Trajes de vecino en oferta, al menos hasta el día de las elecciones
Edición Impresa | 23 de Julio de 2017 | 04:43

Ahí, enredados entre los cientos de pibes que en medio de las vacaciones claman por una hamburguesa con papas, una ficha para los jueguitos, una tarde de cine o de teatro, ahí, en medio de los globos, las golosinas, los mimos y los payasos, dos banditas de adolescentes deciden diferencias a los trompis en plena calle 8. Gritos, corridas, golpes, heridos y detenidos. Apenas a dos o tres cuadras, un centro de venta de ropa trucha, sienta sus reales en una de las principales plazas de la ciudad, a los mismos pies de San Martín. Dicen que así es la vida en la ciudad. Pero no es cierto.
La vida en las ciudades organizadas y civilizadas, resulta mucho más placentera. Lo que aquí ocurre, tal vez, es que la mayoría ya se olvidó de lo que era La Plata y a su vez, haya internalizado como lógico esta cuestión de convivir con el peligro.
Falta menos de un mes para las internas abiertas que definirán quienes serán los candidatos que, en octubre, competirán por alcanzar una banca en el Concejo Deliberante de la capital de la Provincia de Buenos Aires. Aquí se renuevan 12 bancas. Hay 25 listas de postulantes, es decir, hoy por hoy, hay 300 aspirantes a concejales en plena campaña política.
Verlos no es difícil. En todas las esquinas hay mesitas que reparten folletos, globos y propaganda. Pero enfrascados como están en sus internas, tal vez, hayan perdido de vista lo que pasa en las calles.
Tal vez, un buen ejercicio sería proponerles que averigüen cuánto cuesta un tacho de pintura, de los que los vecinos deben comprar para tapar los grafitis con los que, graciosamente, trasnochados aspirantes a artistas, les decoran los frentes de las casas.
A lo mejor, para sentir mejor el pulso del vecino, en lugar de tocar timbre y tomarse unos mates por los barrios, debieran caminar de lunes a viernes en horario comercial por el centro, para aleccionar o hacer entrar en razones a los campeones del estacionamiento en doble fila. Y, aunque sea hasta las elecciones, podrían ponerse el traje de vecino, pasar de este lado del mostrador, y en lugar de prometer hasta lo imposible, simplemente, guardar silencio y escuchar.
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