El delicado arte de elegir
Edición Impresa | 3 de Septiembre de 2017 | 08:37

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Ocurre con frecuencia que a fuerza de usar permanentemente una palabra esta empieza a perder su significado y a convertirse en un sonido o en una especie de comodín que simplemente completa frases. Hay un vocablo que este año debe haber ganado en la Argentina todos los campeonatos imaginables en cuanto a menciones. La palabra es elección. Así ocurre cada dos años. De tanto ser usada es probable que se haya convertido en apenas un puñado de letras. Y cada tanto las palabras, esas herramientas fundamentales de la comunicación humana, necesitan ser reparadas y sanadas. Necesitan, en fin, que se les devuelva su dignidad.
¿Qué significa elegir? Es una palabra de origen latino que, en sus raíces está emparentada con otras, como escoger, recoger, leer e inteligencia. Jugando con todas ellas se podría decir que se trata de leer con inteligencia la situación en la que nos encontramos para escoger una alternativa y recoger luego los resultados. Aunque, más allá de juegos verbales, la de elegir es una acción que atraviesa toda nuestra vida. Si bien no siempre somos conscientes de ello, desde que despertamos en la mañana hasta que cerramos los ojos en la noche pasamos de una elección a otra, y todas ellas nos convierten en seres que deciden. Quizás lo único que no elegimos es lo que soñaremos al dormir. Pero quién sabe.
Por ejemplo, tenemos que salir y está nublado. ¿Llevamos paraguas? Llega el mediodía y hay que almorzar. Nos sentamos en un restaurant y viene el mozo con el menú. ¿Qué comeremos? Un atasco nos impide seguir nuestro camino mientras vamos con nuestro auto. ¿Por dónde seguiremos? En la noche dos programas de televisión que nos interesan por igual coinciden en el horario. ¿Por cuál nos inclinaremos? Son apenas algunas viñetas de la vida cotidiana. Pero hay elecciones más complejas y decisivas: carrera a estudiar, opciones laborales, viajes, intervenciones quirúrgicas, tratamientos, elecciones afectivas, mudanzas (de casa, de barrio, de ciudad, de país). Y no terminan ahí. En el viaje existencial de cada persona se presentarán situaciones acaso inéditas e intransferibles que, como en toda elección, deberá resolver ella por propia decisión y asumiendo su responsabilidad.
LA LIBERTAD ÚLTIMA
Los humanos somos seres que elegimos. Nuestras acciones y decisiones no están automatizadas ni responden a predeterminaciones. Al tener conciencia accedemos a la libertad y de alguna manera somos prisioneros de esta. Elegimos siempre, aun cuando creamos que no hay opción. En esas situaciones en que, por razones ajenas a nuestra voluntad, no hay más que un camino a seguir, continuamos siendo libres y continuamos eligiendo. Tanto el gran médico, psiquiatra y pensador austriaco Víktor Frankl (1905-1997) como otro gran psicoterapeuta existencial, el estadounidense Rollo May (1909-1994), hablaban, en esos casos, de la libertad última, la única de la que una persona no puede ser despojada. Es la libertad de elegir y decidir su actitud ante cualquier situación, así se trate de estar ante el pelotón de fusilamiento.
La conciencia nos permite pensar. Esto significa dudar, comparar, discernir, optar, decidir. Pensar es desobedecer, como señalaba Erich Fromm (1900-1980), el pensador alemán autor de “El arte de amar” y “El miedo a la libertad”. En su ensayo “Sobre la desobediencia” explica que el pensamiento nos permite contravenir mandatos rígidos, consignas premoldeadas, nos permite ir contra los prejuicios, preguntarnos el por qué y el para qué de una situación, salir de carriles anquilosados, explorar alternativas laterales. Quien piensa tiene más caminos por recorrer y no puede caer en la fácil triquiñuela de echarle la culpa a otro por las consecuencias de su elección. Fromm cita en su libro al matemático y filósofo gales Bertrand Russell (1872-1970), ganador del Premio Nobel de Literatura, quien decía que “los hombres temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en la Tierra (…), porque escrudiña el abismo del infierno y no teme (…), porque es veloz y libre e ilumina el mundo”.
Elegir es, precisamente, arriesgar. Porque cuando elegimos no sumamos. Restamos. Quisiéramos tener todo, pero no se puede. Debemos elegir. En realidad decidimos qué resignaremos. Elegir, entonces, enseña a valorar
Cuando las personas dejan de pensar, afirmaba Russell, se vuelven “estúpidas, lerdas y tiránicas”. Se aferran a la seguridad de los prejuicios, van a donde corren los demás, buscan figuras providenciales que se hagan cargo de ellas. El ejercicio del pensamiento, señalaba, nos permite ver la vida en toda su amplitud y amarla aun con sus riesgos. Y elegir es, precisamente, arriesgar. Porque cuando elegimos no sumamos. Restamos. Quisiéramos tener todo, pero no se puede. Debemos elegir. En realidad decidimos qué resignaremos. Elegir, entonces, enseña a valorar. En el momento de cualquiera de las tantas elecciones que la vida nos propone incansablemente estamos renunciando a algo, y esa renuncia valoriza aquello por lo que optamos.
LAS EXCUSAS DE SIEMPRE
Por todo lo dicho es tan importante elegir pensando, evaluando, discerniendo. Y hacerlo con honestidad hacia nosotros mismos, reconociéndonos responsables de los efectos que nuestra elección vaya a provocar. Cuando se elige de esta manera disminuye la culpa flotante en el ambiente (esa que le puede caer a cualquiera y por cualquier motivo) y aumenta de una manera considerable la responsabilidad. Más allá de sus resultados una elección responsable es, en cierto sentido, ecológica.
A esto se refiere posiblemente el psicoterapeuta y conferencista austriaco Joseph B. Fabry (1909-1999), amigo y condiscípulo de Frankl, cuando en su libro “Señales del camino hacia el sentido” escribe que “el primer paso hacia la salud mental es estar consciente de que se tienen alternativas”. Esa frase es un llamado a la elección responsable. Y la manera más directa de despertar esa conciencia, explica Fabry, es confeccionar una lista de las opciones que, puestos a pensar, pueden ser muchas más de las que se cree cuando se actúa de manera automática o siguiendo instrucciones ajenas. Y no está de más recordar en este punto el ya citado concepto de la libertad última.
Fabry reaccionaba contra lo que llamaba “la sociedad de las excusas”, una definición que le podría caber muy bien a esta en la que vivimos. En una sociedad así, escribe en su libro, se pone de moda culpar al pasado, al medio ambiente, al clima, a cuestiones económicas, psicológicas o a lo que fuera cuando los resultados de lo elegido no son los esperados. Sin embargo, agrega, cuando el espíritu y el discernimiento no están bloqueados, el individuo se encuentra en condiciones de hacer una selección responsable de alternativas y lograr que su elección tenga un sentido.
En tanto somos seres sociales que viven siempre en comunidades (desde la más pequeña, como una pareja, hasta la más grande, como es un país o, más aun, el planeta), nuestras elecciones y decisiones, aun las más íntimas, repercutirán siempre en el entorno humano del que formamos parte. “El que elige mal para sí, elige mal para el prójimo”, decía el dramaturgo francés Pierre Corneille, contemporáneo del gran Moliére. Se podría agregar que lo mismo ocurre a la inversa.
(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"
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