Aulas reconfiguradas: la Inteligencia Artificial cambia la educación
Edición Impresa | 27 de Abril de 2025 | 04:37

En los pasillos de muchas escuelas secundarias argentinas se escucha el murmullo constante de una inquietud que atraviesa a docentes, estudiantes y directivos por igual: ¿qué lugar tiene la inteligencia artificial en las aulas? La pregunta, lejos de ser meramente tecnológica, pone en juego decisiones pedagógicas, dilemas éticos y hasta ansiedades existenciales sobre el rol del ser humano en el proceso de enseñar y aprender. La escena es global, pero se vuelve local en cada pupitre y en cada clase corregida con ayuda de un algoritmo. Mientras los estudiantes encuentran en las aplicaciones de IA una aliada para resolver problemas matemáticos o redactar textos, muchos docentes se debaten entre la tentación de delegar ciertas tareas en herramientas automatizadas y la preocupación por no vaciar de sentido su función pedagógica.
La paradoja está servida: los mismos maestros que ven con recelo el uso de IA por parte del alumnado, se apoyan cada vez más en asistentes digitales para ahorrar tiempo en sus propias tareas. Algunos utilizan estas herramientas para calificar, agrupar estudiantes según sus dificultades o adaptar textos a diferentes niveles de lectura. Otros, más osados, entrenan modelos con sus propios contenidos curriculares, generando actividades personalizadas o recursos didácticos adaptados. Lejos de una postura uniforme, el sistema educativo transita un momento de profunda ambivalencia donde la innovación y el desconcierto van de la mano.
Los nombres de las aplicaciones se repiten en los celulares de los estudiantes: ChatGPT, Gemini, Photomath, Google Lens. Basta una foto de un problema para obtener no sólo la respuesta, sino también un desglose paso a paso que simula razonamientos lógicos. Lo que antes podía tomar varios minutos de esfuerzo, ahora se resuelve en segundos. En lugar de copiar del compañero, la tentación pasa por escanear con el celular. El saber parece estar en otra parte, y el desafío docente no es solo detectar el plagio, sino resignificar qué significa aprender en tiempos de asistentes virtuales.
El uso del pizarrón, casi en desuso / Pexels
Frente a esta realidad, algunos docentes se rebelan, prohíben el uso de celulares y denuncian “trampa”. Otros intentan adaptarse y resignifican el aula: proponen actividades en papel, fomentan la escritura a mano, privilegian los debates orales o asignan trabajos que no se pueden resolver con prompts. Pero incluso quienes critican la dependencia estudiantil de la IA reconocen su propia utilidad para tareas administrativas o de corrección. Una docente de historia de Providence, en Estados Unidos, contó cómo entrena a un chatbot con su propio material didáctico para generar ejercicios personalizados. No se trata de reemplazar su rol, aclara, sino de multiplicar sus posibilidades. Para ella, la clave está en la transparencia: les cuenta a sus estudiantes cuándo y cómo usa la IA, y los alienta a usarla de manera ética, como apoyo y no como atajo.
En Argentina, la situación se replica con matices. Algunos docentes ya están incorporando la IA a sus prácticas con herramientas de evaluación automatizada, asistentes de redacción o aplicaciones para el seguimiento del desempeño académico. En provincias como Buenos Aires y Córdoba, se han iniciado capacitaciones para integrar la inteligencia artificial en proyectos educativos. Pero el debate de fondo sigue sin saldarse: ¿qué tipo de pensamiento promovemos cuando tercerizamos el razonamiento lógico o la escritura en máquinas? ¿Qué pasa con la creatividad, el error, la duda, el ensayo y el fracaso, todos elementos fundantes del proceso de aprendizaje?
Las empresas tecnológicas no se quedan atrás. Según estimaciones de Reach Capital, en los últimos dos años se invirtieron más de 1.500 millones de dólares en herramientas de IA aplicadas a la educación. Google, Microsoft y Khan Academy promueven sus plataformas como asistentes pedagógicos versátiles. El discurso es seductor: personalización, ahorro de tiempo, tutorías inteligentes. El marketing los vende como el “ayudante de clase ideal” para cada docente. Pero detrás del entusiasmo, hay preocupación. Muchos educadores advierten que estas soluciones tienden a erosionar el vínculo humano que está en el corazón de toda experiencia educativa significativa. La escuela corre el riesgo de parecerse a una cadena de montaje más que a un espacio de construcción colectiva del saber.
En las aulas de Washington, Texas o Buenos Aires, el escenario se repite: docentes que utilizan IA para analizar datos de rendimiento, directivos que se apoyan en algoritmos para distribuir recursos o tomar decisiones curriculares, y estudiantes que aprenden a convivir con estas herramientas desde edades cada vez más tempranas. Algunos alumnos incluso les ponen nombre a los chatbots con los que trabajan, como si fueran compañeros más. La inteligencia artificial, lejos de ser una amenaza externa, ya es parte de la trama cotidiana de la escuela. La pregunta no es si usarla o no, sino cómo y para qué.
Cada vez más jóvenes y adultos utilizan herramientas de IA como ChatGPT / Pexels
En medio de esta transformación silenciosa, el rol del docente se vuelve más crucial que nunca. Ya no como fuente exclusiva de conocimiento, sino como guía capaz de generar pensamiento crítico, estimular la curiosidad y enseñar a discernir entre una fuente confiable y una respuesta automatizada. En un mundo donde la información abunda, enseñar a formular buenas preguntas es tan importante como tener buenas respuestas. Y eso, por ahora, sigue siendo patrimonio humano.
La escena escolar está cambiando. Las tizas conviven con los algoritmos. Los pizarrones digitales con las dudas existenciales. La IA no es el futuro: ya está entre nosotros. La escuela, una vez más, está obligada a reinventarse. Pero si algo demuestra la historia educativa, es que no hay máquina que pueda reemplazar la pasión de un maestro que enseña con el corazón. Tal vez, en esa combinación entre humanidad y tecnología, entre presencia y datos, entre preguntas abiertas y respuestas automáticas, se juegue el verdadero desafío de educar en el siglo XXI.
1 Uso desigual de la IA en la educación: mientras se prohíbe a estudiantes usar IA para tareas, muchos docentes la emplean para calificar o planificar clases.
2 Dilemas éticos y pedagógicos: la IA genera preguntas sobre el valor del esfuerzo, la autoría y el verdadero aprendizaje.
3 Impacto en el vínculo educativo: herramientas automatizadas pueden erosionar la relación humana esencial entre docentes y estudiantes.
4 Falta de políticas claras: las escuelas navegan este cambio sin guías precisas, mientras empresas tecnológicas avanzan con ofertas agresivas.
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