“La Quietud”: lo siniestro se esconde en lo familiar
Edición Impresa | 26 de Agosto de 2018 | 04:55

Pablo Trapero y Martina Gusmán conocieron a Bérénice Bejo y Michel Hazanavicius en un Festival de Cannes hace casi una década. Los paralelismos entre ambas vidas eran evidentes, ellos eran directores, ellas actrices, pero había algo más: el parecido entre las dos intérpretes sorprendió a Trapero, quien a medida que fue entablando amistad con la pareja gala, empezó a bromear con la idea de filmar una película en la que ambas fueran hermanas.
Pero el chiste “se empezó a convertir en hecho” tiempo después, cuando Trapero, urgido por el deseo suyo y de su pareja de volver a trabajar juntos, reflotó la idea: esa fue la semilla de “La Quietud”, la novena cinta del cineasta de “Mundo Grúa” que llega a los cines este jueves y que representa a la vez un cambio respecto a su pasada filmografía y “una extraña continuidad”.
Porque la cinta juega entre el thriller atmosférico y el drama intimista, un camino no tan recorrido en su filmografía, pero a la vez regresa a un universo de familias endogámicas y oscuros secretos, y de resabios violentos de la última dictadura cívico-militar, explorado en “El Clan”, su última película. Pero ahora transita esos temas desde el punto de vista de las mujeres: “Es un mundo femenino donde los hombres son un poco accesorios, satélites de la voluntad y el deseo de estas tres mujeres”, explica el cineasta, y revela que para construir una sensibilidad femenina se apoyó en Gusmán.
LA TRAMA
Gusmán es Mía, una de las dos protagonistas del filme junto a Bejo, que interpreta a su hermana: Mía es el eje con el que interactúan todos los personajes de un elenco pequeño pero internacional, que además de a la actriz franco-argentina (Bejo nació en Buenos Aires pero sus padres se mudaron a Francia escapando de la dictadura) tiene a la diva Graciela Borges, a Joaquín Furriel y a Edgar Ramírez, el venezolano recién aterrizado de filmar en Estados Unidos una miniserie sobre la vida de Gianni Versace.
Los primeros tres cuadros de “La Quietud” dejan expuestos los conflictos de Mía. Su padre, con quien lo une una relación de amor que parece trascender el cariño entre un padre y una hija, sufre un ACV, dejándola sola en la enorme estancia que da nombre a la película con su madre, con quien la liga un vínculo tormentoso. La casa está llena de secretos. Y llega su hermana, con quien Mía tiene un vínculo casi simbiótico, pero que lleva años sin visitar de Francia.
Mía inicia así una especie de tardío viaje de descubrimiento: a pesar de que ya transita los 30, ha vivido estancada en esa quietud del campo, en ese paisaje reposado, oligárquico y aparentemente idílico. Pero, claro, “‘La Quietud’ trata de todo lo no dicho, de toda la inquietud que hay debajo de la quietud”, avisa Gusmán.
El filme retrata así “el contraste entre la vida de filtros de Instagram y personajes que parecen salidos de una revista de moda” con un mundo que “va mutando lentamente y descubriendo la intimidad de esa familia que va mucho más allá de ese reencuentro de las hermanas”, explica Trapero: esa intimidad es escabrosa, rebosante de complejos de Electra, locura, infidelidad, violencia y silencios, un estilo de vida aparentemente idílico pero edificado con sangre.
SUBLIMAR EL DESEO
Las relaciones escapan así a las convencionales tiranteces de la familia tipo disfuncional, y en medio de esa tensión constante, de relaciones que confunden odio, amor, violencia, tristeza y furia, Mía y el resto de los personajes sublimarán su deseo a través de la sexualidad.
“Los personajes juegan en la sexualidad la libertad que no pueden jugar en otros planos, se expresan a través de la sexualidad”, explica Gusmán, quien al igual que Bejo pone el cuerpo a escenas de coqueteos entre hermanas y sexo fuerte construidas para incomodar y desacomodar. “Es una película incómoda y no te deja mantenerte indiferente”, dice al respecto Furriel, y el productor de la cinta Axel Kutchevasky agrega que se trata de “una propuesta de profunda incomodidad, con una paleta de colores que incluye un humor subyacente que nadie espera de esta película”.
Kutchevasky define por eso el filme como “riesgo puro”: “el riesgo desde lo moral y lo conceptual” de la propuesta suma el riesgo material asumido por la productora de Trapero, Matanza, que asumió casi todo el costo del filme. A pesar del elenco internacional, “La Quietud” es una producción 100% local, aunque, avisa el cineasta, lejos de constituirse en un obstáculo, esa independencia permitió realizar el filme con la libertad necesaria para explorar estas aristas menos convencionales y más incómodas de las relaciones familiares. “Las coproducciones a veces complican más de lo que resuelven”, se ríe.
“Va descubriendo la intimidad de esa familia que va mucho más allá de ese reencuentro de las hermanas”
Pablo Trapero, director
“Los personajes juegan en la sexualidad la libertad que no pueden jugar en otros planos”
Martina Gusmán, actriz
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