Semana del Cine Platense: "Segey", una inmersión en la profunda soledad detrás del mito

Pedro Barandiaran muestra por primera vez en la Ciudad su retrato del exótico Segey Spivak Laurson, artista con pasado increíble que incluye guerras y cortes reales

La historia de un exótico personaje de La Plata, un artista de pasado mitólogico en la Unión Soviética y la corte de Marruecos, que pinta las Cataratas sin haberlas visto nunca, es la base de “Segey”, documental de Pedro Barandiaran ganador de la competencia nacional del FIDBA que se presentará hoy, desde las 19, en el Pasaje Dardo Rocha, en el marco de la Semana de Cine Platense.

Pero “Segey” escapa al relato oficial, al mito de Segey Spivak Laurson, y bucea, con delicado ojo para observar esa metafísica soledad humana, en las contradictorias, confusas y misteriosas aguas del pasado de Sergio, el artista que habría nacido en un campo de concentración en la Unión Soviética, se habría formado como artista en el Museo del Hermitage, habría peleado en la guerra de Afganistán y, tras desertar, se habría convertido en parte de la corte del Rey de Marruecos antes de emigrar hacia La Plata para trabajar en el completamiento de las torres de la Catedral.

“Me enteré que existía a partir de una nota del diario EL DIA”, cuenta Barandiaran, inmediatamente magnetizado por ese personaje único y por la foto que ilustraba aquel artículo, donde el artista le hacía acordar “a las películas de Kaurismaki”. El montajista decidió para la que se convertiría en su ópera prima, rastrear a Segey y que él contara su historia, esa historia “increíble”, con su voz.

“Cuando lo conocí no me miraba, era un tipo muy huraño, había vivido en situación de calle y estaba rodeado de un halo de desconfianza”, revela el cineasta, quien rápidamente cambió su primera intención, la de contar “ese periplo fascinante”, al conocer al artista en profundidad.

Es que, al hurgar en esos mitos del pasado del protagonista, aparecieron las evasivas, las fisuras, y aquellos recuerdos asomaron como “un mecanismo de supervivencia”: Segey, como artista, es un narrador de mundos, incluso del suyo. Y, en definitiva, todos necesitamos de ficciones (o versiones embellecidas del pasado) para sobrevivir.

“Decidí respetarlo: yo no tenía que constatar la veracidad de sus relatos, sino tomar sus relatos como vinieran. Sí me interesaba poner el dedo en las fisuras de esos relatos que contaba él, o la prensa o su entorno”, explica Barandiaran. “Por ejemplo, el primer relato que él me vende es que su sueño es conocer Cataratas, como si eso implicara alcanzar un ideal de belleza, algo relacionado a su realización como artista. Y esa idea me sirvió como vehículo para contar la película, como un primer disparador: desde el primer día nos propusimos llevarlo y ver qué ocurría con eso”.

A la vez, mientras Barandiaran se adentraba en el particular mundo de Spivak, “comenzaron a aparecer las tribulaciones de Segey viviendo acá, aislado en el lenguaje y en la vida social, viviendo en una casa prestada, sin trabajo, solo”, explica Barandiaran: “Segey” se convertiría así en la historia de una soledad y de una supervivencia.

EL RODAJE

Durante dos años, mientras esperaba la adjudicación de un subsidio del INCAA, el director construyó su vínculo con Segey, descubrió su red de supervivencia, escuchó también sus relatos y, mientras tanto, pensaba, “siendo un personaje tan encriptado y con tantas dificultades para la expresión, cómo poner en escena y hacer brotar esas historias”.

Tras todo este trabajo previo realizado, el rodaje se realizó en solo 15 días, con ideas disparadoras para iniciar cada escena con cada personaje y “soltando la cámara” luego, dejando que las situaciones “aparezcan”.

En aquellas dos semanas, sin embargo, se rodaron todas las escenas excepto la que termina siendo el centro emocional del filme: el encuentro del artista con su hijo, un hijo que Barandiaran descubrió que existía mientras conocía a Segey.

“Cuando apareció la figura de este hijo me conmovió: le propuse buscarlo y no quería saber nada, pero al mismo tiempo me contaba que se había dejado el bigote y que se lo iba a cortar el día que se reencontrara con su hijo. Había una tensión ahí, no quería buscarlo pero había una expectativa de reencuentro”, cuenta el cineasta, que decidió rastrear al heredero conociendo solo su nombre y que vivía en San Petersburgo: agregó decenas de Vadim Spivak a Facebook y Skype, y tras varios fracasos, e intuyendo que desde el entorno inmediato de Segey en La Plata había datos que nadie facilitaba, lo encontró.

Barandiaran charló con la cámara encendida y ayuda de Google Translate, y tras varias charlas propuso el encuentro virtual con Segey. Fue meses después del rodaje: una escena “densa”, donde aunque el director no sabía lo que decían los dos Spivak “sabía que lo que se decían era tremendo, por sus caras, por el aire”. Al regreso, el director supo que era la primera vez que el artista hablaba con su hijo, cara a cara.

UN MUNDO PROPIO

Durante aquella conversación, Segey emergió en su dimensión más solitaria: estaba perdido incluso “en su propio idioma, hasta su hijo durante esa conversación no lo entiende y le pide que no se vaya por las ramas y se ponga a hablar en otro de los cinco idiomas que maneja”.

Laurson habla durante la vida y el documental en un castellano cerrado, mezclado con palabras en otros idiomas, y le cuesta escuchar y entender. Pero, revela Barandiaran, con la familia que le dio asilo en Berisso durante un tiempo, llegó a construir en un idioma propio, “un lenguaje afectivo en el que solo ellos se comunican”. Cosas de la supervivencia.

El realizador decidió no subtitular, sin embargo, a Segey, a pesar de que comprenderlo e ingresar en su mundo supone un esfuerzo para el espectador. “Me interesaba que quien la viera estuviera en el lugar en el que estaría quien conoce a Sergio: es lo que sucede, y es lo que pasa a él, que escucha poco y que no te entiende”, explica.

Sin embargo, ese obstáculo genera un compromiso mayor de quien mira “Segey”, que desde el primer momento invita al espectador a hacer el esfuerzo de comprenderlo, y es allí donde late el corazón profundamente humanista y sensible de la película: en la empatía que construye, en ese abrirse a un mundo ajeno, el mundo de Segey según la mirada de Barandiaran, e intentar comprenderlo. Un ejercicio cada vez menos común en tiempos de divisiones tajantes, violencias y fascismos.

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