmente distante. El psicólogo especialista en masculinidad Aaron Kipnis (autor de “Los príncipes que no son azules”, extraordinario y valiente ensayo sobre el tema) dice: “Todos crecimos con hambre de padre al tiempo que recibíamos la leche del cuerpo de nuestra madre”.

Hambre de padre significa necesidad de conocer sus sentimientos, de recibir educación emocional de su parte, de compartir tiempo y piel, de ser reconocido y valorado por ese hombre (el cariño de la madre se dice incondicional), de ser acompañado por él hacia el portal de ingreso a la adultez. Esa silenciosa hambre que perdura hoy en tantos adultos tiene su contracara en el hambre de hijo padecido en idéntico o más profundo silencio por generaciones de padres que cumplieron al pie de la letra con su mandato de productores-proveedores-protectores para encontrar que sus hijos se habían hecho adultos sin que ellos participaran en el día a día de ese proceso vital. Aquella hambre busca consuelo cuando, llegado el momento de la evocación, construimos la figura del padre que hubiésemos querido y necesitado a nuestro lado antes que el que de veras tuvimos. Los padres evocados, aunque duela reconocerlo en muchos casos, suelen ser los padres deseados, más que lo reales.

El lugar del padre tradicional empezó a eclipsarse cuando cambios sociales y transformación del modelo único de familia dieron a la mujer espacio y protagonismo en espacios que le eran vedados (así como el coto doméstico se le cerraba al varón). El trabajo fuera del hogar es desde mediados del siglo anterior una práctica femenina natural, el papel de proveedor económico es ahora la mayor parte de las veces compartido, se multiplicaron los hogares monoparentales y estos son en general comandados por mujeres, las madres solteras por elección son cada vez más. ¿Cuál es hoy, entonces, el lugar del padre? Los mismos hombres no se lo han planteado con suficiente énfasis y compromiso, hay allí una asignatura masculina (además de social) pendiente. Mientras tanto, su ausencia, o su presencia difusa, no son gratuitas. Investigaciones serias y fundadas muestran que los varones que delinquen y pueblan cárceles y reformatorios, así como los drogadictos, provienen en un alto porcentaje de hogares con padre ausente, inexistente o de presencia confusa (más “amigo” o “cómplice” del hijo que guía y líder educativo y moral). Otro tanto ocurre con las madres adolescentes (desprovistas en su crianza de una figura masculina orientadora, amorosa y presente). Aunque viejas y erróneas creencias muy extendidas y muy profundas pregonen que con la madre alcanza y que es ella quien no debe faltar, no es así. El padre es la otra mitad. Esencial y a menudo ausente.

Hambre de padre significa necesidad de conocer sus sentimientos, de recibir educación emocional de su parte, de compartir tiempo y piel, de ser reconocido y valorado por ese hombre (el cariño de la madre se dice incondicional), de ser acompañado por él hacia el portal de ingreso a la adultez

EL REGRESO DE ULISES

Este panorama llevó al brillante psicoanalista italiano Massimo Recalcati a plantear que hoy ya no se puede hablar de complejo de Edipo. El personaje trágico que inspiró a Freud mataba a un padre poderoso, el rey de Tebas, para quedarse con la reina y el trono, sin saber (hasta que fue tarde) que ellos eran su padre y su madre. Tiene que haber un padre cierto, presente, asertivo, en quien encarnen la ley y el poder, para que la idea freudiana sea plausible. No es lo que ocurre hoy, con varones desorientados, figuras paternas que derivan más hacia una confusa “amistad” (los hijos necesitan padre, a los amigos los encuentran entre sus pares) y mujeres en avance continuo en campos que eran exclusivos de los varones. Estamos, dice Recalcati, ante el complejo de Telémaco, el hijo de Ulises. Cuando este partió a la guerra de Troya su hijo era pequeño. El reino de Itaca quedó a la deriva, comenzó a ser saqueado por oportunistas y la reina, Penélope, acosada por todo tipo de macho cabrío. Telemáco creció en la espera del regreso del padre para que con él volvieran la ley, las normas, la hoja de ruta en la vida. De hecho, salió a su búsqueda y se encontraron a mitad de camino, cuando Ulises (que sentía la angustiosa necesidad de regresar) volvía a Itaca para lo cual debía superar todo tipo de riesgos y tentaciones, como el canto de las sirenas. Recalcati plantea esto en su libro “El complejo de Telémaco”. Y llama a los hombres a emprender un viaje hoy postergado por más tiempo del que los hijos, la sociedad (y las propias madres) pueden seguir esperando. No es cuestión de un día. Lo que se necesita es el padre de cada día.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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