En el “Trans Lémurie Express” por el norte de Madagascar
Edición Impresa | 30 de Septiembre de 2018 | 05:38

MORAMANGA
Bernd Kubisch
DPA
Quien quiera explorar Madagascar en ferrocarril debe darse prisa porque muchos trayectos han sido cerrados. En la histórica estación de la capital, Antananarivo, las puertas que dan acceso al andén están cerradas. En el elegante “Café de la Gare” un vagón de carga sirve como retrete. Sin embargo, en Moramanga, situada a 120 kilómetros de la capital, todavía es posible seguir en tren las huellas de los lémures, una especie de monos endémica de Madagascar, de ojos grandes y cara graciosa. Los lémures son las estrellas del mundo animal en esta isla del océano índico. Son las diez de la mañana. El sol quema. Una locomotora roja sale del depósito en Moramanga. El conductor ha inspeccionado la máquina. Satisfecho, asiente con la cabeza. Decenas de isleños cruzan las vías y suben con gran esfuerzo sacos, cajas y cestos a los vagones de carga de color marrón. El tren tiene siete vagones de carga y cuatro vagones de pasajeros. En el vagón blanquiazul de la primera clase aparece el nombre del convoy: “Le Trans Lémurie Express”.
El tren se pone en marcha dando sacudidas. Los asientos de mimbre en la primera clase son cómodos. Muchas de las vías son originarias de Alemania. Después de la Primera Guerra Mundial, Francia, la entonces potencia colonial, llevó a la isla los rieles entregados por Alemania como parte de las reparaciones de guerra.
Dos veces a la semana, el tren cubre a una velocidad de bicicleta el trayecto de 170 kilómetros entre Moramanga y Ambatondrazaka, en el norte de la isla, la principal región arrocera de Madagascar. El “Express” para en muchos pueblos con cocoteros, gallinas que cacarean y casitas de madera, fibras o piedra. Muchas mujeres y niños se apiñan alrededor del tren para vender plátanos, cacahuetes, mangos y refrescos. Al norte de Moramanga, al igual que en otras muchas regiones de la isla, las grandes extensiones de tierra desforestadas son una triste realidad. De repente, el paisaje se vuelve más verde. Arrozales hasta el horizonte, estanques, pequeños ríos y colinas. Después de ocho horas con 45 minutos, el tren llega a su destino. Nada mal. “Además de arroz, hay muchos árboles frutales en Ambatondrazaka”, cuenta Lea Arilala Razana, director de turismo de la ciudad.
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