Tardaron en ilusionar a los hinchas, pero la épica de semejante baño de gloria los acompañará eternamente
Edición Impresa | 10 de Julio de 2021 | 22:53

Argentina festeja. Sujeto y predicado de tan breve como remanida oración esta vez encierran en su unión el poderoso significado de haber quebrado la inercia de una época harto complicada.
En pleno estrés pandémico y con dificultades de distinta índole, el país se encontró anoche, ¡por fin!, en la deseada esquina de la alegría y el orgullo genuino. Somos campeones. De nuevo. Tuvimos que esperar casi tres décadas, pero el premio vale la pena porque se alcanzó con gloria gestada en domicilio brasileño y ante la brutal impotencia del dueño de casa. Pedir más sería desmesurado. La fiesta ya es completa.
La misma Selección Argentina que empezó la Copa sin sentir el abrigo de pronósticos optimistas, consigue llegar a la cima como consecuencia de un crecimiento asentado en algunas virtudes contundentes. Su inquebrantable vocación por el juego asociado a la buena técnica, el elevado nivel individual de “Leo” Messi, la gratísima “presentación” ante su pueblo del arquero Emiliano Martínez, el valor de un puñado de talentosos jugadores que partieron muy jóvenes hacia las principales ligas del mundo y, también es justo escribirlo, la manera en que Scaloni y sus colaboradores supieron manejar la convivencia del plantel sin perder autoridad en la toma de decisiones complicadas, han sido elementos decisivos para desatar tamaña euforia.
Sin confesarlo (tampoco hacía falta que lo hicieran), Messi sabía que esta era “la oportunidad” para quitarse la molesta espina de no haber ganado un título con la selección mayor; y Scaloni era perfectamente consciente de que necesitaba el empujón de un éxito de tal magnitud para empezar a ser mejor considerado por el grueso de los ciudadanos futboleros. Cartón lleno. Los dos Lionel tienen lo que buscaron y, muy probablemente, dicha comunión exitosa los deposite en el próximo Mundial envalentonados y nuevamente “hambrientos”...
Nada será igual para ellos. A partir de ahora sus regresos al país (ambos residen en Europa) estarán envueltos por un cariño mayor. Los grandes triunfos legislan los afectos de un modo incomparable. Ganar no tiene precio.
La Copa que supo deambular por los principales despachos del continente afectada por el virus de la incertidumbre es la que le permite al fútbol argentino, cada vez más contaminado por las miserias y los intereses del poder político de turno, asomar la cabeza, respirar una bocanada de aire puro y comunicarle al planeta fútbol que su admirada estirpe sigue gozando de buena salud.
EL FÚTBOL ES CAPAZ DE TODO Y SE BURLA DE LOS JUICIOS CATEGÓRICOS
“Chiqui” Tapia, el presidente de la AFA al que muchos le buscan reemplazante, se ufanará en múltiples asados para homenajearlo de que fue sólo él quien confió siempre en los dotes de Scaloni como director técnico. Su apuesta, ferozmente criticada por la falta de experiencia del entrenador, hoy, con el impactante resultado a la vista del mundo, le permite elegir con placer el saco y la camisa que se pondrá para recibir las felicitaciones en Ezeiza. Cambia, todo cambia.
No debe haber muchos casos de técnicos que, sin haber dirigido por lo menos a un equipo, son designados como máximos responsables de la elección del plantel y de la preparación de una selección nacional. Argentina lo hizo. Y le salió bien. Sólo el deporte más lindo permite que apuestas de este calibre puedan encontrar semejante recompensa. Dicen que el mundo es de los osados y esta Copa América que está viajando hacia las vitrinas de la AFA, lo confirma.
Tal como se preveía, anoche hubo bocinazos, brindis prolongados y festejos callejeros que gambetearon, sin remordimiento alguno, a las precauciones más sensatas. Somos campeones. Después de tantas pálidas, la gente sintió que el destino se acordó de “tirar un centro” para los corazones albicelestes. Muchos lo creían poco probable, pero se nos dio.
¡Al fin! Argentina festeja.
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