La juventud eterna de Nacha Guevara: “Me llevo bastante bien conmigo, no lo paso tan mal”
Edición Impresa | 5 de Mayo de 2020 | 04:48

Cerca de las ocho décadas, nada detiene a Nacha Guevara: inquieta, imparable, este mito de la cultura argentina del último medio siglo trabajaba con Moria Casán en el teatro cuando llegó la pandemia, pero, entrenada para superar los desafíos de la vida, la actriz dice que “no puedo quejarme” y sostiene sus días “en la cucha del perro” gracias a la meditación.
Es que Clotilde Acosta -su nombre de nacimiento- tiene una energía a prueba de todo que la convierten en una joven eterna. Más allá de su buen aspecto físico, ver y oír a esta cantante y actriz de 79 años hace echar por tierra las teorías de quienes creen que la tercera edad va acompañada del declive y dependencia al decidir: “No necesitamos que nos digan qué tenemos que hacer”, sentencia.
La artista, vegetariana, meditadora y fiel al aprendizaje que le dejó su “loca” abuela, huye del miedo y también de los estereotipos, ya que “envejecer no es decaer”. “Hay gente que envejece decayendo y hay otra que no. La que no, es bueno aprovecharla. Hace bien para el futuro de los jóvenes. Para que cuando lleguen a este momento, que irremediablemente va a llegar, tengan otra postal, otra foto, otra imagen de lo que es ser un viejo”, afirma la artista por videollamada desde su casa de Buenos Aires.
“Soy meditadora hace 35 años, estoy acostumbrada a hacer silencio, a encontrarme con mis demonios”
Hasta hace mes y medio, la normalidad de la Guevara era brillar en un teatro de la emblemática avenida Corrientes, donde protagonizaba con Moria Casán la obra “La gran depresión”, que quedó paralizada por el cierre de salas tras la aparición del famoso coronavirus.
Es por eso que, ya días antes de que se decretara la cuarentena general, decidió quedarse en casa, o, como dice entre risas, “en la cucha del perro”: “Todos tenemos nuestras subidas y bajadas. Pero no me cuesta. Yo me llevo bastante bien conmigo, vivo sola y no lo paso tan mal, no puedo quejarme”.
Sus días transcurren entre el pilates, las breves caminatas en la puerta de su casa -”como una loca, pa’lante y p’atrás”- y sus técnicas para enfrentar los efectos en la mente de la falta de actividad física.
“Soy meditadora hace 35 años, casi 40, y tengo herramientas. Estoy acostumbrada a hacer silencio, a encontrarme con mis demonios de algún modo, que los tengo”, explica, convencida de que la meditación sirve para aceptar lo que pasa, pero sin resignarse.
EL “MAESTRO” CORONAVIRUS
Cuarenta años de meditación prepararon a Nacha para esta situación. También, una vida de contratiempos, viajes, experiencias a bordo de esta nave siempre convulsa que es Argentina: la vida de Guevara quedó marcada en los 70, cuando, como le ocurrió a otros artistas, tuvo que exiliarse.
“La vida me puso mucho en esas situaciones en las que parecía imposible salir a flote. Y bueno, aquí estoy. Tengo un cierto entrenamiento en eso”, indica.
Y llama a que en estos tiempos, no nos gobierne el miedo: el coronavirus, afirma, es una experiencia de vida más, y puede ser positivo. “Este virus puede ser un maestro, depende de nosotros cómo elijamos vivirlo, si como un demonio, un castigo o como un maestro que nos puede enseñar muchas cosas”, opina sobre la pandemia, que para ella es señal del desequilibrio que ha dejado la destrucción del planeta en el último medio siglo.
Esta cuarentena llama a tomarla, a quien pueda, como “un tiempo de regalo”, una “oportunidad” para hacer lo que más nos gusta y aprender a relacionarnos de otra manera con los demás: “porque las relaciones hoy son muy superficiales, ¿viste?”.
“Al bajar las aguas te encontrás primero con vos mismo, y eso ya es un desafío interesante, y un poco de silencio. Nosotros nos enfermamos, pero el planeta se sana. También es para reflexionar”, relata.
LA VIDA CONFINADA
Durante su confinamiento, además de dar consejos en Instagram, cuenta con amigos que le hacen las compras y con un restaurante vegetariano -ella lo es desde “hace mil años”- que le lleva comida todas las semanas. Pero también sufre “inconvenientes domésticos” que la han hecho ser más ingeniosa.
“Se me rompió la cisterna y se inundó. No tengo la más puta idea (ríe) de qué es una cisterna, pero me tuve que ingeniar, ¿viste? Llamé a una vecina que es una santa y que es un poco más práctica que yo y entre las dos pudimos levantar la tapa con una soga y una piedra”, declara.
También ha estado en el ojo del huracán por su disconformidad con la decisión del Gobierno de Buenos Aires de implementar un permiso de circulación obligatorio -que finalmente no salió adelante- para los mayores de 70, grupo de riesgo del COVID-19: “No he salido de mi casa en estos casi 40 días, pero lo que me disgustaba es tener que pedir permiso a esta edad para salir a la puerta de mi casa. Los viejos -reprocha que a esta palabra se le dé una connotación negativa- ya entendimos que el tiempo se acaba, entonces nos cuidamos mucho más, no necesitamos que nos digan qué tenemos que hacer”, subraya.
“Este virus puede ser un maestro, depende de nosotros cómo elijamos vivirlo, si como un demonio o un maestro”
Fue tal el eco de sus críticas por la “discriminación” y el “maltrato” que cree aún sufren los mayores, que incluso autoridades de la ciudad la llamaron para decirle que “habían entendido” su mensaje. “Dicen que uno envejece de acuerdo a la primera persona que vio envejecer”, afirma, y habló de su caso: “Tuve la dicha de tener una abuela que era muy loca, le gustaba mucho llamar la atención e iba en contra de todas las costumbres de su barrio”.
“Y sobre todo, no le importaba la opinión ajena, en eso era una maestra”, enfatiza. “¿Vamos a seguir dando un ejemplo de decadencia? Envejecer no es decaer, son cosas diferentes”.
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