Un completo desconocido: Dylan y el héroe americano

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Por PEDRO GARAY

pgaray@eldia.com

James Mangold, el director de “Un completo desconocido”, la película biográfica sobre la juventud de Bob Dylan, es un cineasta clásico, de los que se desvanecen detrás de la cámara y narran sin artilugios, trucos ni subrayados, de los que confían en los géneros cinematográficos y su economía narrativa, de los que no buscan alegorías sino historias, con la certeza de que al contar una vida se cuenta, por debajo de la superficie, una época, una manera de pensar, un universo que no hace falta explicitar.

Mangold es clásico y es un maestro de ese clasicismo. Uno de los últimos. Hollywood tiene cada vez más películas chicas y medianas de “autores” torciendo la cámara y alegorizando sobre el mundo. Mientras tanto, las corporaciones toman el control de sus grandes inversiones, y así las películas grandes terminan teniendo directores por encargo, meros técnicos. Este debate ya lo tuvimos, varias veces, el siglo pasado.

Lo cierto es que Mangold representa esa vieja escuela (quizás por eso Spielberg le confió a Indiana Jones). Y también sus héroes son representantes de esa vieja escuela: lo es su Johnny Cash, biografiado en “Walk the line”; lo es su viejo y amargado Logan; lo es el Ken Miles de “Ford vs. Ferrari”, otro personaje trágico, condenado por su vuelo heroico a que se le derritan las alas, a estrellarse espectacularmente. El héroe clásico es genio, heroico, a menudo trágico, incomprendido. Es un héroe solitario, en más de un sentido: solo porque pertenece a una clase aparte, solitario porque la cima de la montaña es silenciosa y fría, y por ende, en soledad porque es un héroe individual.

Así es también su Bob Dylan, la encarnación del inclasificable artista que realiza Timothée Chalamet, de la que crecen sus chances de Oscar: el Dylan de Mangold es un genio incluso cuando es un adolescente que llega a Nueva York con una mano delante y otra detrás. Mangold filma a quienes lo rodean (temporalmente, porque el genio sigue su rumbo solitario inexorablemente) mirándolo azorados ante los raptos de genialidad que emanan de su guitarra (la burbujeante bohemia de Greenwich Village es apenas un paisaje para su genio). Más azorados, hasta enojados, aparecen algunos cuando Dylan abjura de esas canciones geniales de su juventud para explorar su nuevo y electrificado rumbo.

Dylan es, para Mangold, un genio profundamente individual, que quema los barcos en persecución de su deseo. Así explica a su criatura: donde “I’m not there”, la biopic de Todd Haynes, utilizaba a una decena de actores para retratar una decena de personalidad dylaneanas, evitando así definir al bardo, Mangold le hace caso omiso al “Chino” Darín y encierra al camaleón en su intransigencia. Su separación de la canción de protesta pasa a ser entonces un acto heroico, el acto que define su determinación; su personalidad entera, definida por su decisión de dejar atrás el éxito folk y volverse eléctrico. Y por su decisión de tocar eléctrico en el festival folk organizado por toda la gente que ayudó en su ascenso. “Sos medio mal tipo, ¿no?”, le dice Joan Baez cuando Dylan no puede evitar decirle qué piensa de su música. Bob, semidesnudo en la cama y protegido por su guitarra, asiente. Es la potestad de los genios, susurra Mangold. Viene con un costo: pierde un amor, se pelea con viejos héroes. El desprendimiento, caminar hacia el horizonte mientras el sol se pone, es el destino del héroe del western: el Dylan de Mangold es, ante todo, un héroe americano (en el sentido de “americano” que tiene el Golfo de México, claro).

(Por cierto: dicho todo esto, más allá de todo esto, la película es sumamente entretenida. Es cine clásico hecho con maestría. Y con canciones invencibles).

Un completo desconocido
Bob Dylan
James Mangold
Timothée Chalamet

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