Volver a "Sábado": diálogos musicales y silencios incómodos en la obra "secreta" del Nuevo Cine Argentino

Juan Villegas vuelve a proyectar su ópera prima en el marco del Festifreak, esta noche, y en 35mm. En diálogo con EL DIA, recuerda el rodaje y habla del presente del cine

Pedro Garay

Es sábado pero bien podría ser domingo: Buenos Aires luce desolada, quizás un reflejo de los seis personajes que buscan, en “Sábado”, la ópera prima de Juan Villegas, algo que rompa un tedio que parece ser más aburrimiento; seis personajes como bola sin manija, que se entrecruzan, entre malos entendidos y casualidades, bajo el melancólico sol de un fin de semana incómodo. 

“Sábado” es un poco una película secreta, aunque muchos la recordamos por las retransmisiones nocturnas de I-Sat (al menos yo tengo esa memoria; quizás sea inexacta). También es una obra fundamental de ese movimiento que renovó el cine nacional desde diversas corrientes, propuestas y lenguajes, unificado bajo el mote del Nuevo Cine Argentino. “Llinás dijo hace poco que perdimos la batalla. Y puede ser. Pero yo no sería tan pesimista: creo que hay algo que quedó de todo eso”, dice Villegas sobre el NCA, en diálogo con EL DIA, antes de que se proyecte “Sábado” en el Festifreak, esta noche. 

“Lo que sí siento con tristeza es que nos costó, por distintas razones, construir carreras más sólidas, con mayor continuidad: varias carreras se fueron diluyendo por caminos quizás no del todo felices, no del todo personales. Y me incluyo. Al mismo tiempo, vengo de ver ‘Los delincuentes’, de Rodrigo Moreno, y salí muy feliz. Sentí que había algo ahí que estaba vivo, una herencia de ese momento”, agrega el cineasta que siguió su carrera con las ficciones “Los suicidas”, “Ocio” y “Las Vegas”, y también en el terreno documental.

Ahora, por obra y gracia del Festifreak, Villegas vuelve a “Sábado”, a más de dos décadas de la película estrenada en 2001. Una buena oportunidad porque, se ríe, “uno no ve sus películas de nuevo. Apenas terminadas, se proyectan en festivales, pero pasa un tiempo y uno no vuelve a verla: si uno tiene que elegir una película para ver no va a elegir la de uno”.

Pero, sobre todo, una buena chance de verla en 35mm. “Ya nos olvidamos que en un momento, las películas se exhibían en 35mm. Yo no soy un nostálgico… o tal vez sí, a veces extraño ver las películas en 35mm, sobre todo las que se pensaron en ese formato. Pero quiero decir: no lo planteo desde un lugar fetichista, sino desde un lugar técnico: verlas de la forma en que fueron pensadas”.

En este mundo digital, ver cine en 35mm es hace rato una rareza, pero, además, sin conservación centralizada, cada vez más películas rodadas en 35mm van desapareciendo. “Es una cuenta pendiente importante en Argentina”, acepta Villegas. “Se desaprovecharon varias décadas donde había un consenso de que era importante, necesario y justo el apoyo al Estado para la producción, exhibición y conservación del cine. Ese consenso se fue resquebrajando, al menos en el ámbito de la opinión pública, como muchos otros consensos, no es solo el cine”. 

Por eso, agrega, no importa tanto quien gane. La verdadera batalla, olfatea, está en “seguir pensando y actuando para modificar otra vez ese consenso: no se cómo se recupera, pero creo que hay que trabajar para recuperarlo”.

- “Sábado” es tu primera película, ¿cómo apareció como idea?

- Se fue dando como una suma de ideas, terminando mis días de estudiante, con mis primeros cortos. Casi siempre escribo guiones vinculados a parejas, ya desde aquella época, y empecé a pensar en esta idea de parejas que circulan en un mismo día, que se van entrecruzando entre casualidades: por ese tiempo, hice un corto, “Dos en un auto”, que es una escena muy parecida a la que abre “Sábado”: los actores son los mismos, la puesta de cámara es similar, el diálogo es parecido. Ese corto me gustó, y pensé que podía ser el arranque de una película. Desde ahí, seguí escribiendo, dándole un desarrollo a los personajes. En el medio, apareció esta idea de incluir a Gastón Pauls haciendo de sí mismo, realizando un cruce raro entre documental y ficción, una instancia documental en una película que tiene algo muy ficcional en su construcción dramática. Ese cruce me gustaba, esa ambigüedad en general me gusta, también como espectador. Y, en definitiva, tenía ganas de hacer una comedia, aunque es una comedia extraña: ahí también aparecen ciertos gustos por la comedia clásica, los malentendidos, el azar, ciertas formas de estructurar los diálogos.

-  Salvo “Los suicidas”, tus ficciones son comedias, quizás comedias extrañadas, con algún tinte melancólico, ¿qué te interesa del género?

- Incluso, me acuerdo que en “Los suicidas” se me ocurrían situaciones cómicas, y nos frenábamos en el rodaje, era una película en la que no se podía… A veces me arrepiento. Pero sí: en general, me gusta la comedia. No sé si hay una idea atrás, supongo que la habrá. Yo disfruto mucho encontrando el lado cómico de las situaciones. Si tuviera que pensarlo, aunque no es que me lo proponga como algo programático, creo que tiene que ver con mi propia personalidad, esa aparición del humor y la melancolía, unidos. Soy de hacer chistes, me gustan las personas con sentido del humor, pero también tengo cierta sensibilidad más melancólica en ciertos gustos, en el cine, en la música. Esa fusión da el estilo de “Sábado” y creo que se repite, con distintas variantes, en mis películas siguientes.

- Mencionás la música, que es una parte muy importante en tu cine. Pero “Sábado”, creo, es tu película menos musical.

- Sí (se ríe). O no… sin haber música. Desde el principio, sentí que no iba a haber nada de música: no hay música incidental, no se escuchan canciones, no hay nada. Cuando se estrenó la película nos llamaron de Sadaic diciendo que no habíamos presentado nada por usar música en la película… pero es que no había música, no es que no estábamos pagando. Pero no fue una cuestión económica: sentía que en la película había una acumulación de diálogos, que incluso estaban pensados con un cierto sentido musical, porque en muchos casos no construían un sentido dramático, o no transmitían un estado psicológico de los personajes, directamente, sino que jugaban con el absurdo, con las repeticiones, con el ritmo, con la velocidad… Pensé el diálogo como un sonido que tendía a cierta abstracción. De hecho, recuerdo algunas escenas, en el rodaje, donde iban los actores en el auto, los sonidistas, y yo iba en el baúl, escuchando la escena y nada más, sin ver el plano. Quería escuchar: sabía que si había algo en el ritmo de las palabras que funcionaba, la escena estaba bien. En ese sentido, el diálogo estaba pensado musicalmente, entonces no hacía falta música. Y después, tiene momentos de silencio importantes, pero necesitaba que fuera silencio, no rellenarlo.

- Hablando de la música y de los silencios, y de tus intereses estéticos más melancólicos, hace poco publicaste un libro, “Una estética del pudor”, que toma a Raúl Verón y su forma de cantar para hacer una defensa del sugerir antes que del sobreexplicitar. ¿Es también una defensa de una forma de hacer cine, de tu forma de hacer cine?

- Creo que sí, que en mis gustos cinematográficos aparece cierta idea del pudor, no en el sentido del pudor vinculado a lo sexual, sino desde lo estético, una estética que no intente subrayar ni reforzar cuestiones, sino buscar tensiones, contradicciones. La idea de la sugerencia parece un lugar común pero para mi es fundamental. Se puede dar con el fuera de campo, con la elipsis, con darle un lugar al espectador para que complete, no darle todo: yo sentía que en Verón tiene esa escuela de darle un lugar al silencio dentro de la interpretación del tango. Uno siente que el cantor podría dar un poco más pero no va hasta el final, deja un lugar para que el que escucha complete. 

- Creo que esto se puede conectar a los personajes de “Sábado”: son personajes que están incómodos, son inseguros, hay mucha cosa no dicha, sugerida, que da lugar a malos entendidos, a la comedia.

- Voy a ver qué me pasa cuando vuelva a verla, pero puede ser. Cuando terminé la película, me di cuenta que son personajes incómodos, con su cuerpo, con la relación de su cuerpo con el otro, entre parejas. No sé a qué obsesión personal de ese momento de mi vida respondía, pero reconozco eso como algo que me interesaba contar: por debajo de la superficie de esos malos entendidos y situaciones absurdas, al fin y al cabo es la historia de parejas que están terminando, y les está costando decirlo.

- También pensaba esta idea del pudor en relación al presente: son tiempos contrarios al pudor, todo se muestra, y también en el cine, en cierto cine al menos se dice mucho, se explicitan posiciones muy tajantes, queda todo muy claro. ¿Es un acto de resistencia plantar una estética del pudor?

- Tal vez. Es posible que algo de eso se haya perdido. Quizás tenga que ver con la forma en que se exhiben mayoritariamente las películas, para qué pantallas están pensadas las películas, las series: están pensadas para ver en casa, no del todo concentrado, haciendo otras cosas, y quizás eso lleva a que se subraye en los diálogos la información. La sensación que tengo con muchas series, quizás las más estándar, es que son historias que se hacen más largas, pero todo va más rápido para que uno no cambie la serie, y al mismo tiempo la trama se repite, las escenas se repiten varias veces, incluso en series documentales. Es un poco la lógica de la televisión: decir las cosas con mucho vértigo, pero al mismo tiempo, paradójicamente, decirlas varias veces. Uno a veces ve una serie de ocho capítulos y siente que se podría contar en una hora y media: yo a veces reviso cine clásico, y siento que es lo contrario, en una hora y media pasa de todo, los personajes se enamoran, se desenamoran, se pelean, se suicidan, pasan muchas más cosas que las que pasan en una temporada entera de televisión. El lenguaje va evolucionando, cambiando, pero sí: hay una idea de resistencia de ciertos códigos del cine que uno trata de sostener.

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