“La nostalgia del centauro”: un retrato poético y evocador de otras formas de vivir

Nicolás Torchinsky retrata la vida de una pareja de ancianos que habita en el cerro tucumano, escapando al retrato antropológico

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Nicolás Torchinsky sigue los pasos de Juan y Alba, una pareja de ancianos que responden a valores y costumbres de una tradición gauchesca que los trasciende, durante días y noches solitarias. El registro es el de su vida cotidiana, su materialidad, pero sus relatos y su universo simbólico se cuelan en el relato de “La nostalgia del centauro”, la cinta del director que se presenta hoy, a las 18.45, en el Cinema Paradiso, en el marco del Festifreak, construyendo un relato que escapa al registro documental y también a las fronteras de la ficción, y se edifica como un relato poético donde esos símbolos y esa materialidad se cruzan, evocan y resuenan.

“Una amiga me invitó a Tucumán a buscar locaciones para un cortometraje, y me invitó a pasar un tiempo en la casa de sus padres, los protagonistas de la película”, revela Torchinsky el primer acercamiento a esta pareja que vive con sus animales en los cerros tucumanos, y en aquellos días apareció la idea de una película “donde ellos no tuvieran que hacer otra cosa que ser ellos mismos”.

“Pero no una película sobre ellos, sino una película con ellos”, advierte Torchinsky, que procuró “compartir el proceso creativo, que ellos propusieran cosas”, porque “el acercamiento tuvo que ver con algo más humano que un interés antropológico, no había un interés académico previo. Fue todo motivado por el encuentro humano”.

“No quería hacer una película antropológica o didáctica, sino componer una poesía a través de la materialidad de sus vidas y de los elementos simbólicos de la tradición en la que ellos se inscriben”, agrega Torchinsky, e insiste: “No me considero un documentalista: es una película que tiene elementos del documental, pero también trabaja con elementos del universo simbólico de la tradición, expresados a través de la historia de estos personajes. Hay situaciones un poco más fantásticas, por decirlo de una manera, de construcción desde el artificio, que tienen que ver con relatos que ellos compartieron con nosotros de su vida”.

De ese diálogo entre el cine, el cineasta, el universo gauchesco y la vida cotidiana de Juan y Alba emerge la cinta que tras competir en el Festival de Mar del Plata llega a la Ciudad esta tarde. Un retrato captura de manera poética otros modos de vivir, los de una tradición gauchesca argentina que asoma en extinción.

Y esas otras formas de vivir son capturadas a la vez, como en un espejo entre contenido y forma, por otras formas de filmar, las de un Torchinsky que escapa no solo a la antropología distante o el pintoresquismo, sino también a una narración lineal, apostando por una libertad formal que busca introducir al espectador en esa experiencia vital y simbólica, en esa otra forma de vida, antes que describirla.

“Comparto esta idea del cine más artesanal, manufacturado, de procesos creativos que permiten hacer otras películas que los procesos industriales”, dice Torchinsky sobre el cine independiente que se ve hasta el domingo en el marco del Festifreak. “No necesariamente uno es mejor que otro, pero sí cada uno tiene un alcance diferente, una potencia diferente, una capacidad de poetizar diferente”, opina, y cuenta que en su caso, “el proceso de filmación fue sin guion, la película nunca fue un proyecto, no fue presentada en ningún lugar, se hizo con fondos propios y ayudas de amigos”.

“En el montaje aparece la película, su potencia expresiva: en el rodaje no sabíamos bien que íbamos a armar esta película”, explica Torchinsky, que montó el filme junto a la reconocida Ana Poliak.

Este acercamiento “intuitivo” al rodaje, buscando a tientas el corazón de su historia durante la filmación, implicó que “después de varios años de estar trabajando en la película no siento que trate un tema claro o específico. Creo que la película no tiene una lectura unívoca y que a su vez está atravesada por diversos temas o sensaciones que se conjugan tratando de evocar, desde el presente, una mirada o un acercamiento a la tradición gauchesca a través de un compuesto de materiales híbridos, ficcionales y documentales. La película, a partir de un retrato interior de los protagonistas, propone un viaje, una experiencia sensible”.

De hecho, el cineasta se resiste incluso a considerar la obra “terminada” y hacer algún tipo de conclusión del proceso. “Las películas no se terminan, se abandonan”, dice parafraseando a Paul Valery. “Uno podría trabajar toda la vida mejorando cosas, pero hay un momento donde hay que soltarla. Pero todavía estoy en proceso de entender la obra a través de la mirada de los demás: ahí van apareciendo nuevos sentidos, proyección a proyección”.

 

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