Las propinas del FMI y el paraíso uruguayo
Edición Impresa | 22 de Julio de 2018 | 03:40

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Llego Christine Lagarde con propinas. El FMI, se sabe, tiene bolsillo grande, pero eso sí, exige que se lo sirva y se lo complazca hasta en la sobremesa. La señora prestadora ya dejó caer algunas expresiones para ajustar más un discurso oficial que sueña con el 2019, pero tiene pesadillas con el día a día. La idea de las limosnas piadosas se ha extendido en medio de un calendario oficial más expectante por urnas que por alcancías. Lo de las changas salvadoras se ha visto reflejado en el ruego de una Lilita pedigüeña que a la hora del reconocimiento deja más consejos que billetes. ¿Su prédica por la propina la lanzó para que Lagarde nos compadezca? La directora del FMI nos vino a echar un vistazo. Quiere saber en qué gastamos. Y hubo más sugerencias que aprobaciones. Ella sabe que los paraísos que prometen algunos gobiernos necesitan que esta Eva les cuente las costillas y les ofrezca su manzana tentadora. Ojo, tras las mordidas no hay retorno. Ella sonríe, saca cuentas, hace a un lado halagos de ocasión y pide menos flores y más superávit. ¿El FMI promete zona de confort? ¿O es una ambulancia que trae más alertas que sanaciones?
No es el único paraíso dudoso. Un informe avisó que la vida perfecta de los escandinavos no es tan así: “Islandia es uno de los países que más consume antidepresivos, en Suecia la soledad es casi una epidemia, en Finlandia la violencia doméstica va en aumento, en Noruega el consumo de heroína es preocupante y en Dinamarca, la xenofobia crece”. Angustias existenciales que nos son ajenas. Aquí no llegamos a interrogar al alma porque antes tenemos que hacer escalas en bolsillos y miedos.
El discurso oficial sueña con el 2019, pero tiene pesadillas con el día a día
Otro falso paraíso. En Punta del Este, la Mansión del Sexo nos mostró que esa fama de buenos anfitriones que tienen los de la otra orilla, va más allá del folleto y los modales. Como el invierno venía duro y los chivitos no bastaban, algunos maridos abandonaban el empedrado de Maldonado para ofrecerles a sus mujeres otro baqueteo. Cuando se cansaban de mirar el mar, no les quedaba otra que dejarse llevar por las atracciones de un sexo concurrido que lograba maridar éxtasis y permutas.
Este entuerto ha traído a escena a los swingers, una cofradía de 100 mil afiliados criollos que refrescan la melodía matrimonial con cuartetos excitantes. Seguramente el gusto por el desafío, algunas turbulencias emocionales y las ganas de probar son el motor de estas parejas portátiles. Pregonan que el deseo hogareño, rodeado como está de obligaciones y reglamentos, suele desgastarse tanto, que a veces necesita de un par de voluntarios para sostener lo que se viene cayendo entre cuentas y deberes. Su militancia crece. Y han pedido que la Asociación Argentina de Swingers (así se llaman) tenga estatus legal. Pero este 7 de mayo se cumplió 15 años del portazo que les dio la Cámara Nacional con un fallo concluyente: esta práctica “no apunta al bien común”, aunque muchos crean que ceder la patrona es un gesto solidario. ¿Pero por qué querían constituir una asociación civil y legalizar una actividad que curiosamente se mide en extramuros y se afianza entre claroscuros y secretos bien guardados? Ellos ignoran que ingresar al sistema puede ser fatal para estos temblores furtivos. Y que lo que pueden ganar en las asambleas, lo perderán en vértigo y misterio. Pero consideran que el súmmum del mutuo consentimiento, entre vecinos, puede ser un paraíso para esos deseos hogareños que se agotaron un día en la antecocina y nunca más entraron al cuarto.
Los falsos paraísos vienen desde la creación. De manzanas irresistibles está lleno el bosque de las tentaciones. Algunos esteños, en esos aburridos inviernos con mucho viento y pocas sorpresas, iban a la Mansión del Sexo a buscar su primavera. Porque la ciudad se hace monótona sin verano. Y el all inclusive en Beverly Hills proponía canje de parejas o el opcional de un mano a mano con señoras nuevas, sin tener que arriesgar la legítima. A veces en Uruguay el cambio nos puede convenir. Y el intercambio, más. ¿Lo del FMI “apunta al bien común”? ¿Será propina o paraíso?
(*) Periodista y crítico de cine
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