Veteranos del skate: pasaron los 40 pero siguen sobre la tabla

Fueron pioneros hace 30 años, cuando había muy pocos skaters. Pero mantuvieron la pasión y aún siguen patinando por las calles de la Ciudad

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Gonzalo Alverde va y viene sobre la rampa de 32 y 26 como si se balanceara pendiendo de hilos invisibles. Al hacer una pausa, sin sacarse el casco, cuenta que la tabla lo apasiona desde los doce o trece años, cuando se subió a una por primera vez, pero hubo un tiempo en que la abandonó y la dejó por años en el arcón de los recuerdos. “Retomé la práctica no hace tanto pero ahora la disfruto mucho más -cuenta-, y debe ser porque vengo a andar con mi hijo, y eso es genial...no tiene precio”. Lo dice con una sonrisa y vuelve otra vez a subirse a la tabla y a hacer equilibrio acrobático sobre sus cuatro ruedas. Gonzalo tiene 45 años y su hijo 11. Los dos son skaters pero él forma parte de la llamada vieja guardia. Y no es un caso aislado: ayudado por la creación de nuevos circuitos y una pasión que no sabe de edades, cada vez son más los skaters que pasaron los 40 pero lejos están de querer bajarse de la tabla.

Es miércoles a la tarde y en el Skatepark de la calle 26 Gonzalo no está solo. Junto a él, confundidos con nenes que recién hacen sus primeras piruetas arriba de la tabla, van y vienen otros skaters de edades parecidas y pasiones idénticas. Si bien no hay cifras oficiales de aquellos que pasaron los 40 pero siguen fieles a su pasión por el skate, se calcula que en La Plata serán unos 30 los que todas las semanas salen a recorrer “ollas” y rampas para despuntar el vicio.

Uno de ellos es Leandro Fava, quien con 43 años admite que tiene que practicar el deporte dos veces a la semana para “desenchufarse”. En su caso arrancó a los 10 años con la clásica patineta Leccese (la amarilla de rueditas naranja) y a los 15 le regalaron su primer skate, un Rorose de madera fabricado en La Plata. “En esa época era todo un boom -cuenta Leandro-. Comenzaban los 90 y los chicos de Rorose (marca de skate made in La Plata) le ponían mucha onda y hasta tenían unas rampas en el local, que recuerdo eran de chapa y hierro, en la calle 43 entre 7 y 8. Después, a mis 17 o 18, ya dejamos de patinar en el barrio y salíamos a buscar diferentes superficies por la ciudad. Eso habrá sido hasta mis 20 años y luego dejé de patinar en forma sostenida. Pero ya te digo: ahora una o dos veces por semana a la tabla me tengo que subir. Es más: yo le dedico no sólo el tiempo que patino sino también el tiempo que voy pensando cómo y dónde patinaré la próxima vez”.

Al lado de Leandro otro de los que desafía al tiempo con su tabla es Guillermo Avegliano, quien a sus 42 años da clases en el Skatepark local para los más chicos y suele subir información sobre la práctica de este deporte a su página oficial: www.laplataskate.com.ar. “Es una satisfacción ver a los chicos cuando están arriba de la tabla y la emoción que les da cuando les sale alguna prueba -dice-. Cuando termina la clase ninguno quiere irse y muchos siguen en la casa”.

Cultura ochentosa

Pionero de la cultura skater en la Ciudad, Guillermo se subió a una tabla por primera vez a los 8 años y fue uno de los nombres destacados de la primera época del skate platense. Solía salir a patinar en la plaza de 1 y 38 y darle forma así a un deporte que es también una cultura de códigos propios. “Llevar el skate a donde sea, salir a patinar de noche, picar un buen ollie, varillar todo tipo de bancos, trepar una pared, hacer trucos como boneless, usar las bocas de tormenta como borde. Esos eran los placeres de los primeros skaters platenses”, recuerda y enumera Guillermo con nostalgia ochentosa.

Y no es casual: tanto él como Leandro o Gonzalo, o la mayoría de los que pasaron los 40 pero siguen fieles a su pasión por el skate, empezaron a patinar en los años ochenta, cuando la actividad era exclusiva de un grupo reducido, contracultural y de estética punk. Eran tiempos en que La Plata tenía como se dijo su fábrica de skates (Rorose) que producía patinetas que se vendían en jugueterías y casas de deportes de todo el país. “La primera influencia del skate en La Plata vino desde Brasil, ya que el deporte allá estaba muy avanzado y en el año ‘83 jóvenes argentinos solían viajar de vacaciones a playas brasileñas”, relata Guillermo.

Sea por no haber perdido la costumbre de practicar deporte o por azares de la genética, la mayoría mantiene sus figuras estilizadas y no parecen desentonar arriba de la tabla sino ser parte de ese zumbido constante que hacen las ruedas contra el suelo.

“Al tener tanta cantidad de plazas La Plata siempre fue una buena alternativa para patinar -apunta Guillermo-. Durante los primeros años, cuando éramos más chicos y unos pocos los que hacíamos skate, los spots más usados de la Ciudad eran la iglesia de San Ponciano, la Plaza de 1 y 38 , la plaza de 13 y 40 , la bajada de 1 y 33, las rampas de salto de la calle 532, plaza Italia, la puerta de la fábrica de Rorose y la Facultad de Humanidades”.

Turismo skater

En tiempos de dólar volátil y precios por las nubes, la práctica de un deporte que supone artículos importados no resulta sencilla. “Lo bueno de ser skater y tener un sueldo es que podes acceder a lo mejor que se fabrica -dice Leandro-. Pero una vez que lo tenés, lo más costoso es el desplazamiento hacia el lugar de patinaje, que actualmente son lugares públicos y gratuitos. Eso es lo que hizo que surja un nuevo auge en nuestras generaciones, ya que se construyeron muchos skateparks con diferentes características y en diferentes lugares, la mayoría en capital federal pero también aquí. Tal es así que se da un fenómeno que yo llamo Turismo Skater para los de nuestra edad. En el Bowl local de Berisso, por ejemplo, lo ves seguido; aparecen grupos que llegan en 2 o 3 autos y se instalan a pasar el día; son chicos en general de nuestra edad pero que no son de la zona. Es parte del turismo skater, je, tipos que pasamos los 40 pero seguimos andando...”.

 

 

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