Amores líquidos: por qué los famosos se separan sin tanto escándalo

Crece la tendencia en la farándula de las rupturas en buenos términos: ¿solo un acto o señal de tiempos de vínculos más flexibles?

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Flor Vigna se separó de Nicolás Occhiato tras cuatro años en pareja. Y tras la ruptura se volcó, como es costumbre hoy, a las redes para hacer su descargo. ¿Recriminaciones, trapitos al sol, denuncias, escándalo? Nada de eso: Vigna escribió en Instagram un pequeño mensaje de agradecimiento por cuatro años de “amor y amistad”, un amor “sano, amor de verdad”.

Rarísimo. Pero Vigna es el último exponente de un fenómeno que crece: las parejas de hoy creen menos en lo vínculos “para toda la vida”, se dedican a disfrutar del presente y, cuando la cosa no va más, se dicen adiós sin tanto drama. Así, los rencores exagerados, televisivos, a los que acostumbraban las parejas de la farándula (y que, lógico, todavía tienen sus exponentes: y si no, pregúntenle a Fede Bal, a Pampita, a Mariano Martínez) parecen ir quedando lentamente en el pasado, dando lugar a una era inaugurada por Chris Martin, Gwyneth Paltrow y su “desparejamiento consciente”.

Pero un nuevo siglo ha llegado y con él nuevas ideas, ligadas al amor como posibilidad fugaz, un encuentro entre almas que dura el tiempo que dura, el tiempo que los proyectos permiten, el tiempo que tarda en volverse monótono, en que todo se convierte en una pelea tras otra por ver a quién le toca sacar la basura.

Los ejemplos de estos “desparejamientos conscientes” abundan: desde Guido Kaczka y su ex, Flor Bertotti (“nos llevamos muy bien”, contó ella cuando nació el hijo de él y su nueva pareja), al Pollo Alvarez e Ivana Nadal. Más recientemente, se sumaron a esta lista de separaciones amistosas los casos de Celeste Cid y Michel Noher (“es genuino el amor que nos tenemos y el amor va a seguir siendo así. Nada mejor que un hijo para ser personas adultas, responsables, amorosas y sostener nuestra familia que es lo más importante”, dijo ella) y la mencionada Vigna.

Hay, por supuesto, algo de “acting” en esta nueva tendencia (ver: Lali y Mariano, que primero se separaron “en buenos términos” y después se “mataron”), pero el gran volumen de separaciones sin rencores ni manifestaciones públicas de odio (que también afecta Hollywood, desde Antonio Banderas y Melanie Griffith, casados 20 años, a Demi Moore y Bruce Willis o Kaley Cuoco y Johnny Galecki), apuntan a un cambio de hábitos: en tiempos de modernidad líquida, de valores móviles, cambiantes, el amor también es líquido.

AMANTES POR UN DÍA

Ambos conceptos fueron inaugurados por el sociólogo Zygmunt Bauman, para quien la tendencia al individualismo hace ver las relaciones fuertes como un peligro para los valores de autonomía personal y, en el marco de la generalización de la ideología consumista las personas empiezan a verse como mercancías para satisfacer alguna necesidad: el amor se convierte en una suerte de consumo mutuo guiado por la racionalidad economicista donde el ethos económico invade las relaciones personales.

“Todo es “precariedad e incertidumbre que dejan abiertas las puertas a otras posibilidades, a lo instantáneo y a lo descartable”, escribe Bauman: por eso es que el matrimonio está en retroceso y la idea de “hasta que la muerte nos separe” asoma imposible. Por eso, Mia y Sebastian separan sus caminos al final de “La La Land”: la falta de compromiso de los jóvenes amantes del filme fue uno de los ejes más criticados de la película, con decenas de críticos señalando que los obstáculos que separaron a los amantes no eran tan inconmensurables, pero no teniendo en cuenta que lo que los separa es esta era de amor líquido.

“‘La La Land’ mostró que el amor hoy es un sentimiento anticuado. Nadie (en la élite mundial) sacrifica sus metas porque se enamora de otra persona”, escribió el crítico Daniel Molina. Julián Gorodischer amplió y relativizó esta mirada en un artículo de Revista Anfibia: para él, la oscarizada cinta de Damien Chazelle “aporta una lectura mitificadora al amor líquido, que rige en una era de virtualidad y propensión a una vida mental”. Es decir, convierte en mito, en cine, otra forma de amor, la de los vínculos no durables pero, no por ello, menos intensos o significativos.

Generaciones enteras crecieron con una visión del amor propuesta por el cine desde Hollywood que hacía eje en valores conservadores, en el matrimonio como sinónimo de final feliz y éxito personal. “Lo único que importa es el amor: el amor heterosexual”, diría el platense Jorge Pinarello, encargado de los videos del canal de YouTube “Te lo resumo así nomás”.

Pero esa tradición cimentada por las míticas comedias románticas en algún momento se fisuró, produciendo como venganza una catarata de “anti-comedias románticas” (desde “Crazy Ex Girlfriend” a “Blue Jay” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, series y películas donde el amor no es la solución mágica de nada) : en tiempos de Tinder, no se promete amor para toda la vida, sino cariño y compañía ahora, en el presente. Una conexión que dura lo que dura. Y después cada uno sigue su camino, sin cenicerazos o denuncias cruzadas, genuinamente deseando lo mejor para el otro.

 

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