Cuenta regresiva a los Oscar: la contrarrevolución de la animación tradicional
Edición Impresa | 7 de Marzo de 2024 | 05:30

Los premios, en el cine, en el arte, no sirven para casi nada. Pero, a veces, ofrecen una ventana para realizar algún diagnóstico sobre cómo están viendo las películas los miembros de la industria, los que toman las decisiones y después votan los galardones: eso parece ocurrir este año con las nominadas a mejor largometraje animado de los Premios de la Academia que se celebran el domingo.
Una categoría joven que, desde su creación en 2001, ha sido largamente dominada por el tándem Disney-Pixar: 15 de los 21 galardones que se entregaron fueron para sus películas, incluyendo una increíble seguidilla de premios entre 2007 y 2021, donde cosecharon 13 de 15 premios. Desde ya, muchas de esas películas premiadas son valiosas (“Nemo”, “Los Increíbles”, las secuelas de “Toy Story”, “Ratatouille”, “Frozen”), pero otras no lo son tanto: “Zootopia”, por ejemplo, se impuso a “La tortuga roja” y “Kubo”; “Big Hero 6”, a “Song of the Sea” y “La leyenda de la princesa Kaguya”; “Valiente”, a “Frankenweenie”. Es que, claro, fue una época donde algunos votantes confesaban “off the record” que ni siquiera veían a la mayoría de las candidatas, y que votaban, por default, a la propuesta de Disney/Pixar. Los premios no sirven para casi nada.
Pero algo está cambiando. El año pasado, Disney-Pixar estuvo cerca de quedarse fuera, directamente de las nominaciones, algo que ocurrió solamente en 2001, 2005 y 2011: “Red” se coló por la ventana, pero la favorita absoluta y finalmente ganadora fue la “Pinocho” de Guillermo del Toro. Este año tampoco ganará la Casa del Ratón: su “Elemental” es la película de Disney que cada terna animada precisa, pero las candidatas son otras.
¿Una afrenta contra Mickey y sus amigos? Más bien, contra una manera de hacer las cosas, por comité, por fórmula, y con un trazo que pierde humanidad a cada paso, con cada superproducción realizada por mil animadores desperdigados en todo el mundo.
En contrapartida, el equivalente japonés de Disney, Ghibli, sigue trabajando en casa, a mano, a la antigua. Y su última película, “El niño y la garza”, que todavía puede verse en cines locales, es la gran candidata en la ceremonia del domingo: quizás sea la obra final de su director, el maestro Hayao Miyazaki, de 83 años, que dedicó ocho años de su vida a realizar la película, mientras su productor intentaba sostener a flote el estudio. Lo contrario a la factoría Disney-Pixar, con sus dos películas al año cada vez más parecidas entre sí.
Si se cree en ciertas dicotomías, el de Miyazaki es un cine más autoral, mientras que las producciones de la casa del ratón han perdido ese rasgo, se han vuelto películas de estudio. La última película del japonés parece ratificar esa distinción: pasó casi una década al borde de la ruina financiera realizando una película en absoluto condescendiente con la audiencia, radicalmente distinta a lo que se esperaba de él y del estudio, oscura, desconcertante, de trama opaca y densa. Incluso, con momentos donde el estilo de animación que ya es reconocible en todo el mundo cambiaba radicalmente, apostando por un dibujo más expresionista y “deforme”, más moderno.
Una película sobre el duelo, contra el refugio en la fantasía (¿en la animación, la industria en la que trabajó toda su vida y que ha visto convertirse en “contenido global”?) y a favor de la aceptación radical de la fealdad del mundo: nada de “Totoro”, nada para vender peluches.
Cascarrabias, Miyazaki es como una especie de último cruzado del viejo cine animado, más artesanal y personal: en una escena ya famosa de un documental que lo retrata mientras realiza su cortometraje “Kemushi no Boro”, jóvenes le muestran las ventajas de la animación por computadora para ahorrar tiempo. Miyazaki enloquece: ¿cómo se va a automatizar el movimiento, a volverlo uniforme y mecanizado, siendo que el movimiento es una de las herramientas principales del animador para contar las dudas, ansiedades y alegrías de los personajes, siendo que allí se expresan, antes que en las palabras, sus emociones? En ese momento decide salir de su supuesto retiro para realizar un largometraje, este largormetraje.
Y la cruzada gana adeptos: otra nominada, “Mi amigo robot”, también propone un regreso a otra animación, donde, según su director Pablo Berger, importe menos la técnica en favor de la emoción. También es animada de forma tradicional (bueno, más o menos: es dibujada por un trazo humano pero, como todo, hay ayudas, apoyos tecnológicos), y también es un homenaje a la emoción expresada en el movimiento, con el cartoon clásico y el cine de Chaplin y Keaton como referencias. Además, es una película realizada con poco, por un cineasta que no sabía nada de animación y montó un estudio casero en Madrid: un gesto casi punk para la categoría. Es la primera vez en la historia que dos cintas animadas de manera tradicional, con trazo humano, son nominadas el mismo año.
Aunque Disney siempre gana, esta vez no es favorita en la categoría animada de los Premios Oscar
¿Significa esto que la animación por computadora es mala y que esta contrarrevolución es buena? Claro que no: cine y tecnología siempre van de la mano, pero también suelen ir juntos a la par las películas y las modas, las fórmulas, las repeticiones, los excesos, la neofilia. Ante eso, reaccionan algunas películas, y se destacan en un panorama de películas uniformes, de “contenido” para plataforma. Las otras nominadas, de hecho, también entendieron ese mensaje: tanto “Spider-Man: a través del multiverso” como “Nimona” son animadas por computadoras pero retocadas, cuadro a cuadro, trazo a trazo, para vestirlas de personalidad. La primera parte de la “Spider-Man” animada, de hecho, ayudó a la industria a salir del bloqueo, de la repetición, y amplió, hizo estallar, las posibilidades expresivas de la animación realizada por ordenador. De eso se trata, al final, de no caer en comodidades, de explorar la creatividad.
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