Mario Irigoyen

Edición Impresa

Histórico dirigente de la Unión Cívica Radical, reflexivo analista del quehacer político y hombre sumamente comprometido con la realidad social de su tiempo, a los 82 años falleció Mario Irigoyen. Deja tras de sí huellas imborrables de una incansable labor en defensa de los valores democráticos, los nobles ideales de la reforma universitaria y los principios del partido que abrazó en su juventud. Por todo lo que hizo, por todo lo que representó, la noticia de su muerte significó un duro golpe en los ámbitos que frecuentó y en los que ejerció una intensa participación hasta los últimos momentos de su vida.

Hacía nacido el 30 de abril de 1936 en Gualeguaychú, Entre Ríos, pero desarrolló toda su actividad profesional, docente y militante en La Plata, ciudad a la que amaba porque le dio la oportunidad de desarrollarse. Hijo de Ismael Irigoyen y Elvira Podestá, tuvo un hermano, Jorge.

Al concluir la secundaria Irigoyen vino a estudiar a la UNLP, casa de altos estudios en la que obtuvo el título de Abogado y, más tarde, el de Licenciado en Sociología. Aquellos fueron años de fervorosa actuación en la política estudiantil, ocupando los primeros planos de la FULP y la FUA, nucleamientos que llegó a presidir.

Atento observador de la vida institucional del país, su pensamiento político -forjado en los principios del partido centenario- se inspiró en las figuras de Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín, a quienes consideraba sus grandes referentes. Volcado de lleno a su labor dirigencial, con el retorno democrático de 1983 se desempeñó como asesor ejecutivo de la Asesoría General de Gobierno, durante la gobernación de Alejandro Armendariz. En su dilatada y rica trayectoria ocupó luego diversos cargos con probada idoneidad, entre otros, diputado provincial (1993-1997). Respetado por igual tanto por correligionarios como por adversarios políticos, ejerció, además, altos cargos partidarios.

Se destacó, a su vez, por su faceta docente en la cátedra de Sociología en la facultad de Ciencias Económicas y como autor de agudos artículos político-sociológicos en los que canalizaba sus preocupaciones por el acontecer nacional.

Junto a Susana Constantina Irigoyen fundó una familia de la que sentía legítimo orgullo. Tuvieron tres hijos: Andrés, Mariano y Javier, a quienes, además de firmes valores, transmitió su entusiasmo por la cultura en general y la riqueza de la música en particular. Con alegría agregaba como dato fundamental de su vida de los últimos años a sus ocho nietos.

Hombre recto, juicioso, de espíritu conciliador y abierto, cultivó amistades que lo acompañaron a lo largo de una existencia fructífera. Notables figuras del ámbito político nutrían esas relaciones, que siempre entabló con un trato leal, afectuoso y cordial. Son esos algunos de los atributos por los que, junto a su inclaudicable compromiso democrático, sin lugar a dudas será ampliamente valorado y recordado.

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE