Cuarenta años sin Hitchcock: el maestro del suspenso que se obsesionó con las rubias

Dueño de una filmografía admirada en el mundo, el director que murió en 1980 sigue siendo una referencia ineludible para los cinéfilos

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Hace algunos días, Alfred Hitchcock se consagró como el mejor realizador clásico en uno de esos tantos mundiales de cine celebrados en Twitter. Desde ya, la validez de estas encuestas es escasa, pero el modo en que el maestro del suspenso se llevó la victoria contra grandes nombres, caminando, sí puede abrir una ventana para comprender la veneración que se le profesa al gran maestro, que se fue del reino físico hace exactamente cuarenta años.

De ventanas sabía Hitchcock, y vamos sabiendo nosotros, que hoy vivimos encerrados en nuestras casas mirando a través del vidrio las historias de nuestros vecinos, cansados de tanta televisión, como hiciera aquel fisgón James Stewart que observaba a los de enfrente a través de su teleobjetivo en “La ventana indiscreta”.

El confinamiento ha convertido nuestros días en la versión 2.0 de este clásico de Hitchcock al que, con esta particular coincidencia, se rinde homenaje en el 40° aniversario de su fallecimiento: Hitchcock (Londres 1899-Los Ángeles 1980) era el genio del suspenso, sí. Pero ¿quién dice que no era también un visionario? Los ojos azules de Stewart, metido en la piel de un aventurero reportero gráfico, se mueven con desenfreno detrás de la lente de su cámara para captar todo lo que ocurre al otro lado de la ventana de su casa. ¿No es eso lo que, a ratos y de manera disimulada (o no tanto), hacemos todos ahora que nos vemos obligados a permanecer en nuestros hogares?

“La ventana indiscreta” fue uno de los grandes títulos del cineasta, una de aquellas películas que reunía (y reúne) todos los ingredientes del cine “hitchcockiano”: el voyeurismo, el papel de la mujer, la particular relación hombre-mujer, los giros argumentales, el suspenso y, cómo no, las pizcas de humor para cerrar una historia en la que el espectador, como Stewart, deseaba no parpadear para no perder detalle.

EL MAESTRO DEL DETALLE

“Detalle” es, sin lugar a dudas, uno de los términos que define la pulcra y cuidada cinematografía del genio Hitchcock, quien se acercó al mundo del cine gracias a su temprana afición a la pintura, logrando su primer trabajo como rotulista de películas mudas dentro de la sucursal londinense de la compañía americana de producción y distribución Famous Players-Lasky.

Fue guionista, director artístico y ayudante de dirección antes de tomar las riendas de su primera película, que llegaría en 1925 con “El jardín de la alegría”. En cambio, el éxito comenzaría dos años después con “El inquilino” (1927), conocida en algunos países como “El enemigo de las rubias”, que da pie, curiosamente, a su obsesión por las mujeres de pelo claro.

No obstante, sería “El hombre que sabía demasiado” (1934) la película que llamó la atención de Hollywood quien, a través del productor David O. Selznick, vio en el londinense un diamante en bruto. Tanto éxito tuvo la versión original de este título que Hitchcock volvió a dirigirla, bajo el sello estadounidense, en 1956, contando además con dos estrellas del panorama hollywoodiense como James Stewart y Doris Day.

El director armaría las valijas y cruzaría el Atlántico: “Rebecca” (1940), su debut en la industria norteamericana, fue el filme el que realmente abrió las puertas de Hollywood. Y, tras lograr el Óscar a la mejor película, todos los actores deseaban trabajar con él.

Pero Hitchcock, haciendo gala de su introversión y su carácter quisquilloso y ciertamente obsesivo, fue muy selectivo a la hora de elegir el reparto de sus películas y vio en la belleza fría de las mujeres rubias su principal objeto de deseo. Grace Kelly, Tippi Hedren, Ingrid Bergman, Joane Fontaine, Doris Day, Vera Miles, Kim Novak o Janet Leigh fueron algunas de sus musas, aquellas que brillaron ante las cámaras pero no tuvieron la mejor experiencia de rodaje detrás de ellas.

Mucho se habla del trato de Hitchcock hacia sus, quizás mal llamadas, musas. Su mente retorcida, aquella que le permitía crear ese universo de suspense que comenzó a alzar el vuelo en los años 50 con “Extraños en el tren” (1951), “Vértigo” (1985) o “Intriga internacional” (1959) y que se consolidó en los 60 con “Psicosis” (1960), “Los pájaros” (1963) o “Marnie” (1964), era excelente para crear guiones únicos y originales pero le jugaba malas pasadas en el trato con sus actrices. Pero, de todos modos, resulta imposible desvincular el término “suspenso” del cine de Hitchcock: sería absurdo intentar hacerlo.

 

 

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