Gran amor y conmovedor final

Por

Alejandro castañeda

¿Habrá sido Arthur Miller el gran amor de su vida? Un film reciente -“Mi semana con Marilyn”- da algunas pistas sobre la soledad de esta belleza tan frágil y tan seductora, tan aniñada y tan voluble. Y en alguna medida insinúa que su gran amor fue el genial dramaturgo, que apareció en su vida después de un desfile de parejas insignificantes, cuando ya era una estrella total, con su aura y sus caprichos, cuando penaba por darle un certificado de prestigio y sosiego a su vida y a su carrera. Ella -dicen sus biógrafos más serios- buscó en los brazos de este intelectual de espaldas muy anchas, el abrigo para una vida que tropezó con todos los extremos. Su carrera y su final siguen siendo un enigma. Y los nuevos libros no hacen otra cosa que acrecentar el misterio del mayor sex symbol que dio el cine. Marilyn fue una buena actriz, su presencia era magnética, sus titubeos, su tartamudez y su incomparable andar fueron las señas de identidad de una muchacha que hizo lo imposible por dejar atrás una niñez con mucho orfanato y poco padre y una juventud repleta de manoseos y amores fugaces. Al parecer quiso avanzar demasiado y se cayó. El genial Billy Wilder, que le escribió y la dirigió, dijo que le pidieron demasiado, que era una estrella irrepetible, que cada vez que se animaba a ir más alto, terminaba más sola. Con Miller creyó tocar el cielo y cuando él se marchó se quedo sin nada. Con los Kennedy, en su última estación, imaginó arañar el poder. Y acabó igual. Su final, entre llantos y pastillas, sobrecoge: la mujer más deseada del mundo estaba harta de dormir sola. Los escribas aún venden libros intentando explicar su adiós. El Gran Orson Welles una vez pidió piedad para estas despedidas: «Incluso cuando ya has muerto / todavía no estás a salvo / aún no estás fuera de alcance».